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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Terreno hostil [D. Cortés]
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La base de Umbrella en Nevada tenía un aire frío y clínico que a Amara le resultaba incómodamente familiar. Los pasillos, iluminados con una luz blanca que parecía no proyectar sombras, estaban silenciosos salvo por el leve zumbido de los sistemas de ventilación. Aquí no había distracciones, no había caos descontrolado, solo un orden impuesto que parecía querer devorar cualquier rastro de humanidad.
Amara caminaba con paso firme, aunque no podía evitar sentir cómo algunas miradas se clavaban en ella. Era nueva en esta base, sí, pero no era una novata. Había trabajado para Umbrella durante años y sabía que este lugar, con toda su perfección estéril, no era diferente de las otras instalaciones. Las caras cambiaban, pero el juego era el mismo: sobrevive, avanza y mantente útil.
Llevaba un informe bajo el brazo, uno que debía entregar en la sala de operaciones estratégicas. Era su primer encargo desde que había llegado, un simple trámite administrativo que cualquier otro habría hecho en su lugar, pero el mensaje era claro: aún tenía que ganarse su lugar aquí. Eso no le molestaba. Si algo sabía hacer Amara, era demostrar su valía.
Se detuvo frente a una de las puertas de acero que marcaban los puntos clave de la base. En el lateral, un lector biométrico esperaba a que escaneara su pulsera de identificación. La deslizó por el lector con un movimiento rápido, y la puerta se abrió con un susurro mecánico. Al otro lado, una sala amplia llena de pantallas y mesas de trabajo estaba en plena actividad. Varias figuras, uniformadas y concentradas, apenas levantaron la mirada cuando ella entró.
—LeBlanc, ¿verdad? — una voz masculina la recibió desde el centro de la sala. El hombre, un oficial de rango medio, levantó la vista de una tableta para observarla con un leve gesto de aprobación. — Bienvenida a Nevada. ¿Tienes algo para mí?
Amara asintió, dejando caer el informe sobre la mesa frente a él.
—Lo último de Washington — dijo con tono neutral, sin esforzarse en suavizar su acento del sur. No tenía tiempo para ceremonias.
El hombre tomó el informe y lo ojeó rápidamente antes de soltar un leve gruñido, como si ya supiera lo que encontraría. Sin levantar la vista, añadió.
—Espero que te adaptes rápido. Aquí no somos tan pacientes como en Washington.
Amara sonrió ligeramente, aunque no había humor en su expresión.
—No estoy aquí para pedir paciencia, señor. Estoy aquí para trabajar.
El hombre la miró de reojo, sopesándola por un momento antes de asentir.
—Bien. Ve al sector siete. Necesitan a alguien que acompañe a un equipo en una revisión de inventario. Será un buen primer paso para ti. Y asegúrate de no distraerte con tonterías. Aquí las cosas se hacen rápido.
Amara asintió y dio media vuelta sin responder. Su primer día, y ya la estaban probando. Eso no le preocupaba. Había enfrentado retos más grandes que un simple inventario.
Mientras se dirigía al sector siete, no pudo evitar analizar todo lo que había visto hasta ahora. La base estaba bien organizada, sí, pero debajo de la superficie, había algo que no terminaba de encajar. Las miradas, los susurros apenas perceptibles... Aquí todos estaban jugando un juego. Amara simplemente tenía que asegurarse de que nadie la jugara a ella.
Cuando llegó al sector siete, la puerta ya estaba abierta. Dentro, un pequeño grupo de técnicos discutía sobre los datos de los últimos envíos. Amara cruzó el umbral y se aclaró la garganta, llamando su atención.
—¿Quién está a cargo aquí? — preguntó directa.
Uno de los técnicos, un hombre de unos cuarenta años con una expresión cansada, levantó la mano.
—Yo. ¿Eres la nueva? LeBlanc, ¿no? Perfecto. Necesitamos que revises las unidades en el almacén. Algunos envíos han desaparecido y queremos asegurarnos de que todo esté donde debería.
Amara arqueó una ceja. Un inventario perdido, en una base como esta. Curioso.
—Entendido. ¿Algo en particular que deba buscar? — preguntó aunque ya tenía claro que esto no iba a ser solo una revisión rutinaria.
—Sí. Busca cualquier cosa que parezca fuera de lugar. Y ten cuidado. El almacén ha estado dando problemas con los sistemas de seguridad últimamente.
Amara no dijo nada más. Agarró una tableta que le ofrecieron con los datos del inventario y se dirigió al pasillo que conectaba con el almacén. Fuera lo que fuera lo que estuviera pasando aquí, lo iba a descubrir. Y si alguien estaba jugando, se aseguraría de que supieran que no estaba dispuesta a perder.
Amara caminaba con paso firme, aunque no podía evitar sentir cómo algunas miradas se clavaban en ella. Era nueva en esta base, sí, pero no era una novata. Había trabajado para Umbrella durante años y sabía que este lugar, con toda su perfección estéril, no era diferente de las otras instalaciones. Las caras cambiaban, pero el juego era el mismo: sobrevive, avanza y mantente útil.
Llevaba un informe bajo el brazo, uno que debía entregar en la sala de operaciones estratégicas. Era su primer encargo desde que había llegado, un simple trámite administrativo que cualquier otro habría hecho en su lugar, pero el mensaje era claro: aún tenía que ganarse su lugar aquí. Eso no le molestaba. Si algo sabía hacer Amara, era demostrar su valía.
Se detuvo frente a una de las puertas de acero que marcaban los puntos clave de la base. En el lateral, un lector biométrico esperaba a que escaneara su pulsera de identificación. La deslizó por el lector con un movimiento rápido, y la puerta se abrió con un susurro mecánico. Al otro lado, una sala amplia llena de pantallas y mesas de trabajo estaba en plena actividad. Varias figuras, uniformadas y concentradas, apenas levantaron la mirada cuando ella entró.
—LeBlanc, ¿verdad? — una voz masculina la recibió desde el centro de la sala. El hombre, un oficial de rango medio, levantó la vista de una tableta para observarla con un leve gesto de aprobación. — Bienvenida a Nevada. ¿Tienes algo para mí?
Amara asintió, dejando caer el informe sobre la mesa frente a él.
—Lo último de Washington — dijo con tono neutral, sin esforzarse en suavizar su acento del sur. No tenía tiempo para ceremonias.
El hombre tomó el informe y lo ojeó rápidamente antes de soltar un leve gruñido, como si ya supiera lo que encontraría. Sin levantar la vista, añadió.
—Espero que te adaptes rápido. Aquí no somos tan pacientes como en Washington.
Amara sonrió ligeramente, aunque no había humor en su expresión.
—No estoy aquí para pedir paciencia, señor. Estoy aquí para trabajar.
El hombre la miró de reojo, sopesándola por un momento antes de asentir.
—Bien. Ve al sector siete. Necesitan a alguien que acompañe a un equipo en una revisión de inventario. Será un buen primer paso para ti. Y asegúrate de no distraerte con tonterías. Aquí las cosas se hacen rápido.
Amara asintió y dio media vuelta sin responder. Su primer día, y ya la estaban probando. Eso no le preocupaba. Había enfrentado retos más grandes que un simple inventario.
Mientras se dirigía al sector siete, no pudo evitar analizar todo lo que había visto hasta ahora. La base estaba bien organizada, sí, pero debajo de la superficie, había algo que no terminaba de encajar. Las miradas, los susurros apenas perceptibles... Aquí todos estaban jugando un juego. Amara simplemente tenía que asegurarse de que nadie la jugara a ella.
Cuando llegó al sector siete, la puerta ya estaba abierta. Dentro, un pequeño grupo de técnicos discutía sobre los datos de los últimos envíos. Amara cruzó el umbral y se aclaró la garganta, llamando su atención.
—¿Quién está a cargo aquí? — preguntó directa.
Uno de los técnicos, un hombre de unos cuarenta años con una expresión cansada, levantó la mano.
