Cortesía del anfitrión ▬ James Davenport

—Reduce un poco la velocidad, este camino no es que... bueno, como veas —Octavia se había incorporado y bajaba la ventanilla para asomarse. Estaban llegando a Silver Lake y sabía dónde estarían los guardias y cuál era el protocolo ante la presencia de un vehículo desconocido—. Enciende las luces largas del coche, hazlas parpadear tres veces y las apagas.

Esa era la nueva señal, para indicar que quienes iban en el vehículo eran miembros de Silver Lake, de esa forma los guardias no se pondrían alerta.

El viaje no había sido muy largo, se había vuelto a dormir en un momento dado, ya que apenas habían hablado demasiado, James se concentraba mucho en la carretera y ella se había dedicado a observarlo de vez en cuando de reojo, sin poder evitar hacerse preguntas sobre él. Solo sabía que había tenido un hijo, y que se había convertido.

Al alcanzar las murallas las puertas se abrieron lentamente para ellos. Avanzaron un poco más hacia el interior del poblado. Le iba señalando y cuando alcanzaron las cabañas le indicó un lateral donde podía aparcar.

—Silver Lake era un antiguo campamento, aprovechando que está junto al lago y en una zona bastante alejada de todo... es un buen refugio, tratamos de cuidarlo —bajó del coche y saludó a algunas personas que se acercaron o pasaban por allí.

—Hey Octavia, bienvenida de vuelta... ¿Quién es ese? —Agus no se estuvo con rodeos, miembro de la guardia, ella no le conocía de antes. Un joven que al parecer tras acabar en el agujero ella, había adquirido un papel fundamental en Silver Lake y que ahora se las daba de sheriff—. Gracias, es James, me salvó la vida fuera. Vamos a ir a ver a Aidan, se hizo un corte feo —se acercó a la puerta del conductor.

—Bienvenido a Silver Lake —sonrió sincera, siendo una buen anfitriona. (Info. sobre Silver Lake). Agus se quedó a un lado, no parecía muy seguro, ni tampoco conforme con las palabras de Octavia.

—Vamos a curarte ese corte —le guiñó un ojo y comenzó a caminar hacia la enfermería de Aidan—. Aidan es un buen amigo, te podrá ver la herida, curarte y no hará preguntas, todo lo contrario, nos ayudará en lo que necesitemos.

Al llegar a la cabaña se acercó a la puerta y llamó, esperó pero no obtuvo respuesta alguna.

—¿Aidan? —abrió apenas un poco la puerta con cautela y se asomó, al ver que no había nadie la abrió más y frunció los labios—. Debe de haber salido.

Le hizo un gesto a James para que la siguiera dentro y cerró tras de si.

—Puedes quitarte la chaqueta y sentarte ahí, buscaré algo para desinfectar la herida y vendarte —Octavia se acercó a una pila con agua y jabón para lavarse bien las manos y luego se acercó a una estantería donde Aidan guardaba todo el material para curas, vendas, gasas...

—Veamos... —se agachó para mirar en los estantes de abajo.

Cuando Octavia me dice que reduzca la velocidad, dejo escapar un suspiro. Estoy cansado, no solo físicamente, sino de estas pequeñas órdenes que parecen no terminar. Aun así, hago lo que dice, más por no escuchar otro comentario que porque realmente me preocupe ir más despacio. Cuando me pide que haga parpadear las luces largas tres veces, me detengo un momento para procesarlo.

- Genial, señales secretas. ¿Qué sigue, una contraseña para entrar? - murmuro en voz baja mientras hago exactamente lo que me pide.

La muralla del lugar es lo primero que veo al acercarnos. Es un campamento bien montado, tengo que admitirlo, aunque algo en mí siempre desconfía de los lugares que parecen demasiado tranquilos. La entrada se abre lentamente, y seguimos avanzando hasta que ella me indica dónde aparcar. La observo por el retrovisor mientras saluda a algunos conocidos. Parecen aliviados de verla de vuelta, aunque noto miradas que se clavan en mí. Nada nuevo. Soy un extraño y, para ellos, eso es motivo suficiente para mantenerse en guardia. Hace tanto tiempo que no veo a tanta gente con vida, que aquello me resulta extraño, hasta el punto de incomodarme.

