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Mensaje por James Davenport Mar 26 Nov 2024, 17:24

James Davenport


14 de enero de 2013.
El aire huele a encierro y muerte, una mezcla que ya debería haber dejado de importarme. Pero aquí, en esta casa, todo es distinto. Cada rincón está impregnado de una vida que ahora es solo un eco. Un eco que me grita en cada esquina que fallé, que fui un cobarde.

Lo encuentro en la esquina del salón, acurrucado, con los brazos rodeando sus rodillas. Evan siempre fue un niño fuerte, más fuerte que yo a su edad. Pero ahora lo veo reducido a un espectro, como si la mordedura en su brazo no solo le hubiera robado la sangre, sino también la esperanza. Su piel está pálida, grisácea, y sus ojos se levantan hacia mí con algo que me atraviesa como un cuchillo: súplica.

- Papá... - su voz es apenas un murmullo, rota y temblorosa. Se ve más pequeño, como si de repente hubiera vuelto a ser aquel niño que lloraba porque no podía dormir sin su osito.

Me arrodillo frente a él, dejando caer el cuchillo que he estado sosteniendo con tanta fuerza que mis dedos están entumecidos. No puedo decir nada. ¿Qué podría decir? Que lo siento, que esto no debería haber pasado, que si hubiera llegado antes... Pero las palabras son inútiles ahora. Solo me quedo allí, mirándolo, tratando de grabar cada detalle de su rostro en mi memoria.

- No quiero ser uno de ellos - susurra. Sus ojos se llenan de lágrimas, pero mantiene la mirada fija en mí, como si eso le diera la fuerza que yo no tengo.

Su voz es clara, incluso en su fragilidad. Me está pidiendo algo que ningún padre debería tener que hacer, algo que sé que debo hacer. Pero el peso de esa decisión me aplasta. Cada fibra de mi ser grita que lo salve, aunque sé que no puedo. Su aliento es corto, irregular. No hay tiempo. Y, aun así, me quedo allí, inmóvil.

- Prométemelo, papá. No quiero ser uno de ellos.

Cierro los ojos con fuerza, intentando detener las lágrimas que amenazan con salir. No puedo hacer esto. No puedo. Apreté mis manos contra el suelo, intentando que el dolor físico me devolviera el control, pero no sirve de nada. Mis piernas tiemblan cuando me levanto. Ni siquiera puedo mirarlo.

- Papá, por favor… - su voz se rompe. Asiento, tratando de mantener la postura, han pasado horas y sé lo que viene a continuación. Sujeto su cuerpo entre mis manos, acaricio su cabeza y soy incapaz de contener las lágrimas, que brotan de mis hijos en silencio. Los minutos se suceden, tal vez una hora, la piel de Evan está ardiendo. La fiebre lo consume. Llevamos en la casa casi un día, miro mi reloj de pulsera. Sé lo que viene, ya viene... su respiración es entrecortada. Me levanto, lo recuesto en el sofá y acomodo, sujeto el cuchillo, tengo que hacerlo, pero no puedo, simplemente no puedo, no puedo hacerlo ahora y no podré hacerlo después cuando vuelva a despertar.

Lo único que puedo hacer es retroceder. Cada paso que doy hacia la puerta me duele como si estuviera arrancándome pedazos. Evan respira de forma entrecortada, se acerca su fin, no retrocedo. Sé que si lo hago, mi cobardía me destruirá. Miro la puerta abierta y la cierro de golpe, sellándolo dentro como si eso pudiera contener el horror.

Apoyo la espalda contra la madera, respiro hondo y trato de convencerme de que esto es lo mejor. Que no podía matarlo. Que no podía matarlo porque aún era mi hijo, porque aún estaba allí. Pero la verdad es más simple y más cruel: no podía hacerlo porque soy un maldito cobarde.

El eco de su voz sigue persiguiéndome, incluso ahora. “Prométemelo”. Cada vez que cierro los ojos, lo veo ahí, con esos ojos suplicantes y el cuchillo entre sus dedos temblorosos. Cada vez que respiro, siento el peso de esa puerta que cerré. No maté a mi hijo. Pero lo dejé morir de una manera mucho peor.

Y eso es algo que nunca me perdonaré.


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Mensaje por James Davenport Miér 27 Nov 2024, 17:22

James Davenport


Primavera de 1991
El taller huele a grasa, metal y un leve rastro de tabaco que nunca termino de borrar. Para mí, este lugar siempre ha sido un refugio, un rincón donde el ruido del mundo exterior se apaga entre el ronroneo de motores y el chirrido de herramientas. Pero hoy es diferente. Hoy, hay un intruso.