—Yo. ¿Eres la nueva? LeBlanc, ¿no? Perfecto. Necesitamos que revises las unidades en el almacén. Algunos envíos han desaparecido y queremos asegurarnos de que todo esté donde debería.
Amara arqueó una ceja. Un inventario perdido, en una base como esta. Curioso.
—Entendido. ¿Algo en particular que deba buscar? — preguntó aunque ya tenía claro que esto no iba a ser solo una revisión rutinaria.
—Sí. Busca cualquier cosa que parezca fuera de lugar. Y ten cuidado. El almacén ha estado dando problemas con los sistemas de seguridad últimamente.
Amara no dijo nada más. Agarró una tableta que le ofrecieron con los datos del inventario y se dirigió al pasillo que conectaba con el almacén. Fuera lo que fuera lo que estuviera pasando aquí, lo iba a descubrir. Y si alguien estaba jugando, se aseguraría de que supieran que no estaba dispuesta a perder.
Daniel Cortés levantó la cabeza al escuchar los pasos resonar en el pasillo, interrumpiendo el silencio del almacén. Se mantuvo inmóvil, observando cómo una figura cruzaba el umbral. Su mirada, oscura y calculadora, no se apartó de la recién llegada mientras sus manos, ahora en los bolsillos de su uniforme negro, permanecían quietas. No necesitaba armas; estaba acostumbrado a confiar en su instinto y en su capacidad de leer la situación.
—Tú debes ser LeBlanc —su voz baja y sin emoción, aunque su acento español hacía que las palabras parecieran cargadas de un peso inexplicable.
No se movió de donde estaba, apoyado contra una estantería metálica, su postura relajada solo en apariencia. Sus ojos permanecían fijos en Amara, evaluándola sin prisa, como si tratara de desentrañar algo más allá de lo evidente. Finalmente, tras un breve silencio que parecía intencionado, inclinó ligeramente la cabeza hacia el interior del almacén.
—No suelo perder el tiempo con presentaciones. El inventario está al fondo —dijo, sin cambiar el tono, antes de apartar la mirada y dar un par de pasos hacia las sombras del lugar.
Sus movimientos eran lentos, deliberados. Aunque parecía estar absorto en revisar las etiquetas de las cajas apiladas en una de las estanterías, sus sentidos estaban alerta, como si esperara que algo saliera mal en cualquier momento. Alargó una mano para deslizar los dedos por el borde de una caja, dejando que la sensación del polvo acumulado confirmara sus sospechas: nadie había estado aquí en un tiempo.
Sin volverse hacia Amara, habló de nuevo.
—Este lugar siempre guarda secretos. A veces es mejor no hacer demasiadas preguntas... si quieres durar aquí —su voz se apagó en un susurro mientras se enderezaba y dirigía una última mirada hacia ella, seria, pero no hostil.
Sin añadir más, continuó caminando, su figura desapareciendo parcialmente entre las sombras del almacén. No era la primera vez que alguien nuevo se enfrentaba a este tipo de tareas, y Daniel sabía que la clave no era resolver el problema, sino descubrir qué clase de persona se tenía delante.
—Tú debes ser LeBlanc —su voz baja y sin emoción, aunque su acento español hacía que las palabras parecieran cargadas de un peso inexplicable.
No se movió de donde estaba, apoyado contra una estantería metálica, su postura relajada solo en apariencia. Sus ojos permanecían fijos en Amara, evaluándola sin prisa, como si tratara de desentrañar algo más allá de lo evidente. Finalmente, tras un breve silencio que parecía intencionado, inclinó ligeramente la cabeza hacia el interior del almacén.
—No suelo perder el tiempo con presentaciones. El inventario está al fondo —dijo, sin cambiar el tono, antes de apartar la mirada y dar un par de pasos hacia las sombras del lugar.
Sus movimientos eran lentos, deliberados. Aunque parecía estar absorto en revisar las etiquetas de las cajas apiladas en una de las estanterías, sus sentidos estaban alerta, como si esperara que algo saliera mal en cualquier momento. Alargó una mano para deslizar los dedos por el borde de una caja, dejando que la sensación del polvo acumulado confirmara sus sospechas: nadie había estado aquí en un tiempo.
Sin volverse hacia Amara, habló de nuevo.
—Este lugar siempre guarda secretos. A veces es mejor no hacer demasiadas preguntas... si quieres durar aquí —su voz se apagó en un susurro mientras se enderezaba y dirigía una última mirada hacia ella, seria, pero no hostil.
Sin añadir más, continuó caminando, su figura desapareciendo parcialmente entre las sombras del almacén. No era la primera vez que alguien nuevo se enfrentaba a este tipo de tareas, y Daniel sabía que la clave no era resolver el problema, sino descubrir qué clase de persona se tenía delante.
Amara se detuvo al cruzar el umbral, dejando que el peso de las palabras del hombre se asentara en el aire. Sus ojos, acostumbrados a analizar sin dejar rastro de sus propios pensamientos, lo estudiaron en silencio. Postura relajada, pero demasiado calculada. Manos en los bolsillos, pero alerta. Había visto ese tipo de comportamiento antes, y sabía lo que significaba: alguien que sabía más de lo que decía.
No respondió de inmediato. A veces, el silencio hablaba más alto que cualquier palabra, y Amara sabía cómo usarlo. Ajustó el agarre de la tableta que llevaba en la mano, avanzando un par de pasos hacia el interior del almacén. Cuando llegó a la altura de una de las estanterías, se detuvo, apoyándose contra la estructura metálica con una confianza deliberada.
—¿Durar aquí? — repitió finalmente, su voz baja, pero con un filo que dejaba claro que no estaba interesada en juegos de palabras. — ¿Eso es lo que haces? ¿"Durar"?
Levantó una ceja, dejando que sus palabras colgaran en el aire por un momento, antes de añadir con un tono más práctico.
—Yo estoy aquí para trabajar, no para debatir sobre cómo sobrevivir en este sitio. Pero gracias por el consejo. Lo tendré en cuenta… si llega a ser relevante.
Amara se inclinó hacia la tableta, activándola para revisar los datos del inventario. Aunque su atención parecía centrada en la pantalla, no perdía de vista al hombre. Había algo en su actitud que le recordaba a las personas que había conocido en el pasado, aquellas que sabían más de lo que decían, pero preferían observar antes de actuar.
Sin apartar la vista de los datos, habló de nuevo, esta vez con un tono neutral, como si la conversación anterior no hubiera ocurrido:
—Entonces, ¿qué se supone que estamos buscando aquí? ¿Una caja perdida? ¿Material mal etiquetado?
Alzó la mirada hacia él, dejando entrever una leve sonrisa que no llegaba a ser cálida. Era más un gesto de evaluación, de medir qué tipo de reacción podía obtener.
Amara cerró la tableta de golpe y cruzó los brazos, inclinándose ligeramente hacia la estantería.
—Pero tienes razón en algo. Este lugar guarda secretos. Aunque no te preocupes — dijo finalmente, con la mirada fija en él, calculadora y firme. —No suelo hacer preguntas… a menos que sean necesarias.
Se quedó quieta, observándolo con la paciencia de alguien acostumbrado a esperar. Si algo había aprendido en Umbrella, era que todo tenía un subtexto, incluso una tarea aparentemente inofensiva como esta. Y ella no iba a perder el tiempo jugando en desventaja.
No respondió de inmediato. A veces, el silencio hablaba más alto que cualquier palabra, y Amara sabía cómo usarlo. Ajustó el agarre de la tableta que llevaba en la mano, avanzando un par de pasos hacia el interior del almacén. Cuando llegó a la altura de una de las estanterías, se detuvo, apoyándose contra la estructura metálica con una confianza deliberada.
—¿Durar aquí? — repitió finalmente, su voz baja, pero con un filo que dejaba claro que no estaba interesada en juegos de palabras. — ¿Eso es lo que haces? ¿"Durar"?
Levantó una ceja, dejando que sus palabras colgaran en el aire por un momento, antes de añadir con un tono más práctico.
—Yo estoy aquí para trabajar, no para debatir sobre cómo sobrevivir en este sitio. Pero gracias por el consejo. Lo tendré en cuenta… si llega a ser relevante.
