Diario de Amara LeBlanc

Amara LeBlanc

Hoy ha sido uno de esos días en los que me doy cuenta de que no encajo aquí. No sé si es la casa, la ciudad, o simplemente yo. Todo parece tan… pequeño, tan limitado. Como si estuviera atrapada en una jaula demasiado ajustada y no pudiera moverme sin golpearme contra las paredes.

Papá me dijo que deje de "soñar con tonterías" y que me centre en algo útil. Algo práctico. No sé por qué me sigue sorprendiendo. Para él, todo se reduce a trabajo, disciplina y mantener la cabeza baja. "No te metas en problemas, Amara." Esa frase debería tatuársela en la frente.

Pero, ¿sabes qué? A veces quiero meterme en problemas. Quiero gritar, golpear algo, hacer que todo este ruido en mi cabeza se detenga.

Hoy tuve que ir con mamá al hospital. No es nada nuevo; ella tiene citas cada dos semanas, y yo siempre acabo siendo la que carga con las bolsas y se asegura de que tome las medicinas. Pero esta vez fue diferente. Había un hombre en la sala de espera, sentado frente a nosotros, con el uniforme de policía más desgastado que he visto en mi vida. Estaba herido, con la pierna vendada y un corte feo en la mejilla, pero aun así, tenía esa mirada…

No sé cómo explicarlo. Como si estuviera en control, incluso en ese momento. Como si nada pudiera con él.

Lo observé mientras mamá hablaba con la enfermera, y de repente pensé: ¿Y si yo pudiera ser así? No tener que depender de nadie. No sentir que siempre estoy corriendo detrás de cosas que no puedo alcanzar.

Cuando volvimos a casa, papá estaba mirando las noticias, como siempre. Habían detenido a un tipo por atracar una tienda en el barrio. Papá, con su típica actitud, dijo algo sobre cómo "la gente buena no se mete en líos". Yo no pude evitar responder:

—¿Y si no hay más opción que meterse en líos?

Él me miró como si hubiera dicho algo estúpido. "Siempre hay opciones, Amara. Solo los débiles eligen la salida fácil."

No dije nada más, pero por dentro sentí que algo se rompía. No creo que el mundo sea tan simple como él lo pinta. No creo que haya opciones claras entre el bien y el mal. A veces tienes que hacer cosas que otros no entienden. A veces tienes que luchar por lo que necesitas, aunque eso signifique ensuciarte las manos.

Estoy cansada de sentirme pequeña.

Mañana voy a hablar con el consejero del colegio sobre los programas de exploración de carreras. Quiero ver si hay algo relacionado con la policía. No sé si me dejarán, pero necesito intentarlo. Papá probablemente me llamará loca cuando se lo diga, pero no quiero pasar el resto de mi vida mirando las paredes de esta casa.

Amara LeBlanc

Hoy me sentí más viva de lo que me he sentido en mucho tiempo. No por algo espectacular, sino por algo tan simple como una conversación. Un primer paso.

El consejero del colegio finalmente tuvo tiempo para verme. Me senté frente a su escritorio con las manos apretadas en el regazo, tratando de no parecer nerviosa, aunque por dentro sentía que mi pecho iba a explotar. Le dije que quería saber sobre programas de exploración de carreras relacionadas con la policía, esperando que se riera, o que dijera que no era "el tipo de chica para eso", como suele decir la gente aquí.

Pero no lo hizo. En cambio, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio, y me preguntó algo que me descolocó:

—¿Por qué quieres ser policía, Amara?

No esperaba tener que explicarlo. Mi boca se quedó seca por un momento, y sentí que el aire en la habitación era demasiado denso. Pero después de un par de segundos, las palabras empezaron a salir. Le hablé del hombre que vi en el hospital, de cómo parecía en control de su vida incluso estando herido. Le hablé de cómo siempre me he sentido como si estuviera atrapada, como si todo el mundo tuviera un camino claro excepto yo. Y le dije, lo más importante, que quiero sentirme útil.

Quiero ser fuerte.

El consejero asintió, como si entendiera algo que yo todavía no era capaz de poner en palabras. Me habló de algunos programas en la ciudad, donde podía observar el trabajo de los policías locales o incluso asistir a sesiones de entrenamiento básico en verano. No prometió nada, claro. Solo dijo que iba a ver si podía conseguirme un lugar en uno de esos programas.

Salí de la oficina con una sensación que no sé cómo describir. No era felicidad, exactamente. Era algo más profundo, algo que me decía que tal vez había encontrado una salida.

Cuando llegué a casa, mamá estaba en la cocina, preparando algo que olía a quemado. Me acerqué a ella y le conté lo que había pasado, esperando, como siempre, que no dijera mucho. Pero, para mi sorpresa, dejó lo que estaba haciendo y me miró directamente a los ojos.

—¿Estás segura de esto, Amara? —preguntó y por primera vez no sentí que dudara de mí. Sentí que quería entender.

—Sí, mamá. Lo estoy —le respondí con más convicción de la que pensaba tener.

Ella asintió y me puso una mano en el hombro. No dijo nada más, pero su gesto fue suficiente. Me di cuenta de que no estaba completamente sola en esto.

Papá, por otro lado, no fue tan comprensivo. Cuando se lo mencioné más tarde, soltó un resoplido y dijo algo sobre cómo "la gente como nosotros no hace cosas como esa". Me encogí de hombros y lo dejé ahí. No pienso dejar que sus palabras me detengan. No esta vez.

No sé si el consejero realmente va a conseguirme ese lugar en el programa, pero no importa. Hoy tomé una decisión, y eso ya es suficiente. Aunque el mundo parezca un lugar lleno de caos y paredes que se cierran, ahora tengo algo que perseguir.

Y, por primera vez, siento que puedo escapar.