Nuevos aires [Octavia Orue]

Recuerdo del primer mensaje :

11 de junio de 2015.


Apenas llevaba un par de semanas en el refugio, y la mayoría de sus habitantes ya me habían recibido bastante bien. Algunos me conocían de alguna que otra conferencia por Canadá, Nueva York... por mi trabajo... aunque yo a ellos, lamentablemente, no. A lo largo de mi carrera en Terra Save me habían presentado a muchas personas, tantas que solo recordaba a aquellas con las que había tenido un mayor trato.

El sol acababa de salir y aunque no era necesario que me levantase tan temprano, ya había arraigado bien aquella costumbre, por lo que resultaba inevitable. Cuando viajaba con Amanda y posteriormente solo, había llevado siempre esa rutina; aprovechaba todas las horas de sol, y me retiraba cuando este caía, para evitar la oscuridad y por tanto lo que apenas veía.

— Bu-buenos dí-as — saludé a un hombre mayor que estaba sentado en el sol, me extrañó porque apenas había salido el sol y él estaba allí sentado ya. — ¿Se-se en-en-cu-cu-cuentra bien caballero? — me acerqué a él colocando una mano sobre su hombro. Me explicó que sí, que le gustaba salir a aquellas horas para aprovechar el sol, que le encantaba tomar el aire fresco de la mañana porque solía dolerle la cabeza y le aliviaba.

— ¿Sssa-be? mi-mi es-poposa to-to-maba algo pa-para las mi-gra-ñas, ¿por qué no-no se-se pa-pasa por mi ca-ca-baña con el cre-pús-culo y se lo do-doy? — el hombre asintió con una sonrisa. — Nos vemos más tarde entonces, que disfrute del día — le di una leve palmada en la espalda y salí hacia el bosque cargando con una bolsa de tela vacía.

Si había quedado con él más tarde era por unas razones bien lógicas. Era consciente de que los medicamentos comenzaban a escasear, las fechas de caducidad eran cada vez más cercanas a la actual y eso si estos no habían caducado ya. Gracias al tiempo que había vivido con Eveline había aprendido muchas cosas, ella se negaba a utilizar la medicina corriente, hasta que no fuera de vital importancia y si podía curarse con remedios naturales lo hacía. Por lo que aprendí un sin fin de cosas muy interesantes, entre ellas que la albahaca era un remedio increíble para el dolor de cabeza y otras tantas cosas, así que trataría de conseguir una buena cantidad plantas que me pudieran servir de utilidad en el campamento. Tenía pensado tratar de ayudar a todas aquellas personas con mis conocimientos.

Caminaba entre los árboles del bosque, armado tan solo con mi cuchillo, uno que encontré hacía ya tiempo. Con él cortaba las plantas y las iba echando en bolsas de plástico que posteriormente dejaba en mi mochila. Llevaría un par de horas desde mi salida, había encontrado ya una buena lista de plantas, además de unas bayas comestibles que podría darle más tarde a los más pequeños del refugio, ellos solían disfrutarlas más y aún más ahora que no tenían golosinas.

Seguí el sonido del rumor del agua, hasta llegar a la orilla de un río, descansé en esta y llené mi cantimplora, dejé caer el agua sobre mi rostro, pues comenzaba a hacer calor, luego bebí y volví a rellenar la cantimplora con agua. Al alzar la mirada observé con atención, puesto por aquella zona seguramente encontraría plantas interesantes, que se encontraban en zonas húmedas como aquella.

El tiempo transcurría de forma extraña, como si cada minuto se alargara interminablemente. Me quedé junto a Octavia, sin apartar la vista de ella, observando cómo su pecho subía y bajaba con dificultad. La fiebre la consumía parecía consumirla. Preparé un paño húmedo con agua de una botella y lo coloqué sobre su frente, tratando de aliviar al menos un poco su malestar.

— Aguanta, Oc-Octavia... — susurré más para convencerme a mí mismo de que no la perdería que porque creyera que pudiera escucharme.

A intervalos regulares, le ofrecía pequeños sorbos de agua. Aunque estaba débil, lograba beber lo justo para mantenerse hidratada. Mis manos temblaban mientras las llevaba a su boca, temiendo que cualquier movimiento brusco pudiera lastimarla más.