Amara se inclinó hacia la tableta, activándola para revisar los datos del inventario. Aunque su atención parecía centrada en la pantalla, no perdía de vista al hombre. Había algo en su actitud que le recordaba a las personas que había conocido en el pasado, aquellas que sabían más de lo que decían, pero preferían observar antes de actuar.
Sin apartar la vista de los datos, habló de nuevo, esta vez con un tono neutral, como si la conversación anterior no hubiera ocurrido:
—Entonces, ¿qué se supone que estamos buscando aquí? ¿Una caja perdida? ¿Material mal etiquetado?
Alzó la mirada hacia él, dejando entrever una leve sonrisa que no llegaba a ser cálida. Era más un gesto de evaluación, de medir qué tipo de reacción podía obtener.
Amara cerró la tableta de golpe y cruzó los brazos, inclinándose ligeramente hacia la estantería.
—Pero tienes razón en algo. Este lugar guarda secretos. Aunque no te preocupes — dijo finalmente, con la mirada fija en él, calculadora y firme. —No suelo hacer preguntas… a menos que sean necesarias.
Se quedó quieta, observándolo con la paciencia de alguien acostumbrado a esperar. Si algo había aprendido en Umbrella, era que todo tenía un subtexto, incluso una tarea aparentemente inofensiva como esta. Y ella no iba a perder el tiempo jugando en desventaja.
Daniel mantuvo su mirada fija en las sombras del almacén, como si no hubiera escuchado las palabras de Amara. Sin embargo, el leve tensarse de su mandíbula y la manera en que sus manos salieron lentamente de los bolsillos eran suficiente respuesta. Sus movimientos eran sutiles, deliberados, y cuando finalmente volvió el rostro hacia ella, lo hizo con una expresión que no ofrecía nada más allá de lo estrictamente necesario.
—Trabajar, durar… Aquí las dos cosas son la misma moneda —dijo con tono plano, como si aquello fuera un hecho incuestionable. Sus ojos la evaluaron con la misma calma que ella había empleado, aunque no hubo indicio alguno de juicio o desdén en ellos. — Pero está claro que tú ya sabes cómo funciona todo esto.
Se acercó a otra estantería, pasando los dedos sobre las etiquetas de las cajas mientras hablaba, su tono tranquilo pero intencionado, dejando que sus palabras flotaran en el aire.
—Lo que estamos buscando… depende de a quién le preguntes. Para los técnicos, es un par de cajas mal etiquetadas. Para otros, quizá sea una excusa para ver cómo reacciona la recién llegada cuando la tiran a la arena. Y para mí... —hizo una pausa, girándose apenas hacia ella, su rostro sereno pero cargado de una seriedad que no necesitaba más palabras— ... solo es otra tarea más en la lista.
No añadió nada de inmediato, dejando que la tensión natural del silencio se instalara entre ambos antes de volver a hablar.
—Si llegas a encontrar algo "fuera de lugar", hazme el favor de reportarlo. Aunque, entre tú y yo, este sitio está lleno de cosas que no deberían estar donde están. No es nada personal, pero yo me limito a mi trabajo. No pregunto más de lo necesario. Tal vez deberías considerar hacer lo mismo.
Se inclinó hacia una caja cercana, examinando una etiqueta rota con un gesto despreocupado, aunque su atención seguía parcialmente sobre ella. Finalmente, dejó escapar un leve suspiro, como si estuviera cediendo algo que no quería revelar del todo.
—Mira, LeBlanc. Los secretos aquí no son el problema. El problema es qué haces con ellos cuando los encuentras. Así que… buena suerte con eso.
Su tono final era neutral, sin ningún intento de ser alentador o crítico. Tras esas palabras, volvió a centrarse en las cajas, dejando la conversación abierta para que ella decidiera cómo seguir.
—Trabajar, durar… Aquí las dos cosas son la misma moneda —dijo con tono plano, como si aquello fuera un hecho incuestionable. Sus ojos la evaluaron con la misma calma que ella había empleado, aunque no hubo indicio alguno de juicio o desdén en ellos. — Pero está claro que tú ya sabes cómo funciona todo esto.
Se acercó a otra estantería, pasando los dedos sobre las etiquetas de las cajas mientras hablaba, su tono tranquilo pero intencionado, dejando que sus palabras flotaran en el aire.
—Lo que estamos buscando… depende de a quién le preguntes. Para los técnicos, es un par de cajas mal etiquetadas. Para otros, quizá sea una excusa para ver cómo reacciona la recién llegada cuando la tiran a la arena. Y para mí... —hizo una pausa, girándose apenas hacia ella, su rostro sereno pero cargado de una seriedad que no necesitaba más palabras— ... solo es otra tarea más en la lista.
No añadió nada de inmediato, dejando que la tensión natural del silencio se instalara entre ambos antes de volver a hablar.
—Si llegas a encontrar algo "fuera de lugar", hazme el favor de reportarlo. Aunque, entre tú y yo, este sitio está lleno de cosas que no deberían estar donde están. No es nada personal, pero yo me limito a mi trabajo. No pregunto más de lo necesario. Tal vez deberías considerar hacer lo mismo.
Se inclinó hacia una caja cercana, examinando una etiqueta rota con un gesto despreocupado, aunque su atención seguía parcialmente sobre ella. Finalmente, dejó escapar un leve suspiro, como si estuviera cediendo algo que no quería revelar del todo.
—Mira, LeBlanc. Los secretos aquí no son el problema. El problema es qué haces con ellos cuando los encuentras. Así que… buena suerte con eso.
Su tono final era neutral, sin ningún intento de ser alentador o crítico. Tras esas palabras, volvió a centrarse en las cajas, dejando la conversación abierta para que ella decidiera cómo seguir.
Amara permaneció inmóvil, su mirada fija en Daniel, analizando cada palabra, cada pausa, cada gesto. No se molestó en ocultar su evaluación. Era un hábito adquirido durante años en los que confiar en las palabras de alguien era un lujo que no podía permitirse. Aquí, en Umbrella, menos aún.
—"Durar", "trabajar", "sobrevivir"… —repitió con un tono casi indiferente, dejando que las palabras flotaran antes de continuar. —Supongo que eso depende de quién esté lanzando la moneda.
No había sarcasmo en su tono, pero tampoco sumisión. Amara no era de las que se esforzaban en suavizar sus palabras. No lo necesitaba. Si algo había aprendido, era que una postura firme y un rostro inexpresivo solían ser más efectivos que cualquier frase ingeniosa.
Dejó que el silencio se extendiera un poco más mientras observaba cómo Daniel examinaba las cajas, deliberadamente lento, como si cada gesto estuviera diseñado para probar algo. Finalmente, ladeó ligeramente la cabeza y cruzó los brazos, adoptando una postura relajada que no hacía más que acentuar su actitud vigilante.
—Déjame adivinar —dijo, inclinándose apenas hacia adelante. —A ti te tiraron a la arena hace tiempo, ¿no? Alguien te lanzó aquí con una tarea igual de irrelevante y esperó a ver si te hundías o nadabas.
No esperaba confirmación, pero tampoco lo necesitaba. Su intuición era lo único en lo que confiaba plenamente.
—¿Y ahora haces lo mismo con los nuevos? Evaluar, observar… asegurarte de que saben cuál es su lugar antes de decidir si vale la pena perder más tiempo con ellos.
La sonrisa que esbozó apenas fue visible, más un movimiento de los labios que un gesto genuino. Había algo casi divertido en toda esta dinámica, aunque no lo suficiente como para relajarla.
Amara se giró hacia una de las estanterías, dejando que sus dedos rozaran el borde de una caja mientras miraba las etiquetas desgastadas. Su mente trabajaba rápido, pero su cuerpo permanecía inmóvil, como si el peso del lugar no le afectara en absoluto.
—No soy de las que hacen preguntas innecesarias —dijo finalmente, su voz más baja pero con la misma firmeza. —Pero cuando las cosas no encajan, no puedo evitar buscar por qué. Así que si hay algo en este almacén que "no debería estar donde está" —hizo una pausa, girando la cabeza hacia él, con una expresión tan neutral como cortante. —Lo encontraré.