Evan está sentado en una vieja caja de piezas, balanceando las piernas mientras observa cada movimiento que hago con una atención que nunca creí que tendría. Tiene solo diez años, pero ya se le nota el ingenio en esos ojos. Esos malditos ojos que sacó de su madre y que siempre me miran como si esperaran algo de mí. Algo que no sé si puedo darles.

- ¿Por qué haces eso, papá? - pregunta de repente, señalando el motor de la pickup que llevo horas desarmando.

- Porque si no lo hago, este trasto no va a arrancar nunca más - respondo sin apartar la vista del trabajo. Mi tono es seco, como siempre, pero por dentro estoy nervioso. No suelo pasar tiempo con él, no porque no quiera, sino porque nunca sé cómo hacerlo. Él es todo curiosidad, y yo soy todo silencio.

Evan se levanta y se acerca, sus zapatillas deportivas chirriando contra el suelo aceitoso. Se queda junto a mí, mirando el motor como si fuera un rompecabezas que necesita resolver.

- ¿Puedo ayudarte? - dice y esa simple pregunta me paraliza por un segundo.

Lo miro de reojo, preguntándome si realmente quiere hacerlo o si solo está buscando una excusa para estar aquí conmigo. Pero cuando lo veo inclinarse hacia adelante, con las manos extendidas como si estuviera listo para ensuciarse, algo dentro de mí cede.

- Está bien. Pasa esa llave inglesa. La grande - apunto hacia la mesa de herramientas y él corre hacia ella, sus pasos resonando en el pequeño espacio. Se detiene un segundo, confundido, mirando entre las herramientas como si no estuviera seguro de cuál es la correcta.

- Esta, ¿no? - pregunta sosteniendo una llave ajustable.

Niego con la cabeza y suelto un resoplido.

- No, esa es ajustable. La inglesa es la que parece un ocho en los extremos.

Lo veo buscar de nuevo, esta vez con más cuidado, hasta que finalmente la encuentra. Cuando me la pasa, sus manos están cubiertas de grasa, pero tiene una sonrisa orgullosa en el rostro.

- Bien hecho, chico - las palabras salen antes de que pueda detenerlas, y noto cómo su sonrisa se ensancha un poco más. Por un momento, el taller no es solo mi refugio. Es el nuestro.

Trabajamos juntos durante horas. Bueno, más bien yo trabajo y él pregunta cosas cada cinco minutos, pero no me molesta. Me cuenta sobre un proyecto de ciencias en la escuela, sobre cómo quiere construir un coche eléctrico con uno de sus amigos. Habla y habla, y yo escucho, algo que no suelo hacer con nadie más.

Cuando finalmente arrancamos la pickup y el motor ruge de nuevo, Evan da un pequeño salto de alegría. Tiene las manos sucias, la cara manchada de grasa, y aún así, parece más feliz que nunca.

- ¡Funcionó! - exclama, mirando el vehículo como si fuera magia en lugar de mecánica.

Lo miro y, por primera vez en mucho tiempo, me permito sonreír. No una de esas sonrisas rápidas y falsas que doy para salir del paso, sino una real. Porque, en ese momento, me doy cuenta de algo: no soy un buen padre, pero quiero intentarlo. Quiero ser alguien de quien pueda estar orgulloso.

Esa noche, cuando me siento en el porche con un puro a medio encender, pienso en todo lo que no he hecho por él. En todas las veces que me he escudado en mi trabajo, en mis silencios. Pero ahora... ahora tengo una razón para intentar ser mejor.

Y por primera vez en mucho tiempo, creo que puedo hacerlo.


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Mensaje por James Davenport Miér 27 Nov 2024, 20:17

James Davenport


Verano de 1981
El hospital huele a desinfectante y a desesperación, una mezcla que me revuelve el estómago. Llevo un día entero aquí, sentado en esta silla incómoda, tratando de no pensar demasiado. La enfermera me dijo que Jessica está despierta, que puedo entrar a verla, pero no estoy seguro de querer hacerlo. Todo esto ha sido demasiado, y por más vueltas que le doy, no sé cómo demonios voy a manejarlo.

Al final, me levanto. No puedo quedarme aquí sentado como un cobarde. Camino por el pasillo, mis pasos resonando en el suelo encerado, y abro la puerta de su habitación. Lo primero que veo es a Jessica de pie junto a la cama, recogiendo sus cosas. Lleva puesta su ropa de calle, y su maleta pequeña está medio llena sobre la colcha. Me detengo en seco.

- ¿Qué estás haciendo? - pregunto aunque creo que ya sé la respuesta. Mi voz suena más fuerte de lo que esperaba, pero no me importa.

Jessica apenas levanta la mirada, como si no tuviera tiempo para mí. Sigue guardando cosas en su bolsa, metódica, como si estuviera empacando para unas vacaciones.

- Me han dado el alta - responde con su tono seco, como si fuera lo más normal del mundo.