Cuando un tipo se le acerca, es evidente que le pregunta por mi, lo miro por un instante desde el asiento del conductor, evaluándolo. No me gusta, así que bajo del coche al tiempo de escuchar a Octavia mencionar que le salvé la vida. Hago una leve mueca, algo entre resignación y cansancio. No necesito explicaciones ni agradecimientos.

- Un placer, supongo - digo con un tono seco, pero sin intención de provocar nada. El tipo me sigue observando como si esperara algo más de mí, pero lo ignoro y ajusto mi chaqueta antes de seguir a Octavia.

Ella menciona a Aidan, alguien que supuestamente puede ayudar. Mientras camina hacia la cabaña, me limito a observar el lugar, memorizando cada salida, cada punto débil que puedo detectar. Viejas costumbres que nunca desaparecen. Cuando llegamos y no hay respuesta al golpear la puerta, frunzo el ceño. No me gusta la idea de entrar en un sitio vacío, pero la sigo de todas formas.

La cabaña es pequeña y funcional, nada del otro mundo, pero suficiente para lo que se necesita. Cuando Octavia me dice que me quite la chaqueta y me siente, la miro con una ceja arqueada, espero unos segundos, no puedo evitarlo, mis labios se curvan en una ligera sonrisa.

- Lo que ordene la Poli, pero no llevamos aquí ni diez minutos y ya me has llevado la contraria en mi última petición - comento con sarcasmo, pero me quito la chaqueta de todos modos. El movimiento hace que la herida en mi brazo proteste, pero no dejo que se note. La dejo sobre una silla cercana y me siento en otra, observando cómo se mueve por la habitación buscando el material necesario. Llevo una camiseta de manga corta que permite que la herida se vea, además de todos los tatuajes que cubren ambos brazos.

- Esto es mejor que nada - digo mientras echo un vistazo alrededor. No estoy acostumbrado a que alguien se preocupe por mí, y aunque mi tono sigue siendo áspero, hay algo de reconocimiento en mis palabras. Observo la mordedura en mi brazo, y eso me hace pensar. Faltan pocas horas para que se cumpla un día desde que me la hicieron, y sigo bien, sin fiebre, sin malestar... Evan a estas alturas estaba ya fatal, en las últimas, siendo consumido por la fiebre. Frunzo el ceño con un suspiro del que ni me percato.

- Estás mucho mejor del golpe - no es una pregunta, lo noto. Es un alivio teniendo en cuenta que pensé que se moriría en mi coche.

La observo mientras se agacha para buscar en los estantes, concentrada en lo que hace. Por un segundo, dejo que la guardia baje, permitiéndome aceptar que, por ahora, estoy en un lugar seguro. Pero solo por un segundo.

—Y yo te dije que llevo mucho tiempo sin ser poli... —Octavia se encogió de hombros con una sonrisa, todo eso mientras que revisaba entre las cosas de Aidan tratando de encontrar con algo de utilidad—. Esto es un ungüento que ha hecho Aidan para heridas a base de plantas —comentó mientras que leía la etiqueta. Fue lo único que encontró porque no había ni rastro de nada más. ¿Se habría llevado él las cosas?

—Bueno, lo aplicaré mientras tanto —aprovechando que tenía las manos limpias, se acercó a James con el ungüento, antes de poder hacer nada, observó mejor sus brazos, ahora que no llevaba la chaqueta se fijó en los tatuajes, eran unos cuantos, e incluso en los dedos tenía algunos también, que no había distinguido hasta ahora—. Vaya... es... está fresca aún la herida —logró decir, al obligarse a observar la mordedura.

—De hecho... es que no ha empezado a cicatrizar nada —se acercó mejor, con cierta preocupación para observar. Antes de aplicar el ungüento de plantas, decidió limpiar la herida con algo de agua, había también papel y aprovechó para secarla con sumo cuidado. Después comenzó a aplicar el ungüento—. Sí, ya no me duele nada, tal vez si me toco, creo que tengo un pequeño chichón.

—Por cierto, sigo sin saber nada de ti... solo que tenías un hijo, que te gusta tu coche, el café solo... y ahora los tatuajes —iba hablando mientras aplicaba el producto, con mucho cuidado iba echando el ungüento y acariciando la herida con las yemas de sus dedos—. Y sin embargo tú sabes de mí mucho más. Ya hasta donde...

No terminó la frase, se giró apenas un segundo, al sentir una presencia tras ellos. Efectivamente Agus estaba fuera asomado en la ventana.