Me forcé a revisar sus constantes una y otra vez, poniendo dos dedos sobre su muñeca para sentir su pulso. Era débil, pero estaba ahí. Su respiración, aunque pesada y arrítmica, continuaba. Cada vez que pensaba que estaba por detenerse, algo en ella seguía luchando.

La noche avanzó lentamente, y con cada hora que pasaba, sentía el agotamiento apoderarse de mí. Me movía entre el sofá y la mesa, preparando más paños húmedos, ajustando la posición de Octavia cuando parecía estar más incómoda. La idea de rendirme, de cerrar los ojos por un instante, era inconcebible, pero mi cuerpo ya no respondía con la misma energía que al principio.

— No-no voy a de-dejar que esto pase... — murmuré mientras me sentaba junto a ella por enésima vez.

Finalmente, sin darme cuenta, mis ojos comenzaron a cerrarse. El peso del cansancio era demasiado, y mi cabeza cayó hacia adelante mientras el sueño me vencía.

El amanecer me despertó con un sobresalto. La luz entraba por la ventana, bañando la cabaña con un tenue resplandor dorado. Me levanté de golpe, sintiendo el corazón en la garganta al darme cuenta de que había cedido al sueño. Busqué a Octavia rápidamente, todavía tumbada en el sofá. Parecía tranquila, demasiado tranquila.

— Oc-Octavia... — mi voz tembló mientras me acercaba rápidamente a ella. El miedo me paralizaba, pero forcé mis manos a moverse. Coloqué dos dedos en su cuello, buscando un pulso, conteniendo el aliento mientras lo hacía.

Ahí estaba.

Fuerte, estable.

No podía creerlo. Mi otra mano fue directo a su frente, esperando encontrarla aún ardiendo de fiebre, pero estaba templada. Mis ojos se abrieron de par en par mientras retiraba el paño húmedo, ahora seco, de su frente.

— ¿Qué... qué di-di-diablos...? — murmuré casi sin aliento.

Octavia seguía dormida, pero respiraba con calma. Era como si el fuego que la había consumido durante la noche hubiera desaparecido por completo. Me senté de golpe en el suelo junto al sofá, todavía tratando de procesar lo que estaba viendo. ¿Cómo era posible?

— Oc-Octavia... — la llamé de nuevo, mi voz ahora cargada de incredulidad y esperanza. Necesitaba que despertara, que me hablara, que me dijera qué demonios estaba pasando.

Toqué su hombro con cuidado, intentando despertarla, el corazón aún latiéndome con fuerza. Algo había cambiado, y aunque no entendía cómo, por primera vez desde que todo esto empezó, sentí una chispa de esperanza.

El sonido de mi nombre, suave pero insistente, comenzó a abrirse paso a través del denso velo de mi sueño. Mi cuerpo se sentía pesado, como si aún estuviera atrapado en la fiebre, pero al mismo tiempo había algo diferente. Algo más liviano. Lentamente, mis párpados comenzaron a abrirse, dejando que la luz del amanecer se filtrara en mi visión.

Parpadeé varias veces, intentando enfocar. La primera imagen que vi fue el rostro de Aidan, inclinado sobre mí, con una mezcla de preocupación y sorpresa en sus ojos. No entendía por qué me miraba de esa manera. Entonces, los recuerdos de la noche anterior regresaron como una avalancha: el dolor, la fiebre, la certeza de que no volvería a despertar.

— ¿Aidan...? —mi voz sonó ronca, pero clara, mucho más clara de lo que había esperado. Me llevé una mano a la frente, esperando encontrarla ardiendo como antes, pero mi piel estaba fresca al tacto. No entendía nada.

Me incorporé lentamente, sintiendo la cabeza embotada, como si acabara de despertar de un sueño profundo, pero fuera de eso, me encontraba... bien. Miré mis manos, luego a Aidan, y finalmente alrededor de la cabaña, tratando de procesar lo que estaba ocurriendo.

— Estoy... estoy viva... —apenas estaba creyendo las palabras que salían de mi boca. Alcé la mirada hacia él, buscando respuestas, pero su expresión reflejaba la misma incredulidad que sentía yo.

Respiré hondo, esperando que algún vestigio de dolor o fiebre regresara, pero no ocurrió. Mi cuerpo se sentía extraño, como si algo en mí hubiera cambiado, aunque no sabía cómo explicarlo. Mis manos temblaron ligeramente mientras las apoyaba en el sofá para estabilizarme.