Frunzo el ceño, mi mente está intentando ponerse al día con lo que estoy viendo.

- ¿Y el niño? ¿Qué pasa con él? - pregunto aunque siento un nudo formándose en mi garganta. Algo no encaja.

Ella suspira y deja de moverse por un momento. Me mira, y en sus ojos no hay nada que pueda reconocer.

- James… no puedo hacerlo. No puedo ser madre - su voz no tiembla, no vacila. Es fría, dura, definitiva.

- ¿Qué quieres decir con eso? - mi corazón se acelera, y mis manos empiezan a cerrarse en puños. Sé lo que va a decir, pero no quiero escucharlo.

- Quiero decir que voy a darlo en adopción - ahí está. La frase cae como un martillo, y me deja completamente inmóvil.

Por un momento, no puedo responder. Mi mente está corriendo en todas direcciones, buscando algo, cualquier cosa, que pueda detener esto. No he tenido ni un día para procesar lo que significa tener un hijo, pero ahora, de repente, lo entiendo. Lo entiendo porque la idea de perderlo me duele de una manera que no sabía que era posible.

- No - la palabra sale antes de que pueda detenerla, y Jessica levanta una ceja, sorprendida.

- ¿Qué quieres decir con “no”? - pregunta con ese tono tan cortante. Y pensar que mis padres querían que le hubiera pedido matrimonio, no la hubiese aguantado ni dos días.

- Quiero decir que no voy a darlo en adopción. Yo me haré cargo - mi voz es firme, aunque por dentro estoy temblando.

Ella me mira durante unos segundos, como si estuviera tratando de entender si hablo en serio. Luego, asiente, su expresión volviendo a esa frialdad impenetrable.

- Está bien. Si eso es lo que quieres, entonces es tuyo. Firmaré lo que sea necesario. Pero quiero dejar algo claro: no me busques, James. No me llames, no me escribas. No quiero nada de esto - sus palabras son como una sentencia, y aunque debería sentir alivio porque me está dejando al niño, solo siento un vacío que no puedo explicar.

No digo nada mientras ella recoge el resto de sus cosas y se va. La puerta se cierra tras ella, y me quedo allí, solo en la habitación. Me paso una mano por la cara, tratando de procesar lo que acaba de pasar. No sé qué demonios voy a hacer, pero lo único que tengo claro es que no voy a abandonar a ese niño.

Camino hacia la cuna, mis pasos más lentos esta vez. Cuando llego, lo veo, envuelto en una manta, con el rostro tranquilo como si nada en el mundo pudiera perturbarlo. Me inclino sobre él, y algo dentro de mí se aprieta.

- Evan… - murmuro, probando el nombre. Me gusta cómo suena. Es fuerte, simple. Justo lo que necesita alguien como él. - Supongo que somos tú y yo ahora, chico.

Lo recojo con cuidado, sintiendo su peso ligero en mis brazos, y me doy cuenta de que estoy completamente aterrorizado. Pero también sé que, pase lo que pase, no voy a fallarle.


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Mensaje por James Davenport Jue 28 Nov 2024, 20:08

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23 de abril de 1996
La humedad en el aire lo hace todo más pesado. Estoy bajo el capó de una vieja Ford Bronco, con las manos llenas de grasa y el olor a aceite quemado metiéndoseme en la nariz. Llevo horas intentando que esta maldita chatarra vuelva a arrancar, pero no hay forma. Me paso una mano por la frente, dejando un rastro negro en la piel sudada. Maldita sea, ¿por qué no funciona? Me digo a mí mismo que debería rendirme, pero no puedo. No todavía.

- ¿Te rindes, viejo? - la voz de Evan suena detrás de mí, cargada de esa confianza arrogante que solo tienen los adolescentes.

Levanto la cabeza, golpeándome contra el capó en el proceso. Perfecto. Ahora, además de frustrado, estoy cabreado.

- ¿Viejo? Yo era más joven que tú cuando aprendí a arreglar motores - respondo masajeándome la cabeza mientras lo miro. Está apoyado contra la puerta del garaje, con una sonrisa torcida que me hace querer lanzarle la llave inglesa.

- Claro, claro. Pero eso fue en la época de los dinosaurios, ¿no? - se cruza de brazos y se inclina un poco hacia adelante, disfrutando de cada segundo de mi frustración. La verdad es que se lo he puesto fácil, culpa mía.

Evan siempre ha sido así, desafiante, pero con ese brillo en los ojos que me hace sentir orgulloso aunque quiera matarlo a veces. Le lanzo una mirada que él finge ignorar antes de entrar en el garaje y coger una botella de agua del banco de trabajo.

- ¿Sabes qué? Si eres tan listo, ven aquí y arréglalo tú - le digo, apuntando hacia la Bronco con un movimiento de la llave.