Dejó que esas palabras se asentaran antes de añadir, con un tono algo más ligero.
—Y si no lo hay, bueno… supongo que solo habremos perdido un poco de tiempo. Aunque, entre tú y yo, me cuesta creer que Umbrella envíe a alguien nuevo a mover cajas solo por diversión.
Amara se enderezó, sujetando la tableta de nuevo, lista para comenzar a revisar el inventario. No iba a perder tiempo intentando descifrar a Daniel; ya había aprendido que las personas como él revelaban lo necesario cuando querían y, si no lo hacían, simplemente no importaba.
—Buena suerte con tus secretos, Cortés —dijo finalmente, usando su apellido por primera vez. No lo había mencionado él, pero eso no significaba que no lo supiera. La información, después de todo, era algo que había aprendido a recoger incluso antes de que otros pensaran en compartirla.
Y con eso, empezó a caminar hacia el fondo del almacén, su postura tan firme como su voluntad de encontrar algo… o a alguien que pudiera darle más respuestas.
—"Durar", "trabajar", "sobrevivir"… —repitió con un tono casi indiferente, dejando que las palabras flotaran antes de continuar. —Supongo que eso depende de quién esté lanzando la moneda.
No había sarcasmo en su tono, pero tampoco sumisión. Amara no era de las que se esforzaban en suavizar sus palabras. No lo necesitaba. Si algo había aprendido, era que una postura firme y un rostro inexpresivo solían ser más efectivos que cualquier frase ingeniosa.
Dejó que el silencio se extendiera un poco más mientras observaba cómo Daniel examinaba las cajas, deliberadamente lento, como si cada gesto estuviera diseñado para probar algo. Finalmente, ladeó ligeramente la cabeza y cruzó los brazos, adoptando una postura relajada que no hacía más que acentuar su actitud vigilante.
—Déjame adivinar —dijo, inclinándose apenas hacia adelante. —A ti te tiraron a la arena hace tiempo, ¿no? Alguien te lanzó aquí con una tarea igual de irrelevante y esperó a ver si te hundías o nadabas.
No esperaba confirmación, pero tampoco lo necesitaba. Su intuición era lo único en lo que confiaba plenamente.
—¿Y ahora haces lo mismo con los nuevos? Evaluar, observar… asegurarte de que saben cuál es su lugar antes de decidir si vale la pena perder más tiempo con ellos.
La sonrisa que esbozó apenas fue visible, más un movimiento de los labios que un gesto genuino. Había algo casi divertido en toda esta dinámica, aunque no lo suficiente como para relajarla.
Amara se giró hacia una de las estanterías, dejando que sus dedos rozaran el borde de una caja mientras miraba las etiquetas desgastadas. Su mente trabajaba rápido, pero su cuerpo permanecía inmóvil, como si el peso del lugar no le afectara en absoluto.
—No soy de las que hacen preguntas innecesarias —dijo finalmente, su voz más baja pero con la misma firmeza. —Pero cuando las cosas no encajan, no puedo evitar buscar por qué. Así que si hay algo en este almacén que "no debería estar donde está" —hizo una pausa, girando la cabeza hacia él, con una expresión tan neutral como cortante. —Lo encontraré.
Dejó que esas palabras se asentaran antes de añadir, con un tono algo más ligero.
—Y si no lo hay, bueno… supongo que solo habremos perdido un poco de tiempo. Aunque, entre tú y yo, me cuesta creer que Umbrella envíe a alguien nuevo a mover cajas solo por diversión.
Amara se enderezó, sujetando la tableta de nuevo, lista para comenzar a revisar el inventario. No iba a perder tiempo intentando descifrar a Daniel; ya había aprendido que las personas como él revelaban lo necesario cuando querían y, si no lo hacían, simplemente no importaba.
—Buena suerte con tus secretos, Cortés —dijo finalmente, usando su apellido por primera vez. No lo había mencionado él, pero eso no significaba que no lo supiera. La información, después de todo, era algo que había aprendido a recoger incluso antes de que otros pensaran en compartirla.
Y con eso, empezó a caminar hacia el fondo del almacén, su postura tan firme como su voluntad de encontrar algo… o a alguien que pudiera darle más respuestas.
Daniel dejó escapar un leve resoplido, apenas un sonido, pero suficiente para indicar que las palabras de Amara le habían llegado. No se molestó en mirarla de inmediato, dejando que el silencio trabajara por él. Había aprendido hace tiempo que las respuestas inmediatas daban demasiado a cambio de muy poco. En cambio, siguió revisando las etiquetas de una caja cercana, sus movimientos pausados pero precisos, como si pesara cada segundo.
Finalmente, giró la cabeza hacia Amara, una media sonrisa casi imperceptible curvando sus labios.
—No está mal, LeBlanc. Diría que tienes buen ojo para este juego —murmuró, su tono bajo pero con un deje de aprobación que no se molestó en ocultar.
Dio un paso hacia otra estantería, examinando con rapidez un grupo de cajas que parecían recién llegadas. Su atención estaba dividida entre su tarea y la figura de Amara, que caminaba con la misma firmeza con la que había entrado. Había algo en su actitud que le recordaba a los pocos que habían logrado destacar en un lugar como este: una mezcla de control calculado y voluntad inquebrantable.
—Tienes razón en una cosa —continuó, alzando una mano para señalar un lote de cajas con etiquetas parcialmente arrancadas— Umbrella no manda a nadie a perder el tiempo. Así que, si estás aquí, es porque alguien quiere saber de qué estás hecha —sus palabras no tenían malicia, pero tampoco dulzura. Eran un simple reconocimiento de la realidad, como si no hubiera necesidad de disfrazarlas.
—Y, para que lo sepas, no evalúo a nadie. Solo observo. Lo que hagas con eso es asunto tuyo —se detuvo frente a una caja que parecía haber sido abierta y luego sellada de forma descuidada. Alzó una ceja mientras se inclinaba ligeramente, pasando los dedos por el borde del cierre. Su voz rompió el silencio sin previo aviso.
—¿Ves esto? —dijo señalando el sello— No coincide con el resto. Aquí alguien ha estado hurgando, y no creo que sea un simple error de inventario —levantó la mirada hacia Amara, sus ojos oscuros buscando los suyos por un instante antes de volver a la caja.
—Diría que tenemos nuestro primer "fuera de lugar" —se enderezó, cruzando los brazos mientras esperaba su reacción, dejando claro que, aunque su tono seguía siendo serio, había una ligera chispa de respeto en su mirada.
Dejó pasar un par de segundos antes de añadir, esta vez con un tono algo más ligero, casi burlón.
—¿Qué dices, LeBlanc? ¿Buscas la aguja en el pajar o seguimos adelante? Aunque algo me dice que ya tienes tu respuesta —sin esperar una respuesta inmediata, Daniel dio un paso atrás, dejando espacio para que ella se acercara y tomara el control. Había algo en Amara que le gustaba, una mezcla de frialdad y determinación que no se encontraba fácilmente, y estaba dispuesto a ver hasta dónde podía llegar.
Finalmente, giró la cabeza hacia Amara, una media sonrisa casi imperceptible curvando sus labios.
—No está mal, LeBlanc. Diría que tienes buen ojo para este juego —murmuró, su tono bajo pero con un deje de aprobación que no se molestó en ocultar.
Dio un paso hacia otra estantería, examinando con rapidez un grupo de cajas que parecían recién llegadas. Su atención estaba dividida entre su tarea y la figura de Amara, que caminaba con la misma firmeza con la que había entrado. Había algo en su actitud que le recordaba a los pocos que habían logrado destacar en un lugar como este: una mezcla de control calculado y voluntad inquebrantable.
—Tienes razón en una cosa —continuó, alzando una mano para señalar un lote de cajas con etiquetas parcialmente arrancadas— Umbrella no manda a nadie a perder el tiempo. Así que, si estás aquí, es porque alguien quiere saber de qué estás hecha —sus palabras no tenían malicia, pero tampoco dulzura. Eran un simple reconocimiento de la realidad, como si no hubiera necesidad de disfrazarlas.