— ¿Cómo es posible...? —pregunté con un tono que oscilaba entre el asombro y la confusión. Una parte de mí quería creer que se trataba de un milagro, una segunda oportunidad. Pero la otra, la más racional, intentaba encontrar una explicación lógica—. Aidan, yo... estaba segura de que no volvería a abrir los ojos. ¿Qué significa esto?

El silencio entre nosotros era pesado, lleno de preguntas que ninguno parecía saber cómo responder. Miré hacia la ventana, donde los rayos de sol iluminaban la habitación con una calidez que no sentía desde hacía tiempo. Era como si el mundo me estuviera diciendo algo, como si me estuviera dando una señal.

— ¿Es... una segunda oportunidad? —murmuré más bien para mí misma. Volví a mirarlo, intentando encontrar algo en su rostro que me anclara a la realidad—. No sé qué pasó, Aidan, pero estoy aquí. Y te juro que no voy a desaprovechar esto... lo que sea que sea.

La escuché murmurar mi nombre, su voz ronca pero clara. Me quedé paralizado durante unos segundos, como si mi cerebro necesitase tiempo para procesar lo que mis ojos ya estaban viendo: Octavia estaba despierta. No solo eso, parecía… bien. Su piel no estaba pálida ni empapada en sudor, y su rostro ya no reflejaba esa agonía que había marcado toda la noche.

— Octavia… — mi voz tembló, llena de incredulidad, mientras la observaba incorporarse lentamente. — Estás despierta… y… — la miré con cuidado, intentando encontrar algún signo de debilidad o fiebre. — ¿Te encuentras bien?

Ella parecía  tan confundida como yo. Sentí un nudo en la garganta mientras la contemplaba, todavía sin creérmelo. Lo que había pasado anoche, todo lo que había presenciado, parecía perder sentido frente a lo que tenía delante.

— No… no lo entiendo… — admití dejándome caer en el borde del sofá. Mi mirada no se apartaba de ella, como si temiera que en cualquier momento pudiera desplomarse. — Te vi… anoche… estabas fatal. La fiebre, la… la mordedura… — me interrumpí, tragando saliva, mi voz quebrándose ligeramente.

Por un instante, los recuerdos de Amanda cruzaron mi mente como una bofetada. Su rostro, sus últimos momentos… el dolor de perderla cuando no pude hacer nada. Pero ahora, frente a Octavia, todo era diferente. Ella estaba viva, contra toda lógica, contra todo lo que sabía como médico.

— Esto no tiene sentido… pero estoy agradecido… muy agradecido — dijs en un susurro, sintiendo cómo mi pecho se comprimía de pura emoción. Me llevé las manos a las rodillas, intentando ordenar mis pensamientos.

La miré de nuevo, buscando alguna respuesta en sus ojos, alguna pista que me ayudara a entender. Pero ella estaba tan desconcertada como yo. Solté un suspiro, intentando contener el torbellino de emociones que sentía.

— Sea lo que sea, Octavia, es una oportunidad… — esta vez hablé con más convicción. — Una oportunidad para seguir adelante, para luchar. No sé qué ha pasado, pero lo sabremos juntos... Tal vez, tal-tal ve-vez se-seas in-inmune.

Respiré hondo, intentando calmarme. Aunque mi mente seguía llena de preguntas, en ese momento solo importaba una cosa: estaba viva. Y eso era suficiente, al menos por ahora.

Octavia lo observó en silencio mientras hablaba, viendo en su rostro la mezcla de emociones que probablemente reflejaban las propias. Todavía le costaba procesar lo que estaba ocurriendo. El calor de la fiebre había desaparecido, su cuerpo ya no temblaba, y aunque se sentía algo débil, estaba lejos de esa sensación de vacío que la había acompañado toda la noche.

Se incorporó un poco más en el sofá, apoyándose en los brazos para mantenerse erguida. Miró alrededor de la cabaña, como si buscar en el espacio pudiera darle alguna respuesta, pero allí no había más que polvo y muebles viejos. La realidad era que no tenía ni idea de qué hacer a continuación.

—Aidan... —dijo al fin, rompiendo el silencio. Su voz sonaba más segura, aunque seguía cargada de confusión—. ¿Crees que deberíamos volver ya a Silver Lake?