- ¿En serio? - pregunta arqueando una ceja mientras se acerca. Está tratando de parecer indiferente, pero puedo ver la emoción en su cara. Este chico siempre ha querido demostrar que puede hacerlo todo, y yo siempre he querido enseñarle que no es tan fácil como parece.

- En serio - me echo hacia atrás, cruzándome de brazos. Quiero ver qué hace, aunque sé que probablemente me arrepienta.

Evan se inclina sobre el motor, estudiándolo como si fuera un rompecabezas. No pasa mucho tiempo antes de que empiece a juguetear con las piezas, y yo me doy cuenta de que está más atento de lo que suelo darle crédito. Está buscando algo, probando conexiones, apretando aquí y allá.

- Si funciona, vas a tener que invitarme a una cerveza - su tono es tan descarado que no puedo evitar soltar una risa breve y seca.

- Claro, porque eso es exactamente lo que voy a hacer: romper la ley para ti - respondo aunque por dentro estoy disfrutando del momento.

Unos minutos después, hay un chisporroteo. Evan salta hacia atrás, maldiciendo, mientras yo me acerco para ver qué demonios ha hecho. Pero cuando giro la llave en el encendido, la Bronco arranca. El motor tose un poco al principio, pero luego se estabiliza. Está funcionando.

- ¿Ves? No soy tan inútil como crees - dice con una sonrisa amplia que no puede ocultar.

Lo miro, sintiendo una mezcla extraña de orgullo y tristeza. Este chico... tiene toda una vida por delante. Más oportunidades de las que yo nunca tuve. Y en ese momento, me prometo algo que nunca digo en voz alta: haré cualquier cosa para que tenga esa vida. Para que no termine como yo, con las manos manchadas de grasa y una lista interminable de cosas que podrían haber sido.

- Vale, chico listo. Pero la próxima vez, intenta no electrocutarte - le doy una palmada en la espalda, y él se ríe, esa risa que hace que el mundo parezca menos oscuro por un momento.

Es un recuerdo simple, una tarde cualquiera en el garaje. Pero ahora, años después, se siente como un tesoro. Uno de esos momentos que vuelven cuando el silencio se hace insoportable, cuando el peso de lo que pasó se siente demasiado. Es en tardes como esa donde quiero quedarme atrapado para siempre, con Evan a mi lado y el sonido del motor funcionando como un recordatorio de que, aunque sea por un momento, todo estaba bien.


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Mensaje por James Davenport Jue 28 Nov 2024, 21:17

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14 de mayo de 2001
El sol está alto en el cielo, demasiado brillante para mi gusto. Todo en este día parece empeñado en hacerme sentir incómodo, desde el calor que se cuela por mi camisa hasta el silencio que invade la casa. Llevo toda la mañana escuchándolo, ese maldito silencio, y no sé si quiero romperlo o dejar que me consuma.

Evan está en su habitación, terminando de hacer la mochila. Puedo oír el sonido de la cremallera y el leve murmullo de una canción que tararea por lo bajo. Siempre ha sido así, lleno de energía incluso cuando no la necesita. Pero hoy, esa energía me pesa como una losa. Cada movimiento que hace es como un golpe en el estómago.

No puedo quedarme más tiempo en el salón, así que me levanto y me acerco a su habitación. La puerta está entreabierta, y le veo de espaldas, guardando una última camiseta. Por un instante, parece tan pequeño como cuando lo llevaba en brazos, cuando lo arropaba por las noches y le prometía que siempre estaría ahí para él. Pero no lo es. Ahora es un hombre, y eso es lo que más duele.

- ¿Ya estás listo? - pregunto apoyándome en el marco de la puerta. Mi voz suena más grave de lo que esperaba, como si el nudo en mi garganta hubiera bajado hasta el pecho.

Evan se gira, con esa sonrisa suya que parece sacada de otra vida, de alguien que no entiende realmente lo que está a punto de hacer. Lleva el uniforme puesto, impecable, como si ya estuviera camino de su nueva vida. Dios, parece tan joven y tan seguro al mismo tiempo que no sé si quiero abrazarle o encerrarle en su habitación para que no se marche.

- Llevo listo días, papá - su tono es ligero, como si estuviéramos hablando de un viaje de fin de semana. Pero yo sé que esto es diferente.

Doy un paso dentro de la habitación, cruzándome de brazos para que mis manos no tiemblen. Me quedo un momento en silencio, observándole, grabando cada detalle de su rostro, de su postura. Sé que esto no es un adiós definitivo, pero tampoco es algo de lo que pueda volver atrás. La puerta que está a punto de cruzar le cambiará. Cambia a todo el mundo.

- Tu abuelo está muy orgulloso - digo al fin, más porque siento que debo decir algo que porque realmente lo crea.