—Mierda —se apartó y se interpuso entre James y la puerta al tiempo que el dichoso Agus entraba como un torbellino.

—¡Vaya corte! ¿no? —gritó señalando la herida de James. Estaba notablemente furioso—. ¿Estás loca?

—Agus, ¿quién te crees para interrumpir y entrar así? —Octavia se acercó hasta él con la misma severidad o más—. Sal ahora mismo de aquí.

—¿Te estás quedando conmigo? —le increpó el joven—. ¡Has traído a un infectado! ¿Es que quieres matarnos?

El maldito crío, que le sacaba una cabeza de altura la encaró y gritó como si ella no supiera lo que estaba haciendo. Lo que más la enfurecía era precisamente que él era un niñato, un chaval de apenas veinte años al que se le habían subido los humos. Pero tras su regreso del Agujero ya nada era igual, Octavia ya no tenía el poder de antaño en Silver Lake.

—Sal de la cabaña ahora mismo Agus, no lo pienso repetir —ordenó con toda la seriedad y calma que pudo.

—Sabes el protocolo Octavia, nos estás poniendo en peligro —y cuando levantó el arma ella se puso pálida. Agus llevaba un revólver y la señaló primero a ella, y luego a él. Octavia, por acto reflejo alzó las manos y retrocedió, en todo momento cubriendo a James.

—Eh, Agus, esto no es necesario, baja el arma, James está bien... —su tono seguía siendo igual de serio, pero estaba tratando también de hacerle entender—. Hace tiempo de la mordedura. No se va a convertir —con la mano derecha le hizo un gesto para que se tranquilizara y observara, Octavia estiró el cuello de su propia camiseta para mostrar la cicatriz de su hombro derecho.

—Apenas se ve, ¿pero puedes verla? Son las marcas de una mordedura, hay gente que... sobrevive —su cicatriz era apenas visible, pero podía apreciarse las marcas de una mordedura. No se lo había contado a nadie, no quería exponerse, solo lo sabía Aidan, y James, ni siquiera su madre, pero fue lo único que se le ocurrió en aquel momento para evitar un desastre mayor.

El sarcasmo de Octavia me saca una sonrisa breve. Lo de "llevo mucho tiempo sin ser poli" parece una forma suya de defenderse, pero yo lo dejo correr. Bastante tengo con el dolor en el brazo y el cansancio acumulado como para meterme en debates sobre sus elecciones de vida. Aun así, no puedo evitar notar cómo se encoge de hombros con ese aire que tiene de "da igual lo que pienses". Hay algo en su actitud que resulta... interesante, aunque no quiero pensar mucho en eso.

Mientras habla del ungüento, la observo en silencio. Esa manera de moverse, de buscar entre las cosas, tiene algo metódico, casi calculado. No es la primera vez que hace esto, está claro. Cuando menciona mis tatuajes, noto cómo sus ojos se detienen en mis brazos, y su curiosidad me saca una sonrisa irónica. Está tan cerca que siento el calor de su respiración, un detalle que intento ignorar porque, francamente, no debería estar fijándome en esas cosas ahora.

- ¿Qué pasa? ¿Nunca habías visto a alguien con tatuajes? - mi tono es seco, pero no hay malicia en mis palabras. Es más fácil bromear que explicar el significado de cada uno de los dibujos en mi piel, porque de algunos, su historia aún me duele. Pero su atención, la forma en que sus dedos rozan mi piel al aplicar el ungüento... bueno, eso es algo diferente. Algo que no he sentido en mucho tiempo.

Luego pregunta por mi pasado. Algo en su tono me dice que no es solo curiosidad casual. Está intentando llenar los huecos, hacer que este rato no se sienta como una simple espera. Me quedo en silencio unos segundos, mirando la herida en mi brazo mientras ella sigue trabajando.

- No hay mucho que contar, poli - respondo al final, mi voz más baja, casi como un susurro. - Tuve un taller, crié a un hijo y... bueno, aquí estoy. El resto no es precisamente material para una charla tranquila.

Su siguiente comentario, sobre saber más de ella que ella de mí, me hace soltar una risa breve, casi inaudible. Hay algo en su forma de hablar, en cómo va hilando sus pensamientos mientras trabaja, que tiene un efecto desconcertante en mí. Pero no tengo tiempo de responder antes de que se gire, tensándose de repente. Miro hacia la ventana justo cuando veo al niñato ese, el que nos recibió, asomándose como un maldito espía.