Se pasó una mano por la frente, todavía intentando comprender todo lo que había pasado. Se sentía pegajosa aún por la fiebre que había tenido, estaba deseando bañarse, aunque eso no estaba muy al principio de sus prioridades en aquel momento. La principal era entender.

—Quiero decir... me encuentro bien, pero no entiendo nada de lo que ha ocurrido. ¿Y si solo es temporal? ¿Y si... si estoy mejor ahora, pero empeoro después? —sus ojos buscaron los de Aidan, llenos de dudas—. No quiero poner a nadie en peligro si todavía existe algún riesgo.

Hizo una pausa, respirando hondo para tratar de calmarse. Aunque no se había permitido pensar demasiado en ello, había algo que comenzaba a inquietarla profundamente.

—Pero tampoco podemos quedarnos aquí para siempre. Necesitamos respuestas... y Silver Lake podría ser el único lugar donde encontrarlas. ¿Tú qué crees? —preguntó finalmente, esperando que Aidan pudiera ofrecerle alguna claridad en medio del caos de sus pensamientos.

Me quedé pensativo tras su pregunta, aunque sabía que no podía dar una respuesta inmediata. Todo lo que había pasado anoche era... imposible de explicar. La miré, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero lo que realmente quería decir era complicado, mucho más de lo que ella esperaba escuchar.

— Yo... yo creo que... de-deberíamos es-esperar un poco más... — dije al fin, mi voz baja y cargada de duda. — Por si ac-ca-caso. Solo unas ho-horas... para asegurarnos de que to-todo está bien — me pasé una mano por la cara, sintiendo el peso de lo que estaba a punto de confesarle. No era algo que hubiera contado a nadie, pero lo que había pasado con Octavia me hacía pensar que quizá... ella entendería.

— Oc-Octavia... hay al-algo que ne-necesito decirte — murmuré evitando su mirada al principio, pero luego forzándome a alzar los ojos hacia los suyos. — Siempre he di-di-dicho que pe-perdí mis de-dedos en un accidente, an-antes de todo esto. Pero no fue así.

Tomé aire, dejando que el silencio llenara el espacio entre nosotros durante un momento, antes de continuar.

— Fue después de la... de la mu-muerte de Amanda — mi voz temblando mientras el recuerdo volvía con fuerza. — Yo... yo no quería se-seguir. Había pe-perdido todo, ¿sa-sabes? Me volví des-cu-cu-cuidad-o y entonces una... una de esas cosas me a-a-a-atacó.

Me llevé la mano al muñón donde faltaban mis dedos, apretando los dientes mientras intentaba recordar los detalles sin dejarme arrastrar por la emoción.

— No era un zombie no-normal. Era... más rá-ra-rápido, y su piel... — hice una pausa, estremeciéndome. — Era roja, como si es-estuviera quemada. Me cogió y... me arrancó los de-dedos de un mordisco. Yo... yo pensé que ese era el fi-fin.

Bajé la cabeza, incapaz de sostener su mirada mientras recordaba lo que sentí en aquel momento.

— Pe-pero no pasó nada. Me-preparé para lo pe-peor, para... convertirme, pero... no ocurrió. No hubo fiebre, no hubo... nada. Al principio pensé que era un mi-milagro, pero luego... luego me pregunté si po-podría ser otra cosa.

Levanté la mirada hacia ella de nuevo, más seguro esta vez, aunque mi voz seguía cargada de emoción.

— Tal vez hay... al-alguna gente que es inmune. No sé por qué ni cómo, pero... po-podría ser. Yo lo so-soy, y ahora creo que tú también lo eres. Po-puede que seamos pocos, muy pocos, pero... pero esto tiene que sig-significar algo. — me incliné hacia adelante, apoyando los codos sobre mis rodillas mientras la miraba con intensidad.

— Cu-cuando no morí, pensé que tal vez había un mo-mo-motivo para ello. Algo que debía hacer, a-aunque aún no sé exactamente qué es. Y ahora... ahora creo que tú ta-también tienes uno. Pe-pero primero necesitamos entender lo que... lo que somos. No pue-podemos ignorar esto, Octavia. Hay algo en nosotros que... que puede marcar la diferencia — me enderecé un poco, intentando aligerar la carga de lo que acababa de compartir, aunque el peso de mis palabras seguía latente en el aire.

— Así que... de-deberíamos esperar aquí al-algunas horas más, para es-estar seguros. Pero luego... tenemos que volver a Silver Lake. Necesitamos respuestas, y ta-tal vez allí po-podamos hacer algo.