- ¿Y tú? - pregunta deteniéndose un momento con la mochila colgada del hombro. Su mirada es directa, sin rastro de duda. Siempre ha tenido esa maldita forma de mirarme que me hace sentir que no puedo esconder nada.

Trago saliva y asiento, aunque en realidad no sé bien qué siento. Claro, estoy orgulloso. Evan es fuerte, decidido, con un sentido del deber que me recuerda al que yo tenía a su edad. Pero también estoy aterrado. Sé cómo es el mundo, sé lo que significa llevar un arma y enfrentarse a cosas que no se ven en los telediarios.

- Claro que estoy orgulloso - respondo, aunque mi voz se quiebra un poco - Pero eso no significa que me guste.

Evan sonríe de nuevo, y esta vez su sonrisa tiene algo diferente, algo más humano. Cruza la habitación y me da un abrazo rápido, un gesto que siempre he apreciado pero que nunca sé cómo manejar. No digo nada, pero le doy unas palmadas en la espalda, intentando ocultar el temblor en mis manos.

- Volveré antes de que te des cuenta - dice cuando se aparta, ajustando la mochila sobre su hombro.

- Más te vale - respondo tratando de esbozar una sonrisa, aunque el peso en el pecho sea insoportable.

Le sigo hasta la puerta principal, donde un taxi le está esperando. Veo cómo sube al coche, cómo cierra la puerta y cómo el vehículo se pone en marcha, alejándose por la calle. Me quedo allí, de pie en el porche, mirando hasta que desaparece de mi vista.

El silencio vuelve, más pesado que antes, y no puedo evitar sentir que algo se ha roto. Entro en la casa y miro a mi alrededor. Todo está exactamente igual que hace unas horas, pero se siente vacío. Como si faltara algo esencial.

No estaba listo para esto. No estaba listo para dejarle marchar.

Y no lo estaré nunca.


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Mensaje por James Davenport Vie 29 Nov 2024, 12:29

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2005
El taller está casi vacío, salvo por mí y el ruido constante del compresor. Es una de esas tardes en las que el tiempo parece detenerse, donde todo lo que tengo es el sonido de las herramientas y el olor a aceite para mantenerme enfocado. Estoy bajo el capó de un viejo Chevy que lleva días dándome problemas, con las manos llenas de grasa y un cigarro apagado entre los labios. No lo enciendo; hace años que dejé de fumar, pero el gesto se me quedó como una manía que no consigo soltar.

El rugido de un motor se cuela por encima del zumbido de las máquinas. Frunzo el ceño y me detengo un momento. No espero a nadie, y la mayoría de mis clientes no aparece sin avisar. Apago el compresor, dejo caer la llave inglesa sobre la bandeja metálica y me limpio las manos con el trapo que llevo atado al cinturón.

Cuando salgo a la entrada del taller, lo veo. Una camioneta militar aparcada justo delante. Por un segundo, el corazón me da un vuelco. No puede ser. Evan no dijo nada sobre venir. De hecho, la última vez que hablé con él fue hace meses, una llamada rápida desde quién sabe dónde. Me dijo que estaba bien, que no me preocupara. Lo típico. Pero con Evan nunca puedes estar seguro.

La puerta del copiloto se abre, y ahí está. Evan. Me quedo helado, el cigarro colgando de mis labios como un idiota. Lleva el uniforme militar, y lo primero que noto es lo distinto que parece. Más ancho, más fuerte… pero es su mirada lo que me golpea. Hay algo nuevo en sus ojos, algo que no estaba ahí cuando se fue.

- ¿Evan? - pregunto como si necesitara confirmar que realmente es él.

Él sonríe, esa maldita sonrisa que siempre ha tenido, y se acerca con las manos en los bolsillos. Parece relajado, pero yo sé que no lo está. Le conozco demasiado bien.

- ¿Qué pasa, viejo? - dice con ese tono que me resulta familiar, aunque su voz suena un poco más grave, más madura. ¿Cuándo ha crecido tanto?

No sé qué decir al principio. Me quedo ahí, mirándolo como un tonto. Y luego, sin pensarlo demasiado, lo abrazo. No es algo que hagamos a menudo, pero en ese momento, lo necesito. Es breve, porque ninguno de los dos es de esos tipos que se abrazan mucho, pero suficiente para que sepa lo que significa para mí verle aquí, en casa.

- ¿Qué coño haces aquí? - le pregunto cuando me separo, retrocediendo un paso para mirarle mejor.

- Sorpresa. Me han dado un permiso de unos días, así que pensé en venir a ver si seguías destrozando coches viejos - se ríe, su tono es ligero, como siempre, pero noto la tensión en sus hombros, la forma en que evita mirarme directamente a los ojos.