- Genial... - murmuro mientras me enderezo en la silla, sintiendo cómo mi cuerpo se prepara instintivamente para lo que venga.

El crío entra como un torbellino, señalando mi herida como si acabara de descubrir algo revolucionario. Su tono es agresivo, y lo único que consigo pensar es en lo fácil que sería partirle la cara para que cierre la boca. Pero Octavia se adelanta. Su tono es firme, autoritario, y por un segundo pienso que el mocoso retrocederá. Pero no. En su lugar, saca un revólver y lo apunta primero a ella y luego a mí.

Ahí es donde la paciencia se me acaba.

- Escucha, chaval - mi voz es baja, pero cargada de un peso que no admite discusión. - Si vas a usar eso, será mejor que no falles. Porque te aseguro que no tendrás una segunda oportunidad.

Me levanto despacio, manteniendo las manos donde pueda verlas, no porque tenga miedo, sino porque no quiero que se ponga más nervioso de lo que ya está. Octavia intenta calmar la situación, mostrando una cicatriz que, francamente, no había notado antes. Su gesto me sorprende, pero no dejo que se note. Está intentando protegerme, y eso es algo que no estoy acostumbrado a recibir. La forma en que se interpone entre el arma y yo... bueno, digamos que me cuesta no fijarme en su determinación, en esa chispa que tiene incluso en situaciones como esta.

Agus vacila. Puedo verlo en la forma en que su mano tiembla ligeramente en el gatillo. Aprovecho ese momento para dar un paso hacia él, lento, controlado.

- Vamos, Agus. Baja el arma. No tienes idea de lo que estás haciendo, y lo último que necesitas es ganarte un problema que no puedes manejar.

Por un segundo, el silencio se adueña de la cabaña. No sé si va a disparar o a retroceder, pero estoy listo para cualquiera de las dos cosas. Mis ojos no se apartan de los suyos, desafiándolo a apretar el gatillo. Al margen de todo, algo me dice que, si llegamos a salir de esta, habrá una conversación interesante con la poli. Y, por extraño que parezca, no me importa tanto como debería.

El ambiente en la cabaña estaba cargado, como si el aire se hubiera vuelto más denso de repente. La tensión entre James y Agus era palpable, y Octavia se encontraba justo en medio, buscando una forma de calmar las cosas sin que aquello terminara mal. Pero la forma en que James se levantó, con esa calma peligrosa en su tono, hizo que por un instante se olvidara del arma de Agus. Su mirada se quedó fija en él, impresionada por la manera en que su sola presencia lograba silenciar incluso al más ruidoso.

Había algo en la forma en que se movía, controlado, como si ya supiera cómo iba a terminar todo aquello. Un escalofrío recorrió su columna, y aunque intentó apartar esos pensamientos, no pudo evitar notar esa chispa que él provocaba en ella, algo que no debería estar allí en ese momento. Se recriminó a sí misma por permitir que algo tan trivial nublara su juicio en una situación como esa.

Agus, por su parte, vaciló. Su mirada pasó de Octavia a James varias veces, como si tratara de decidir quién representaba una mayor amenaza. Cuando su atención se detuvo en la cicatriz de Octavia, su expresión cambió. Bajó el arma apenas unos centímetros, lo suficiente como para que ella se atreviera a dar un paso al frente, levantando una mano en señal de calma.

—Agus, escucha... —intentó que su tono fuera suave, aunque cargado de firmeza—. Sabes que hay gente que puede sobrevivir a esto. James no tiene fiebre, no tiene síntomas... Está bien.

Agus negó con la cabeza, con un suspiro que evidenciaba su conflicto interno. —Las normas son las normas, Octavia. No podemos correr el riesgo. Esa mordedura es fresca, y lo sabes tan bien como yo.

—No puedes encerrarlo como si fuera un criminal —respondió automáticamente, porque sí, sabía la norma. Y esta vez su voz tenía un deje de indignación. Su mirada pasó rápidamente hacia James, buscando algún signo de aprobación, pero lo único que encontró fue esa mezcla de desafío y cansancio en su rostro. Sabía que él no estaba convencido de que pudiera solucionar aquello.