Las palabras de Aidan resonaron en su cabeza mientras intentaba procesarlas. No podía creer lo que él acababa de confesarle, pero al mirarlo, la seriedad en sus ojos no dejaba lugar a dudas. Todo comenzaba a encajar de una forma que nunca había considerado. Se inclinó hacia él lentamente, mirando su mano con atención, y extendió la suya para tocar el lugar donde le faltaban los dedos, vendados como siempre.

—Por eso siempre llevas esto cubierto... —murmuró pasando los dedos con cuidado sobre el vendaje, como si al tocarlo pudiera entender mejor lo que había ocurrido—. Una criatura te los arrancó... pero no pasó nada. Aidan... —su voz se quebró ligeramente, porque no sabía qué pensar—. Esto es increíble. No sé cómo no te volviste loco guardándote algo así.

Lo miró fijamente, todavía asimilando sus palabras. Si él tenía razón, si de verdad era inmune... ¿podía significar que ella también lo era? Se sentía bien ahora, pero las dudas seguían ahí. Tragó saliva antes de atreverse a preguntar:

—¿No se lo has dicho a Ashley? —preguntó pensando en ella. Su nombre le vino automáticamente a la mente. Si alguien en Silver Lake podía entender lo que esto significaba, era Ashley—. Ella... tal vez podría haberte ayudado. Tomar muestras de tu sangre o algo así. Podría haber descubierto por qué no te pasó nada, por qué eres... inmune.

Al decirlo, un escalofrío recorrió su cuerpo. Si eso era cierto para él, ¿qué significaba para ella? ¿Debería hacer lo mismo? Tomó aire, tratando de calmar la maraña de pensamientos que se arremolinaban en su mente.

—Quizá conmigo sea igual... si sobreviví a esto, tal vez... —dejó que las palabras se perdieran, porque no quería emocionarse demasiado. Esto era demasiado grande para asumirlo en un solo momento. Y sin embargo, no podía dejar de pensar en su madre, maldita sea, su madre, en que no la iba a abandonar, que no la dejaría sola.

Se inclinó hacia atrás, dejando que su cabeza descansara en el respaldo del sofá mientras cerraba los ojos un instante. Sentía como si su mundo acabara de girar por completo.

—Pero tienes razón —dijo finalmente, abriendo los ojos para mirarlo de nuevo—. Es mejor esperar un poco más, por si acaso. No podemos arriesgarnos, no hasta estar completamente seguros.

Lo miró de nuevo, esta vez con una mezcla de admiración y curiosidad. Había guardado un secreto tan grande todo este tiempo, pero ahora parecía estar confiando en ella con algo que podía cambiarlo todo.

—Gracias por decírmelo, Aidan. Sé que no es fácil hablar de esto, pero creo que ahora entiendo mejor por qué seguimos aquí. Tal vez tengas razón, tal vez tengamos un propósito... —hizo una pausa mientras observaba su rostro con una sonrisa tenue—. Pero por ahora, creo que un poco de paciencia no nos vendrá mal.

Me quedé en silencio un momento mientras procesaba la reacción de Octavia. El simple hecho de que acariciara mi mano, justo donde faltaban los dedos, me hizo sentir más vulnerable de lo que había esperado. Siempre había llevado ese vendaje como un recordatorio, como un escudo para ocultar la verdad. Pero ahora, ella sabía. Y no solo lo aceptaba, sino que parecía comprenderlo.

— No... no se lo he co-contado a nadie — admití mi voz aún temblorosa. — Lo de-di-je antes, siempre creí que era... un mi-milagro, y luego... pensé que era mejor de-dejarlo estar. No quería... que me miraran como... como si fuera di-diferente.

Su mención de Ashley me hizo asentir lentamente. Había pensado en eso muchas veces, pero siempre me había detenido. La idea de que alguien examinara mi sangre, de que supieran lo que yo era, me daba miedo.

— Tal vez de-debería haber ido con Ashley... pero no sabía cómo ex-explicarlo — confesé desviando la mirada por un instante. Luego volví a mirarla, su rostro todavía pálido pero mucho más vivo que anoche. — Quizá... cuando vo-volvamos, si los dos es-estamos bien, po-podríamos hablar con ella... juntos.

Las palabras salieron antes de que pudiera detenerme, pero al decirlo, sentí un peso menos. No tenía que enfrentar esto solo, no más.