- Ya ves. Alguien tiene que arreglarlos, ¿no? - respondo esbozando una sonrisa mientras le doy un golpe suave en el hombro. Es un alivio verle aquí, sano y salvo, aunque sé que no todo es tan sencillo como parece.

Le invito a entrar al taller, y camina alrededor como si nunca se hubiera ido, tocando herramientas, mirando los coches. Por un momento, es como si nada hubiera cambiado. Pero el silencio entre nosotros no es el mismo de antes. Es más pesado. Hay algo diferente en él, y no puedo evitar preguntarme qué habrá visto, qué habrá hecho, para que parezca tan… distante.

- ¿Te quedas a cenar? - pregunto intentando romper la tensión.

- Si cocinas tú, paso - se ríe y durante un segundo, es como si volviera a ser el chico que solía correr por aquí con las manos llenas de grasa.

Nos sentamos en un banco junto a la pared, compartiendo una cerveza que tenía guardada en la nevera del taller. No hablamos mucho; nunca hemos sido de hablar demasiado. Pero hay algo en la forma en que sostiene la botella, en cómo mira al suelo, que me dice que hay algo que quiere decirme.

- Papá… - empieza, pero luego se detiene. Lo miro, esperando, pero no digo nada. Sé que si le presiono, se cerrará como una maldita trampa.

- Nada. Solo… es bueno estar aquí - dice finalmente, su voz baja, casi un susurro.

Me quedo mirándole, y por un momento, me parece más joven. No el hombre que se ha convertido, sino el chico que solía estar aquí, arreglando coches conmigo, bromeando como si no tuviera una preocupación en el mundo.

- Siempre tendrás un lugar aquí, Evan. Lo sabes, ¿no? - digo intentando que mi voz suene firme.

Él asiente, pero no dice nada más. Pasamos el resto de la tarde arreglando cosas en el taller, hablando de tonterías, evitando los temas importantes. Pero ese día queda grabado en mi memoria como uno de los últimos momentos en los que le sentí cerca, como si el tiempo no nos hubiera alejado todavía.


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Mensaje por James Davenport Dom 01 Dic 2024, 21:00

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2001
El gimnasio está a reventar. El ruido de la multitud me golpea los oídos, mezclado con el chirrido de las zapatillas sobre el suelo y el olor a sudor que lo impregna todo. Estoy apoyado contra una columna, los brazos cruzados, tratando de parecer calmado, pero por dentro estoy hecho un maldito desastre.

Evan está en el círculo de lucha, con las manos en las rodillas y esa mirada fija que lleva cuando sabe que está a punto de ganar. Tiene 20 años, y aunque sigue siendo mi crío, lo que veo ahora es a un hombre. Su cuerpo está más definido, sus movimientos más seguros, y su confianza parece indestructible. Pero esto no es solo otra pelea.

Es su última pelea.

El árbitro da la señal, y el combate comienza. Me tenso al instante, siguiendo cada movimiento como si estuviera ahí dentro con él. El otro chico es rápido, más de lo que esperaba, y por un segundo creo que va a poner a Evan en aprietos. Pero mi hijo siempre ha sido un luchador, y en un parpadeo lo veo girar, atrapar a su oponente con una llave impecable y derribarlo al suelo.

La multitud estalla, el árbitro levanta la mano de Evan, y la sonrisa que se dibuja en su rostro me dice todo lo que necesito saber. Está en la cima del mundo, al menos por esta noche.

Cuando sale del círculo, lo espero en la línea de las gradas. Antes de que diga nada, le doy un golpe en el hombro.

- Buen trabajo, campeón.

Él se ríe, todavía jadeando, y ajusta la medalla que le cuelga del cuello.

- ¿Eso es todo? Pensaba que me ibas a invitar a una cerveza o algo.

- Claro, porque una victoria te convierte en mayor de edad de repente - bromeo. Como si no supiera que bebe con sus colegas, o incluso alguna vez conmigo.

Nos reímos los dos, aunque por dentro siento que algo se me hunde en el estómago. Lo veo rodeado de su equipo, del entrenador, de todos esos chavales que lo animan como si fuera un héroe. Pero todo lo que puedo pensar es en lo que viene mañana.

Más tarde, en la Dodge, el ambiente cambia. Evan está callado, algo raro en él, mirando por la ventana como si estuviera grabando cada detalle del camino. Finalmente, rompe el silencio.

- Mañana presento los papeles, ¿sabes?

Siento un nudo en la garganta, pero no me permito dudar. Asiento, manteniendo la vista en la carretera.

- Lo sé.

- Es lo que quiero hacer, papá. No hay otra cosa.

Lo sé. Lo he sabido desde que empezó a hablar del ejército hace años, pero escucharlo decirlo en voz alta… Siempre, esas batallitas con mi padre... sus historias. Ha sido su culpa y aunque trataba de alejarlo de esos temas, no lo conseguí. Era consciente de ello. Es como si todo este tiempo me hubiera estado preparando para esto, pero ahora que está aquí, no estoy listo.