—Y, para que lo sepas, no evalúo a nadie. Solo observo. Lo que hagas con eso es asunto tuyo —se detuvo frente a una caja que parecía haber sido abierta y luego sellada de forma descuidada. Alzó una ceja mientras se inclinaba ligeramente, pasando los dedos por el borde del cierre. Su voz rompió el silencio sin previo aviso.
—¿Ves esto? —dijo señalando el sello— No coincide con el resto. Aquí alguien ha estado hurgando, y no creo que sea un simple error de inventario —levantó la mirada hacia Amara, sus ojos oscuros buscando los suyos por un instante antes de volver a la caja.
—Diría que tenemos nuestro primer "fuera de lugar" —se enderezó, cruzando los brazos mientras esperaba su reacción, dejando claro que, aunque su tono seguía siendo serio, había una ligera chispa de respeto en su mirada.
Dejó pasar un par de segundos antes de añadir, esta vez con un tono algo más ligero, casi burlón.
—¿Qué dices, LeBlanc? ¿Buscas la aguja en el pajar o seguimos adelante? Aunque algo me dice que ya tienes tu respuesta —sin esperar una respuesta inmediata, Daniel dio un paso atrás, dejando espacio para que ella se acercara y tomara el control. Había algo en Amara que le gustaba, una mezcla de frialdad y determinación que no se encontraba fácilmente, y estaba dispuesto a ver hasta dónde podía llegar.
Amara se detuvo al escuchar el comentario de Daniel, dejando que sus palabras se asentaran en el aire antes de girar lentamente hacia él. Sus ojos, afilados y serenos, bajaron hasta la caja que señalaba, como si pudiera desentrañar sus secretos con solo mirarla. La pausa que siguió no fue casual; estaba acostumbrada a dejar que los demás hablaran lo suficiente como para revelar más de lo que planeaban.
—Bueno —respondió finalmente, con un leve encogimiento de hombros que parecía tan despreocupado como calculado— Si hay algo que he aprendido en sitios como este, es que lo "fuera de lugar" siempre es lo más interesante.
Se acercó a la caja, apoyando la tableta sobre la estantería mientras inspeccionaba el sello roto. Pasó los dedos por el borde, notando las irregularidades en el cierre. Su rostro permanecía inexpresivo, pero el leve brillo en sus ojos traicionaba su curiosidad. No era la primera vez que encontraba algo que no encajaba, pero lo que importaba aquí no era el qué, sino el por qué.
—Esto no es un simple descuido —murmuró más para sí misma que para Daniel. Luego alzó la mirada hacia él, su tono cambiando a uno más firme— ¿Cuánto tiempo llevan estas cajas aquí?
No esperaba que Daniel tuviera la respuesta exacta, pero quería observar cómo reaccionaba. Había algo en él, en su calma deliberada, que sugería que sabía más de lo que decía. Pero eso no era problema para ella; prefería trabajar con enigmas que con certezas aburridas.
—Si alguien ha estado hurgando, puede que esté buscando algo que no quiere que encontremos —continuó, incorporándose y cruzando los brazos mientras analizaba mentalmente las posibilidades. Hizo una pausa, luego añadió con un tono que mezclaba determinación y un sutil desafío— Y si ese es el caso, no voy a dejarlo pasar.
Amara tomó la tableta de nuevo y comenzó a buscar el registro del lote en el inventario. La pantalla brillaba bajo la tenue luz del almacén mientras sus dedos navegaban con rapidez entre las líneas de datos.
—Veamos… —murmuró con sus ojos clavados en la pantalla— Aquí está. Este lote llegó hace dos semanas. Procedencia: clasificada. Por supuesto.
La última palabra salió con un leve toque de sarcasmo. Estaba acostumbrada a las respuestas vagas de Umbrella, pero aquello siempre le irritaba. Se giró hacia Daniel, sosteniendo la tableta como si fuera un arma.
—¿Y ahora qué? —preguntó, su tono desafiando la aparente indiferencia de su compañero— ¿Hacemos un inventario completo, buscamos algo que falte o esperamos a que alguien nos diga que no hagamos demasiadas preguntas? Porque, si soy sincera, nunca he sido muy buena en seguir esa última opción si algo falla.
Su mirada permaneció fija en él, evaluándolo con la misma intensidad que él había mostrado al observarla antes. Había algo en el aire, una tensión que no era exactamente hostil, pero tampoco amistosa.
—Dime, Cortés —añadió usando su apellido con intención deliberada— ¿Cuál es tu apuesta?
Dejó la pregunta colgando en el aire mientras se acercaba de nuevo a la caja, esta vez con la clara intención de abrirla. Su postura, firme y decidida, dejaba claro que no iba a quedarse quieta esperando instrucciones.
Si Umbrella quería saber de qué estaba hecha, estaba más que dispuesta a mostrarlo.
—Bueno —respondió finalmente, con un leve encogimiento de hombros que parecía tan despreocupado como calculado— Si hay algo que he aprendido en sitios como este, es que lo "fuera de lugar" siempre es lo más interesante.
Se acercó a la caja, apoyando la tableta sobre la estantería mientras inspeccionaba el sello roto. Pasó los dedos por el borde, notando las irregularidades en el cierre. Su rostro permanecía inexpresivo, pero el leve brillo en sus ojos traicionaba su curiosidad. No era la primera vez que encontraba algo que no encajaba, pero lo que importaba aquí no era el qué, sino el por qué.
—Esto no es un simple descuido —murmuró más para sí misma que para Daniel. Luego alzó la mirada hacia él, su tono cambiando a uno más firme— ¿Cuánto tiempo llevan estas cajas aquí?
No esperaba que Daniel tuviera la respuesta exacta, pero quería observar cómo reaccionaba. Había algo en él, en su calma deliberada, que sugería que sabía más de lo que decía. Pero eso no era problema para ella; prefería trabajar con enigmas que con certezas aburridas.
—Si alguien ha estado hurgando, puede que esté buscando algo que no quiere que encontremos —continuó, incorporándose y cruzando los brazos mientras analizaba mentalmente las posibilidades. Hizo una pausa, luego añadió con un tono que mezclaba determinación y un sutil desafío— Y si ese es el caso, no voy a dejarlo pasar.
Amara tomó la tableta de nuevo y comenzó a buscar el registro del lote en el inventario. La pantalla brillaba bajo la tenue luz del almacén mientras sus dedos navegaban con rapidez entre las líneas de datos.
—Veamos… —murmuró con sus ojos clavados en la pantalla— Aquí está. Este lote llegó hace dos semanas. Procedencia: clasificada. Por supuesto.
La última palabra salió con un leve toque de sarcasmo. Estaba acostumbrada a las respuestas vagas de Umbrella, pero aquello siempre le irritaba. Se giró hacia Daniel, sosteniendo la tableta como si fuera un arma.
—¿Y ahora qué? —preguntó, su tono desafiando la aparente indiferencia de su compañero— ¿Hacemos un inventario completo, buscamos algo que falte o esperamos a que alguien nos diga que no hagamos demasiadas preguntas? Porque, si soy sincera, nunca he sido muy buena en seguir esa última opción si algo falla.
Su mirada permaneció fija en él, evaluándolo con la misma intensidad que él había mostrado al observarla antes. Había algo en el aire, una tensión que no era exactamente hostil, pero tampoco amistosa.
—Dime, Cortés —añadió usando su apellido con intención deliberada— ¿Cuál es tu apuesta?
Dejó la pregunta colgando en el aire mientras se acercaba de nuevo a la caja, esta vez con la clara intención de abrirla. Su postura, firme y decidida, dejaba claro que no iba a quedarse quieta esperando instrucciones.
Si Umbrella quería saber de qué estaba hecha, estaba más que dispuesta a mostrarlo.