Me levanté lentamente, sacudiéndome el polvo de las manos mientras me giraba hacia la puerta.

— Pe-pero tienes ra-razón, no es buena idea mo-moverse ahora. E-espera aquí. Voy a ir a-a Silver Lake a buscar algo de comida. No ta-tardaré mucho.

Me aseguré de recoger mi bolsa y revisar que todo estuviera en orden. Miré a Octavia una vez más antes de salir, queriendo asegurarme de que estuviera cómoda.

— Vuelve a descansar un poco. Cuando regrese... comeremos juntos, ¿vale? — dije con una leve sonrisa, intentando transmitir más calma de la que realmente sentía.

Salí de la cabaña, ajustándome la mochila al hombro mientras mi mente seguía dando vueltas a lo que habíamos hablado. El aire fresco del bosque me ayudó a despejarme mientras avanzaba hacia Silver Lake, pero la idea seguía ahí, martilleando: tal vez había más como nosotros. Tal vez había algo más que podíamos hacer.

Era aterrador. Pero también, por primera vez en mucho tiempo, era esperanzador.

Octavia escuchó el sonido de la puerta cerrándose tras Aidan, dejando tras de sí un silencio abrumador que pareció llenar cada rincón de la cabaña. Él había dicho que descansara, pero ¿cómo podía hacerlo con todo lo que tenía en la cabeza? Cada palabra, cada confesión, giraba en su mente como un torbellino, y quedarse quieta no era una opción.

Se levantó del sofá con movimientos lentos, todavía algo mareada. Caminó por la cabaña, recorriendo con la mirada cada rincón, como si buscara algo que ocupara sus pensamientos. El pequeño escritorio, los muebles polvorientos, la tenue luz que entraba por las ventanas... Nada de eso le ofrecía respuestas. Con un suspiro, se pasó una mano por el cabello, sintiendo la frustración acumulada.

—No puedo quedarme quieta... —murmuró rompiendo el silencio.

Se dirigió hacia la ventana y miró hacia el exterior. El bosque parecía tan tranquilo que resultaba desconcertante. Las hojas se movían con el viento, y el sonido relajante no hacía más que aumentar su impaciencia. Aidan ya no estaba a la vista, pero su mente seguía fija en lo que él había dicho. No podía sacarse de la cabeza la idea de ser inmune, de compartir con él esa extraña condición.

Incapaz de quedarse allí dentro, caminó hacia la puerta y la abrió. El aire fresco del bosque la golpeó, despejando un poco su cabeza embotada. Salió al pequeño porche y apoyó los brazos en la barandilla de madera, mirando el sendero por donde Aidan había desaparecido. Cerró los ojos un momento, inhalando profundamente el aroma del bosque. Era una tranquilidad engañosa, un contraste absoluto con el caos que sentía dentro de sí.

—Si soy inmune... ¿qué significa eso? —susurró, dejando que la pregunta quedara suspendida en el aire.

Sus pensamientos no cesaban. Aidan había sugerido esperar unas horas más antes de volver a Silver Lake, pero incluso el paso del tiempo se le hacía insoportable. Miró de nuevo el sendero, deseando que Aidan apareciera, aunque sabía que no había pasado suficiente tiempo para que regresara.

Finalmente, regresó al interior de la cabaña. El silencio ahí dentro era tan opresivo como antes. Dio vueltas por la sala, moviéndose sin rumbo, inquieta. Pasó junto a la mesa donde Aidan había dejado sus cosas la noche anterior y se detuvo frente al escritorio. Allí estaba la carta que había empezado para su madre. Sus dedos tocaron el papel, recorriendo la superficie con delicadeza, como si al hacerlo pudiera encontrar algún tipo de conexión con la realidad.

—Tal vez Aidan tenga razón... Tal vez esto no sea una casualidad —murmuró para sí misma, aunque la duda todavía pesaba en su voz.

Se levantó de nuevo, volviendo a dar vueltas por la cabaña. El tiempo pasaba con una lentitud desesperante, y el eco de sus propios pasos solo servía para aumentar su nerviosismo. Miró hacia la puerta una vez más, esperando escuchar los pasos de Aidan acercándose desde el bosque. Había dicho que no tardaría, y Octavia solo podía aferrarse a esa promesa mientras luchaba por calmar su mente inquieta.