- Lo sé, Evan. Solo prométeme algo, ¿vale?

- ¿Qué?

- Prométeme que tendrás cuidado.

Él se ríe, esa risa breve y sincera que siempre me desmonta un poco.

- Claro, viejo. Como si no supieras que soy el mejor.

Cuando estaciono frente a casa, se queda sentado un momento antes de abrir la puerta. Lo miro y veo a ese niño que solía corretear por el taller, aunque ahora tiene el peso del mundo en los hombros.

- Estoy orgulloso de ti, hijo - digo antes de que baje.

Se detiene, sorprendido por un segundo, pero luego asiente y me da esa sonrisa que rara vez deja ver.

- Gracias, papá.

Lo veo entrar, y me quedo en la Dodge un rato más, mirando la puerta cerrarse detrás de él. Sé que mañana se abrirá una nueva puerta, una que lo llevará lejos de mí, y que nada volverá a ser como antes. Pero por esta noche, es suficiente.


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Mensaje por James Davenport Lun 02 Dic 2024, 19:14

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27 de noviembre de 2012.
El olor a café recién hecho llena la cocina, mezclado con el chisporroteo del bacon en la sartén. Estoy de buen humor, lo que no es precisamente común últimamente. Pero esta mañana se siente distinta, tranquila, como si el mundo me hubiera dado un respiro por fin. Me levanto temprano, dejo a Evan durmiendo un poco más y me meto en la cocina. Hace tiempo que no le preparo su desayuno favorito: huevos revueltos con bacon y café fuerte, justo como le gusta.

La televisión está encendida, las noticias de siempre llenan el aire con su murmullo constante. Algo sobre Nueva York. Ni siquiera presto atención. Mi cabeza está en los huevos, en conseguir la textura perfecta. Es lo único en lo que quiero pensar ahora. Siento una satisfacción rara al alinear los platos, al servir el café caliente, al escuchar cómo el pan salta de la tostadora.

Evan aparece en la puerta, despeinado, con esa cara de "recién despierto" que siempre me hace sonreír.

- ¿Qué es esto? ¿Mi desayuno favorito? - su tono es mezcla de sorpresa y broma.

- No te acostumbres - le respondo mientras le paso una taza de café.

Se acerca al plato y, antes de que pueda detenerlo, agarra una tira de bacon y se la lleva a la boca.

- Mmm… está bueno. Me estás malcriando, viejo.

Me río mientras vuelvo a la sartén. La televisión sigue hablando de algo en Nueva York, pero no le hago caso. ¿Qué podría importar algo tan lejos? Aquí estamos bien, en casa, disfrutando de una mañana tranquila.

- Siéntate, ya está casi listo - le digo.

Pero justo cuando Evan está a punto de hacerlo, su teléfono suena. Lo saca del bolsillo y, mientras contesta, sigue con esa actitud relajada.

- ¿Diga?

La conversación comienza normal, pero en cuestión de segundos su expresión cambia. Se pone serio, demasiado serio, y mi buen humor se evapora al instante. Apago la sartén, dejando el desayuno a medias, y me giro para mirarlo.

- Sí, entendido… Estoy en casa, pueden venir a buscarme… De acuerdo.

Cuelga y se queda mirando el teléfono un segundo, como si intentara procesar lo que acaba de escuchar.

- ¿Qué pasa? - pregunto dejando el plato en la encimera.

- Me necesitan en Nueva York - responde todavía con la mirada fija en el teléfono.

- ¿Nueva York? ¿Qué demonios está pasando?

Evan se pasa una mano por el pelo, un gesto que siempre hace cuando está nervioso.

- No lo sé. Me han dicho que hay algo grave, pero no me han dado detalles. Solo que recoja mis cosas y esté listo. Vienen a por mí.

- Espera un momento - le digo tratando de mantener la calma - ¿Grave? ¿Qué tan grave como para enviarte allí? Normalmente te mandan al extranjero, ¿no?

- Por eso estoy preocupado - admite finalmente levantando la mirada hacia mí - Algo no va bien, papá. Y si me están movilizando así, es porque la cosa no pinta bien.

Se queda en silencio por un momento, como si dudara en decir lo siguiente.

- Papá, escucha… creo que deberías irte a la granja con los abuelos.

- ¿La granja? - repito incrédulo- Evan, no estoy pensando en irme a ninguna parte.

- Papá, por favor - su voz más seria que nunca. - Hazme caso. Si esto es tan grave como creo, prefiero que estés lejos de cualquier problema. Los abuelos tienen provisiones, están en un lugar tranquilo. Solo hasta que sepamos qué está pasando.