El joven volvió a levantar el revólver, esta vez apuntando directamente a James. Octavia sintió cómo su cuerpo se tensaba automáticamente. Dio un paso hacia Agus, posicionándose de forma sutil entre él y James, aunque sabía que aquello no mejoraba mucho la situación.

—No pienso dispararle, pero tiene que ir a los calabozos —declaró Agus con más firmeza de la que realmente sentía. Estaba nervioso, pero decidido, y Octavia comprendió que no había muchas opciones.

Se giró hacia James, encontrándose con su mirada intensa. Por un momento, le costó hablar. Había algo en esos ojos que lograba desarmarla, aunque intentara resistirse. Tomó aire, buscando claridad en medio de aquel caos.

—James... —su voz salió más baja de lo que pretendía, pero intentó que sonara convincente, y se odió muchísimo—. Será solo por unas horas. Es lo mejor que podemos hacer ahora mismo.

Decir esas palabras le provocó un nudo en el estómago. No quería hacerlo, no quería verlo encerrado después de todo lo que habían pasado juntos, pero sabía que Agus no iba a ceder y que cualquier otra acción pondría en peligro a todos.

—Te prometo que no será por mucho tiempo —continuó, con la mirada fija en la de James—. Hablaré con Aidan en cuanto vuelva y aclararemos todo esto.

Sus ojos buscaban transmitirle que no lo estaba traicionando, que no estaba abandonándolo. Pero a pesar de sus palabras, la sensación de estar entregándolo a algo que no merecía seguía oprimiéndole el pecho.

El niñato apunta con el revólver como si eso fuera a hacerme retroceder, pero lo único que consigue es que mi paciencia, ya de por sí limitada, se agote por completo. La palabra "calabozos" sale de su boca y me hace apretar la mandíbula. ¿De verdad este crío piensa que voy a dejar que me encierren como si fuera un maldito criminal? Mi mirada se endurece, fija en él, mientras Octavia intenta razonar.

- No - la palabra sale de mi boca como un disparo. Doy un paso hacia delante, notando cómo el arma tiembla ligeramente en la mano de Agus. Ni siquiera lo miro directamente; mi atención está en la situación, en lo absurdo de todo esto. Miro a Octavia de reojo, y su expresión de preocupación solo me da más razones para actuar.

- No voy a dejar que me metan en una jaula - mis palabras son firmes, cortantes, pero no grito. No hace falta. Mi tono lleva suficiente peso como para dejar claro que no estoy dispuesto a ceder. Me giro hacia Octavia, ignorando deliberadamente al crío con el arma. - Lo siento, Poli, pero hasta aquí hemos llegado. Si crees que encerrarme es lo mejor, no voy a detenerte, pero no cuentes conmigo para quedarme aquí como un maldito prisionero.

Mi mirada se encuentra con la suya por un segundo más largo de lo que debería. Hay algo en sus ojos que me hace dudar, que me hace preguntarme si estoy siendo demasiado duro. Pero luego recuerdo la pistola apuntando hacia mí y toda esa mierda se desvanece.

- Gracias por intentarlo. Pero no soy el tipo de persona que se queda esperando a que otros decidan su destino - la ironía en mi voz es más un reflejo de mi frustración que un intento de herirla.

Doy media vuelta, avanzando hacia la puerta con pasos lentos pero decididos. Mi brazo late con fuerza por la herida, pero es un dolor que ya se ha convertido en parte de mí. Es lo único que me recuerda que sigo aquí.

Antes de cruzar el umbral, me detengo un momento. Mi mano descansa sobre el marco de la puerta, y dejo escapar un suspiro pesado.

- Cuídate, Octavia. Espero que esto no te meta en problemas - es lo más cerca que estoy de decir algo parecido a un "gracias". No me giro para mirar a Agus; sé que sigue ahí, dudando, pero no me importa. Él puede quedarse con su paranoia y su revólver.

Sin esperar una respuesta, salgo al exterior. La luz del día me golpea la cara, y, por un instante, me siento más libre de lo que me he sentido en semanas. La Dodge me espera, y aunque sé que conducir en este estado no es lo más sensato, prefiero eso a quedarme en un lugar donde no soy bienvenido.

El sonido de la puerta al abrirse y los pasos de James alejándose resonaron en los oídos de Octavia como un eco que no podía ignorar. Se quedó quieta durante unos segundos, observándolo irse, con una mezcla de frustración y culpa apoderándose de su pecho. No podía dejar que esto terminara así. No después de todo lo que había pasado.