Daniel observó a Amara en silencio mientras inspeccionaba la caja, sus movimientos metódicos y su mirada cargada de curiosidad calculada. Había algo en su actitud que le resultaba familiar, algo que reconocía porque lo había visto en sí mismo muchas veces antes: la necesidad de encontrar respuestas, incluso cuando esas respuestas podían meterla en problemas.
Cuando ella alzó la tableta con ese aire desafiante, dejando la pregunta en el aire, Daniel finalmente se movió. Se acercó a la estantería, quedándose a un lado de Amara, lo suficientemente cerca como para observar los datos en la pantalla, pero sin invadir su espacio. Sus ojos recorrieron las líneas del registro con calma, aunque su expresión permaneció tan neutral como siempre.
—Clasificada —repitió. El tono de su voz era bajo y carente de sorpresa— Claro que lo es. Todo aquí lo es, ¿no? Umbrella nunca deja nada sin ocultar, ni siquiera a los que estamos dentro —sus palabras no eran un reproche, solo un hecho dicho en voz alta. Lentamente, deslizó las manos en los bolsillos de su uniforme, volviendo su atención hacia la caja. Se quedó mirándola por un momento, como si intentara decidir hasta dónde estaba dispuesto a llegar en esto. Finalmente, habló de nuevo, su tono serio, pero con un atisbo de algo más profundo, casi como una advertencia.
—Si abres esa caja, no hay marcha atrás. Lo sabes, ¿verdad? —dijo con sus ojos oscuros fijándose en los de Amara por un instante— Aquí no se hacen preguntas, pero si empiezas a buscar respuestas, más vale que estés lista para lo que venga después. Umbrella no olvida a quienes escarban demasiado —dejó que esas palabras flotaran en el aire, no como un intento de detenerla, sino como una comprobación de cuánto estaba dispuesta a arriesgar. Sin embargo, no se apartó ni la detuvo cuando ella se inclinó para abrir el sello. En cambio, sus ojos volvieron a la caja, su postura aparentemente relajada, pero sus sentidos alertas.
El sonido del sello al romperse llenó el espacio. La tapa se levantó, revelando un contenido que, a primera vista, no parecía fuera de lo común: pequeños contenedores de metal, cuidadosamente empaquetados. Daniel se inclinó ligeramente hacia adelante, dejando que sus ojos examinaran los detalles antes de hablar.
—Demasiado cuidado para ser solo equipo estándar —sus dedos rozando uno de los contenedores antes de detenerse, como si pensara mejor en tocarlo— Esto no es material de seguridad, al menos no del tipo que nos dicen que manejamos ladeó la cabeza hacia Amara, permitiendo que su tono adquiriera un matiz más pragmático.
—Mi apuesta es que alguien está jugando a su propio juego aquí. Esto no se dejó mal etiquetado por accidente —hizo una pausa breve, sus palabras más lentas ahora, como si eligiera cada una con cuidado— Si seguimos adelante, vamos a llamar la atención de la gente equivocada. Y aquí, LeBlanc, eso significa que las cosas pueden ponerse feas muy rápido —finalmente, dio un paso atrás, devolviendo la decisión a ella. Su postura seguía siendo seria, pero había una leve sombra de respeto en su mirada.
—Tu turno, LeBlanc. Si estás dispuesta a jugártela, yo estoy contigo. Pero si vamos a tirar del hilo, asegúrate de que puedas sostener el peso cuando todo empiece a desmoronarse —no era una oferta que hacía a menudo, pero había algo en ella que lo convencía de que, por una vez, no estaría caminando solo hacia lo desconocido.
Cuando ella alzó la tableta con ese aire desafiante, dejando la pregunta en el aire, Daniel finalmente se movió. Se acercó a la estantería, quedándose a un lado de Amara, lo suficientemente cerca como para observar los datos en la pantalla, pero sin invadir su espacio. Sus ojos recorrieron las líneas del registro con calma, aunque su expresión permaneció tan neutral como siempre.
—Clasificada —repitió. El tono de su voz era bajo y carente de sorpresa— Claro que lo es. Todo aquí lo es, ¿no? Umbrella nunca deja nada sin ocultar, ni siquiera a los que estamos dentro —sus palabras no eran un reproche, solo un hecho dicho en voz alta. Lentamente, deslizó las manos en los bolsillos de su uniforme, volviendo su atención hacia la caja. Se quedó mirándola por un momento, como si intentara decidir hasta dónde estaba dispuesto a llegar en esto. Finalmente, habló de nuevo, su tono serio, pero con un atisbo de algo más profundo, casi como una advertencia.
—Si abres esa caja, no hay marcha atrás. Lo sabes, ¿verdad? —dijo con sus ojos oscuros fijándose en los de Amara por un instante— Aquí no se hacen preguntas, pero si empiezas a buscar respuestas, más vale que estés lista para lo que venga después. Umbrella no olvida a quienes escarban demasiado —dejó que esas palabras flotaran en el aire, no como un intento de detenerla, sino como una comprobación de cuánto estaba dispuesta a arriesgar. Sin embargo, no se apartó ni la detuvo cuando ella se inclinó para abrir el sello. En cambio, sus ojos volvieron a la caja, su postura aparentemente relajada, pero sus sentidos alertas.
El sonido del sello al romperse llenó el espacio. La tapa se levantó, revelando un contenido que, a primera vista, no parecía fuera de lo común: pequeños contenedores de metal, cuidadosamente empaquetados. Daniel se inclinó ligeramente hacia adelante, dejando que sus ojos examinaran los detalles antes de hablar.
—Demasiado cuidado para ser solo equipo estándar —sus dedos rozando uno de los contenedores antes de detenerse, como si pensara mejor en tocarlo— Esto no es material de seguridad, al menos no del tipo que nos dicen que manejamos ladeó la cabeza hacia Amara, permitiendo que su tono adquiriera un matiz más pragmático.
—Mi apuesta es que alguien está jugando a su propio juego aquí. Esto no se dejó mal etiquetado por accidente —hizo una pausa breve, sus palabras más lentas ahora, como si eligiera cada una con cuidado— Si seguimos adelante, vamos a llamar la atención de la gente equivocada. Y aquí, LeBlanc, eso significa que las cosas pueden ponerse feas muy rápido —finalmente, dio un paso atrás, devolviendo la decisión a ella. Su postura seguía siendo seria, pero había una leve sombra de respeto en su mirada.
—Tu turno, LeBlanc. Si estás dispuesta a jugártela, yo estoy contigo. Pero si vamos a tirar del hilo, asegúrate de que puedas sostener el peso cuando todo empiece a desmoronarse —no era una oferta que hacía a menudo, pero había algo en ella que lo convencía de que, por una vez, no estaría caminando solo hacia lo desconocido.
Amara sostuvo la mirada de Daniel por unos instantes después de escuchar su advertencia. Su rostro permanecía impasible, pero en el interior ya había tomado una decisión. El riesgo no era algo que evitara; era algo que aprendía a manejar. Había venido a Umbrella para sobrevivir, sí, pero también para descubrir, y la caja abierta frente a ella era un paso en ese camino.
—Siempre hay un hilo del que tirar —respondió finalmente, su tono firme pero calmado. Volvió su atención al contenido de la caja, dejando las palabras de Daniel suspendidas en el aire como si no le afectaran. Sus dedos rozaron con cuidado uno de los contenedores metálicos, inspeccionando las marcas y los números grabados en la superficie. Todo parecía meticulosamente diseñado para no revelar nada a simple vista.
—Esto no es equipo estándar, como dices. Tampoco parece material que alguien olvidaría etiquetar correctamente. Esto tiene intención —explicó, más para sí misma que para él.
Con un movimiento ágil, tomó uno de los contenedores y lo levantó a la altura de sus ojos, girándolo lentamente bajo la luz del almacén. Su mente trabajaba rápido, tratando de conectar lo que veía con cualquier fragmento de información que hubiera oído o leído antes. Había algo en el diseño, en la perfección mecánica de aquel objeto, que gritaba "prototipo".
—Parece más algo que habría salido directamente de los laboratorios —volvió su mirada hacia él. No era una pregunta; era una conclusión.