Quiero discutir, decirle que está exagerando, pero hay algo en su tono, en la forma en que me mira, que me detiene.

- Vale… Vale, pero ¿qué pasa contigo?

- No te preocupes por mí - responde mientras se dirige a su habitación. - Me las arreglaré. Siempre lo hago.

No tengo tiempo de insistir. Apenas cinco minutos después, ya está bajando las escaleras con una mochila al hombro. Ni siquiera le da un mordisco a los huevos que preparé. Se detiene un segundo para mirarme antes de salir por la puerta.

- Te llamaré cuando pueda, ¿vale?

- Más te vale - respondo intentando mantener el tono ligero. Pero hay algo en mi pecho que se aprieta al verlo subir al coche que ha llegado a recogerle.

Desde el umbral, lo observo mientras el vehículo se aleja por la calle. Algo no encaja. Esa llamada, su actitud, la forma en que me pidió que me fuera… Todo me da una sensación que no puedo sacudirme.

El mundo aún parece normal, pero siento que algo está a punto de cambiar. Que esta mañana tranquila ha sido la última de su clase.

Salgo del porche y me quedo en el jardín delantero observando la calle por la que se han ido, espero estar equivocado, pero tengo un muy mal presentimiento.


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Mensaje por James Davenport Mar 03 Dic 2024, 22:11

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24 de abril de 1991.
Es un miércoles cualquiera. Salgo temprano del taller porque la escuela de Evan ha llamado. Otra vez. La maestra dice que ha estado raro, callado. No quiere hablar con nadie y ni siquiera quiso comer su almuerzo. Lo primero que pienso es que tal vez está enfermo, pero algo en su tono me dice que no es físico. Hay algo más.

Cuando llego, lo encuentro sentado en un rincón del patio, con la cabeza baja y los brazos cruzados. Sus compañeros están lejos, jugando y riendo como si el mundo no tuviera peso. Me acerco despacio, intentando no alarmarlo. Cuando estoy a unos pasos de él, levanta la vista. Sus ojos están rojos, como si hubiera estado llorando en silencio.

- ¿Qué ha pasado, chico? - pregunto agachándome para estar a su altura.

No responde al principio. Solo se queda ahí, mirando al suelo como si las palabras estuvieran atrapadas en su garganta. Finalmente, habla, pero su voz es apenas un susurro.

- Ellos dicen que no tengo mamá porque nadie quiso quedarse contigo… que por eso estoy aquí solo.

Sus palabras me golpean más fuerte de lo que esperaba. Siento un nudo en el estómago, una mezcla de rabia e impotencia que trato de tragarme antes de que me consuma. Respiro hondo, colocándome una mano en la nuca mientras busco las palabras correctas.

- Evan… - empiezo, pero él me interrumpe.

- ¿Es verdad? - me mira directamente a los ojos, su es expresión una mezcla de tristeza y desafío. Como si estuviera buscando algo, cualquier cosa, a lo que aferrarse.

Me siento en el suelo junto a él, ignorando las miradas de los otros niños y los maestros. Este momento es solo de él y mío. Paso un brazo por sus hombros y lo acerco a mí, aunque noto que al principio se resiste un poco.

- Mira, sé que no tienes a tu madre aquí, y sé que eso puede hacer que las cosas sean difíciles a veces. Pero te voy a decir algo: tú no estás solo. Nunca lo has estado y nunca lo estarás mientras yo esté aquí - le aprieto el hombro suavemente, obligándolo a mirarme. - ¿Sabes por qué? Porque tú eres lo más importante para mí. Eres mi hijo, Evan, y eso es todo lo que importa.

Sus ojos se llenan de lágrimas otra vez, pero esta vez no las contiene. Se lanza hacia mí, enterrando su rostro en mi pecho mientras solloza. Y ahí estoy, sosteniéndolo con fuerza, sintiendo cómo ese pequeño cuerpo tiembla contra el mío. No digo nada más. No hace falta.

Cuando finalmente se calma, levanta la vista y me mira con esa expresión que solo un niño puede tener, una mezcla de vulnerabilidad y esperanza.

- ¿De verdad siempre estarás aquí? - pregunta con la voz rota, y me parte el alma.

Le sonrío, una sonrisa que espero sea lo suficientemente fuerte como para convencerlo de que lo que digo es verdad.

- Siempre, chico. Te lo prometo.

Esa noche, después de llevarlo a casa y cenar juntos, se queda dormido en el sofá mientras vemos una vieja película de acción. Lo miro durante un largo rato, pensando en todo lo que le falta, en todo lo que trato de ser para él. Y aunque sé que no soy perfecto, en ese momento decido que haré lo que sea necesario para que nunca dude de que tiene a alguien en su vida.

Porque, al final del día, él es todo lo que tengo también.


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