—¡Agus! —su voz fue firme, cargada de rabia contenida. Giró sobre sus talones y lo miró con una intensidad que hizo que el joven se encogiera ligeramente—. Esto es culpa tuya. ¿Sabes lo que acabas de hacer? ¡No tenías ningún derecho! ¿Te crees que puedes decidir por encima de todo el mundo?

El joven guardia abrió la boca para replicar, pero Octavia no le dio tiempo. Con un gesto decidido, empujó la puerta y salió tras James, dejando a Agus protestando inútilmente detrás de ella. Su determinación la impulsó a caminar rápido, alcanzándolo justo antes de que llegara a la Dodge.

—¡James! —lo llamó, su voz aún teñida de frustración, pero también de algo más: preocupación.

Se colocó frente a él, interponiéndose entre él y la camioneta. Su mirada buscó la suya con urgencia, intentando detenerlo antes de que subiera al vehículo. Respiró hondo, tratando de calmarse para no sonar más desesperada de lo que ya se sentía.

—Por favor, no te vayas así —dijo, su tono más bajo, cargado de sinceridad—. Sé que no es justo. Todo esto... es una mierda, y lo entiendo. Pero no puedes irte en este estado. Has sangrado mucho, estás herido y necesitas descansar. No puedes subirte a ese coche y pretender que todo estará bien. Porque no lo estará.

Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas mientras sus ojos se clavaban en los de él. Había algo en su expresión, en su postura cansada pero tensa, que la hizo sentir más culpable de lo que quería admitir. Se mordió el labio un instante antes de continuar.

—Mira, lo siento, ¿vale? Siento que hayas tenido que pasar por esto. Agus no tenía ningún derecho, y yo... yo tampoco debería haberte dejado llegar a este punto. Pero no puedo dejar que te vayas así. —Su voz se quebró ligeramente, pero no perdió la firmeza—. Si no quieres quedarte aquí, en los calabozos, no lo hagas. Pero quédate conmigo. Mi cabaña está vacía, mi madre no está, y puedes pasar la cuarentena allí. No estarás encerrado, no tendrás que lidiar con Agus ni con nadie más. Solo conmigo.

Octavia dio un paso más cerca, alzando las manos como si quisiera alcanzarlo, pero se detuvo antes de hacerlo. Sus palabras eran un intento de encontrar un punto medio, de ofrecerle algo que pudiera aceptar sin sentirse atrapado.

—Déjame ayudarte, James —dijo en un susurro, su tono más suave ahora—. Volvamos al consultorio, terminemos de curarte y luego te llevaré a mi cabaña. Es lo único que puedo ofrecerte. Por favor.

Sintió a Agus acercándose por detrás, pero lo ignoró deliberadamente. Esto no era asunto suyo. Esto era entre ella y James. Su mirada permaneció fija en él, esperando su respuesta, esperando que entendiera que no estaba dispuesta a dejar que esto terminara así.

Por un momento, me quedo mirando el suelo, como si en las grietas de las tablas pudiera encontrar la respuesta a todo este lío. Su voz, esa manera de hablar con firmeza pero sin sonar autoritaria, consigue que levante la cabeza. No me mira como los demás lo han hecho antes. No hay juicio, no hay miedo, y esa diferencia me hace sentir algo que no sé muy bien cómo identificar. No me gusta. Es incómodo. Pero no puedo ignorarlo.

Cuando menciona lo de su cabaña, la idea me pilla por sorpresa. Mis labios se tensan en una línea recta mientras intento procesarlo. Compartir un espacio con alguien… después de tanto tiempo… No estoy seguro de que sea buena idea. Pero lo dice con tanta seguridad, con esa maldita forma que tiene de hacerte sentir que todo estará bien aunque el mundo se esté cayendo a pedazos, que casi me convence.

Mis ojos se fijan en los suyos por un segundo más largo de lo que debería. Es extraño cómo su determinación no me molesta tanto como pensaba. Es más, la encuentro… No, no voy a seguir ese pensamiento. Hay cosas más importantes en las que centrarse, como no estar muerto en unas horas.