Se agachó y comenzó a revisar la parte inferior de la caja, buscando cualquier indicio adicional: números de serie, códigos de identificación, algo que pudiera ubicar este lote en un contexto más amplio. Tras unos segundos, su mano encontró algo: una etiqueta semidespegada en una de las esquinas interiores. Tiró de ella con cuidado, revelando un número incompleto que apenas era legible: "P-20…".
Amara entrecerró los ojos, intentando descifrar el resto, pero el adhesivo estaba demasiado deteriorado. Sin embargo, esas letras y números eran suficientes para levantar sospechas.
—Planta veinte —dijo en voz baja, levantándose y mirando a Daniel con renovada intensidad— Esto viene de la planta veinte.
Dejó que las palabras calaran antes de continuar.
—Clasificada y secreta, ¿no? Supongo que eso explica por qué esta caja está aquí abajo y no donde debería estar. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿quién la trajo aquí y por qué?
Amara dejó el contenedor sobre la mesa, su mente ya trazando el siguiente movimiento. No podía ignorar lo que había encontrado, pero sabía que avanzar requería cautela. Daniel tenía razón en algo: buscar respuestas aquí era peligroso, pero no hacer nada lo era aún más.
—No me importa quién esté jugando su propio juego —añadió, su tono firme mientras volvía a cruzar los brazos— Si algo está fuera de lugar en esta base, necesito saber qué es antes de que termine siendo mi problema.
Se giró hacia él, evaluándolo una vez más. Daniel había demostrado ser pragmático, pero había algo en su actitud que le decía que también tenía sus propios límites.
—Voy a tirar del hilo —aceptó, su voz era baja pero decidida— Y si eso significa que alguien se da cuenta, ya me encargaré de eso cuando ocurra. Pero no voy a ignorar esto.
Dejó que la tensión del momento se asentara antes de añadir:
—Así que, Cortés, ¿tú qué vas a hacer, quedarte aquí observando o vienes conmigo a averiguar qué demonios está pasando?
Amara no esperó una respuesta inmediata. Ya había decidido su próximo movimiento. Ahora solo quedaba ver si Daniel estaba dispuesto a caminar con ella hacia el borde del precipicio.
—Siempre hay un hilo del que tirar —respondió finalmente, su tono firme pero calmado. Volvió su atención al contenido de la caja, dejando las palabras de Daniel suspendidas en el aire como si no le afectaran. Sus dedos rozaron con cuidado uno de los contenedores metálicos, inspeccionando las marcas y los números grabados en la superficie. Todo parecía meticulosamente diseñado para no revelar nada a simple vista.
—Esto no es equipo estándar, como dices. Tampoco parece material que alguien olvidaría etiquetar correctamente. Esto tiene intención —explicó, más para sí misma que para él.
Con un movimiento ágil, tomó uno de los contenedores y lo levantó a la altura de sus ojos, girándolo lentamente bajo la luz del almacén. Su mente trabajaba rápido, tratando de conectar lo que veía con cualquier fragmento de información que hubiera oído o leído antes. Había algo en el diseño, en la perfección mecánica de aquel objeto, que gritaba "prototipo".
—Parece más algo que habría salido directamente de los laboratorios —volvió su mirada hacia él. No era una pregunta; era una conclusión.
Se agachó y comenzó a revisar la parte inferior de la caja, buscando cualquier indicio adicional: números de serie, códigos de identificación, algo que pudiera ubicar este lote en un contexto más amplio. Tras unos segundos, su mano encontró algo: una etiqueta semidespegada en una de las esquinas interiores. Tiró de ella con cuidado, revelando un número incompleto que apenas era legible: "P-20…".
Amara entrecerró los ojos, intentando descifrar el resto, pero el adhesivo estaba demasiado deteriorado. Sin embargo, esas letras y números eran suficientes para levantar sospechas.
—Planta veinte —dijo en voz baja, levantándose y mirando a Daniel con renovada intensidad— Esto viene de la planta veinte.
Dejó que las palabras calaran antes de continuar.
—Clasificada y secreta, ¿no? Supongo que eso explica por qué esta caja está aquí abajo y no donde debería estar. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿quién la trajo aquí y por qué?
Amara dejó el contenedor sobre la mesa, su mente ya trazando el siguiente movimiento. No podía ignorar lo que había encontrado, pero sabía que avanzar requería cautela. Daniel tenía razón en algo: buscar respuestas aquí era peligroso, pero no hacer nada lo era aún más.
—No me importa quién esté jugando su propio juego —añadió, su tono firme mientras volvía a cruzar los brazos— Si algo está fuera de lugar en esta base, necesito saber qué es antes de que termine siendo mi problema.
Se giró hacia él, evaluándolo una vez más. Daniel había demostrado ser pragmático, pero había algo en su actitud que le decía que también tenía sus propios límites.
—Voy a tirar del hilo —aceptó, su voz era baja pero decidida— Y si eso significa que alguien se da cuenta, ya me encargaré de eso cuando ocurra. Pero no voy a ignorar esto.
Dejó que la tensión del momento se asentara antes de añadir:
—Así que, Cortés, ¿tú qué vas a hacer, quedarte aquí observando o vienes conmigo a averiguar qué demonios está pasando?
Amara no esperó una respuesta inmediata. Ya había decidido su próximo movimiento. Ahora solo quedaba ver si Daniel estaba dispuesto a caminar con ella hacia el borde del precipicio.
Daniel se mantuvo en silencio mientras Amara hablaba, sus ojos oscuros fijos en los contenedores y en sus movimientos deliberados. Cada palabra que decía confirmaba lo que ya sospechaba: ella no iba a retroceder, y aunque aquello podría complicar las cosas, no podía evitar sentirse ligeramente impresionado. Había conocido a mucha gente en Umbrella, pero pocos se enfrentaban a los riesgos con tanta determinación.
Cuando Amara dejó caer las palabras "planta veinte", una ligera sombra cruzó el rostro de Daniel. No era alguien fácil de leer, pero en ese momento, quedó claro que sabía más de lo que estaba dispuesto a decir.
—Planta veinte… —repitió en un susurro, casi como si hablara consigo mismo. Luego, sus ojos se encontraron con los de ella, y esta vez no había rastro de neutralidad. Había una chispa de intensidad, como si esa información hubiera tocado algo más profundo.
Durante un momento, dejó que el silencio se asentara entre ellos, sopesando sus opciones. Finalmente, dio un paso hacia adelante, inclinándose ligeramente para mirar el número parcial en la etiqueta de la caja. Sus dedos rozaron el borde desgastado de la etiqueta, pero no intentó despegarla más. Luego se enderezó, su postura relajada pero lista para moverse.
—Si vas a tirar del hilo, más vale que lo hagas rápido y sin dejar rastro. En este lugar, la paciencia de la gente que manda es tan corta como su tolerancia a las sorpresas —dijo, su tono serio pero con una leve nota de aceptación— Además, la planta veinte no es exactamente un lugar al que se pueda entrar con una sonrisa y una excusa.
Hizo una pausa, cruzando los brazos mientras la observaba de nuevo, como si evaluara cuánto estaba dispuesta a arriesgar.
—Pero tienes razón en algo: esto no puede ignorarse. Y si estás dispuesta a seguir adelante, yo estoy contigo. No porque confíe en lo que podamos encontrar, sino porque prefiero saber qué juego estamos jugando antes de que alguien nos mueva las piezas —sin más palabras, se giró hacia la puerta del almacén, echando una última mirada a la caja abierta antes de avanzar unos pasos. Luego se detuvo, girando ligeramente la cabeza hacia Amara.
—Si vamos a hacer esto, hay que ser cuidadosos. Nadie puede saber que estuvimos aquí. Y si alguien pregunta, no hemos visto nada, no hemos tocado nada —la sombra de una sonrisa apareció en su rostro, apenas perceptible, pero suficiente para indicar que, a pesar del peligro, había algo en esta situación que lo intrigaba tanto como a ella.
—Vamos, LeBlanc. Veamos qué tan largo es el hilo.