- No tienes que disculparte por nada - susurro al fin, manteniendo mi tono bajo y firme, aunque intento suavizarlo un poco, casi sin darme cuenta. Mi mirada se desvía hacia el consultorio. No estoy huyendo de ella, me digo a mí mismo, solo necesito pensar.

- Está bien, lo haré a tu manera - cedo con un suspiro, aunque mi tono sigue cargado de cansancio más que de resignación. - Vamos al consultorio, arreglamos esto, y luego hablamos de esa cabaña.

No puedo evitar que una ligera sonrisa, casi imperceptible, cruce mi rostro por un instante. Es tan fugaz que probablemente ni se dé cuenta, pero ahí está. Tal vez sea la idea de no tener que enfrentarme a Agus y su pistola de mierda, o tal vez sea porque, por una vez, alguien parece creer que todavía merece la pena apostar por mí.

- Aunque no esperes que sea buen compañero de cuarto - mi tono va recuperando ese sarcasmo que me resulta tan natural. Es más fácil ocultarme detrás de eso que admitir cualquier otra cosa.

Sin esperar más, doy un paso hacia el consultorio, dejando claro que acepto su plan, aunque no sin cierta reticencia. La herida en mi brazo late con fuerza, recordándome que no estoy en posición de discutir demasiado. Y mientras avanzo, no puedo evitar pensar que, después de todo, quizás quedarme en su cabaña no sea tan mala idea como parecía al principio.

Octavia dejó escapar un suspiro aliviado cuando James accedió a quedarse. No era alguien que cediera fácilmente, y eso hacía que su gesto tuviera aún más peso. Sin embargo, no tuvo tiempo para celebrarlo. La sombra de Agus seguía en la puerta, y su mirada era una mezcla de incredulidad y furia contenida. El joven estaba claramente disgustado, pero Octavia ya había tomado una decisión.

Se giró hacia él con los brazos cruzados y una expresión seria, la clase de mirada que no dejaba lugar a réplica.

—Ya está solucionado, Agus. James se quedará conmigo. Pasará la cuarentena en mi cabaña, fuera del camino de todos. No hay nada más que discutir —dijo con firmeza, su tono dejando claro que no aceptaría objeciones.

El joven la miró, desconcertado, pero no bajó el arma. Parecía estar buscando las palabras correctas para rebatirla, pero Octavia no le dio la oportunidad.

—Baja esa pistola. Ahora —su voz sonó más grave, casi como una orden. Dio un paso hacia él, manteniendo la calma, pero con la determinación suficiente como para hacerle sentir que no tenía otra opción—. Si tienes un problema con mi decisión, puedes hablarlo con los líderes. Pero ahora mismo, yo estoy al mando de esta situación. ¿Lo entiendes?

Agus vaciló, el revólver temblando ligeramente en su mano. Finalmente, con un gruñido de frustración, lo bajó. Sus ojos pasaron de Octavia a James, llenos de resentimiento, pero no dijo nada.

—Esto no es buena idea —susurró al final, pero dio un paso atrás hacia la puerta.

Octavia no respondió de inmediato. Lo observó retroceder, asegurándose de que realmente se marcharía antes de hablar de nuevo.

—Si tienes algo más que decir, Agus, hazlo en otro momento. Ahora vete.

El joven apretó los labios y salió, cerrando la puerta de golpe tras de sí. Octavia dejó escapar un largo suspiro, llevándose una mano a la frente. La tensión que había acumulado en los últimos minutos parecía haberse duplicado, pero al menos la situación estaba bajo control. Por ahora.

Se volvió hacia James, su expresión aún seria, aunque con un leve destello de cansancio en sus ojos.

—Perdona por eso. Agus es... —se detuvo, buscando las palabras adecuadas—... joven. A veces cree que puede resolverlo todo con una pistola y un mal gesto.

Avanzó hacia el maletero improvisado del consultorio, donde había dejado las vendas y el ungüento.

—Vamos a terminar de curarte antes de que se le ocurra volver con más problemas —dijo tratando de recuperar algo de normalidad en el ambiente.

Mientras preparaba el material, lanzó una última mirada a James. Había algo en él que la hacía sentir más tranquila de lo que debería, incluso en medio del caos. Pero no era el momento para pensar en eso. Había mucho por hacer, y sabía que convencer a los demás de que su plan era el mejor no iba a ser fácil.

Sin embargo, ahora tenía claro que no iba a dejar que James se fuera. No así.