Sin esperar respuesta, comenzó a caminar hacia la salida, sus pasos firmes y seguros, pero lo suficientemente lentos como para asegurarse de que ella estuviera a su lado. El peligro estaba ahí, pero algo en el fondo de su mente le decía que esta vez, enfrentarlo con alguien como Amara podría valer la pena.
Cuando Amara dejó caer las palabras "planta veinte", una ligera sombra cruzó el rostro de Daniel. No era alguien fácil de leer, pero en ese momento, quedó claro que sabía más de lo que estaba dispuesto a decir.
—Planta veinte… —repitió en un susurro, casi como si hablara consigo mismo. Luego, sus ojos se encontraron con los de ella, y esta vez no había rastro de neutralidad. Había una chispa de intensidad, como si esa información hubiera tocado algo más profundo.
Durante un momento, dejó que el silencio se asentara entre ellos, sopesando sus opciones. Finalmente, dio un paso hacia adelante, inclinándose ligeramente para mirar el número parcial en la etiqueta de la caja. Sus dedos rozaron el borde desgastado de la etiqueta, pero no intentó despegarla más. Luego se enderezó, su postura relajada pero lista para moverse.
—Si vas a tirar del hilo, más vale que lo hagas rápido y sin dejar rastro. En este lugar, la paciencia de la gente que manda es tan corta como su tolerancia a las sorpresas —dijo, su tono serio pero con una leve nota de aceptación— Además, la planta veinte no es exactamente un lugar al que se pueda entrar con una sonrisa y una excusa.
Hizo una pausa, cruzando los brazos mientras la observaba de nuevo, como si evaluara cuánto estaba dispuesta a arriesgar.
—Pero tienes razón en algo: esto no puede ignorarse. Y si estás dispuesta a seguir adelante, yo estoy contigo. No porque confíe en lo que podamos encontrar, sino porque prefiero saber qué juego estamos jugando antes de que alguien nos mueva las piezas —sin más palabras, se giró hacia la puerta del almacén, echando una última mirada a la caja abierta antes de avanzar unos pasos. Luego se detuvo, girando ligeramente la cabeza hacia Amara.
—Si vamos a hacer esto, hay que ser cuidadosos. Nadie puede saber que estuvimos aquí. Y si alguien pregunta, no hemos visto nada, no hemos tocado nada —la sombra de una sonrisa apareció en su rostro, apenas perceptible, pero suficiente para indicar que, a pesar del peligro, había algo en esta situación que lo intrigaba tanto como a ella.
—Vamos, LeBlanc. Veamos qué tan largo es el hilo.
Sin esperar respuesta, comenzó a caminar hacia la salida, sus pasos firmes y seguros, pero lo suficientemente lentos como para asegurarse de que ella estuviera a su lado. El peligro estaba ahí, pero algo en el fondo de su mente le decía que esta vez, enfrentarlo con alguien como Amara podría valer la pena.
Amara observó a Daniel mientras hablaba, estudiando cada matiz en su voz y cada pausa calculada. El cambio en su postura, la chispa en sus ojos al mencionar la planta veinte, no pasó desapercibido. Él sabía algo, o al menos lo sospechaba. Pero lo que más captó su atención fue la falta de resistencia: Daniel no intentó detenerla. Por el contrario, parecía dispuesto a caminar junto a ella hacia lo desconocido.
Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Amara, apenas visible pero cargada de intención. No era una sonrisa de alivio, sino de reconocimiento. Daniel podía ser útil, al menos por ahora.
—Cuidado, Cortés —dijo con un tono que mezclaba ironía y seriedad mientras tomaba la tableta de nuevo— Si sigues mostrándote tan colaborador, podría empezar a pensar que te gusta esto.
Sin esperar respuesta, ajustó la tableta bajo su brazo y comenzó a seguirlo hacia la salida del almacén. Sus pasos eran firmes, pero en su mente ya estaba trazando las posibilidades. La planta veinte no era un lugar al que se accediera fácilmente, y ambos lo sabían. Pero Amara nunca había sido alguien que aceptara límites impuestos por otros.
Al llegar al pasillo, su voz rompió el silencio.
—Si esto está conectado con la planta veinte, no vamos a conseguir respuestas simplemente paseándonos por ahí —dijo con su tono más pragmático— La seguridad en ese nivel no es exactamente un chiste, y si alguien está moviendo cosas de un lugar clasificado hasta aquí, es porque quiere que pase desapercibido.
Amara giró ligeramente la cabeza hacia él, midiendo sus palabras antes de continuar.
—Tienes razón: no podemos dejar rastro. Pero tampoco podemos avanzar a ciegas. Necesitamos algo que nos dé contexto antes de tirar del hilo. ¿Quién gestiona las entradas y salidas de la planta veinte? ¿Qué tipo de proyectos están vinculados a ella? Si encontramos una pista antes de lanzarnos, aumentamos nuestras probabilidades de sobrevivir a esto.
Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran mientras sus pasos resonaban en el pasillo vacío.
—Por mi parte, voy a buscar en el sistema de registros. Algo debe haber ahí, aunque esté oculto. Y tú… —se giró ligeramente hacia él, su expresión más relajada pero no menos seria— ¿Cuánto sabes realmente de esa planta, Cortés? Porque algo me dice que no eres tan ajeno a lo que pueda estar pasando ahí como pretendes.
Amara no buscaba una confesión, no directamente. Pero las palabras eran lo suficientemente afiladas como para invitarlo a hablar. Daniel había mostrado voluntad de caminar a su lado, pero si iban a sumergirse más en el misterio, necesitaba saber cuánto podía contar con él.
—Si vamos a hacer esto juntos, más vale que tengamos claro qué es lo que estamos arriesgando. Y si tú sabes algo que yo no, ahora sería un buen momento para compartirlo —añadió sin perder la mirada firme y evaluadora que lo había seguido desde el almacén.
Se detuvo junto a una intersección del pasillo, inclinándose contra la pared con los brazos cruzados, como si esperara una respuesta. El peligro no la intimidaba; la ignorancia, sí. Era hora de que Daniel decidiera cuánto estaba dispuesto a revelar.
Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Amara, apenas visible pero cargada de intención. No era una sonrisa de alivio, sino de reconocimiento. Daniel podía ser útil, al menos por ahora.
—Cuidado, Cortés —dijo con un tono que mezclaba ironía y seriedad mientras tomaba la tableta de nuevo— Si sigues mostrándote tan colaborador, podría empezar a pensar que te gusta esto.
Sin esperar respuesta, ajustó la tableta bajo su brazo y comenzó a seguirlo hacia la salida del almacén. Sus pasos eran firmes, pero en su mente ya estaba trazando las posibilidades. La planta veinte no era un lugar al que se accediera fácilmente, y ambos lo sabían. Pero Amara nunca había sido alguien que aceptara límites impuestos por otros.
Al llegar al pasillo, su voz rompió el silencio.
—Si esto está conectado con la planta veinte, no vamos a conseguir respuestas simplemente paseándonos por ahí —dijo con su tono más pragmático— La seguridad en ese nivel no es exactamente un chiste, y si alguien está moviendo cosas de un lugar clasificado hasta aquí, es porque quiere que pase desapercibido.
Amara giró ligeramente la cabeza hacia él, midiendo sus palabras antes de continuar.
—Tienes razón: no podemos dejar rastro. Pero tampoco podemos avanzar a ciegas. Necesitamos algo que nos dé contexto antes de tirar del hilo. ¿Quién gestiona las entradas y salidas de la planta veinte? ¿Qué tipo de proyectos están vinculados a ella? Si encontramos una pista antes de lanzarnos, aumentamos nuestras probabilidades de sobrevivir a esto.
Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran mientras sus pasos resonaban en el pasillo vacío.
—Por mi parte, voy a buscar en el sistema de registros. Algo debe haber ahí, aunque esté oculto. Y tú… —se giró ligeramente hacia él, su expresión más relajada pero no menos seria— ¿Cuánto sabes realmente de esa planta, Cortés? Porque algo me dice que no eres tan ajeno a lo que pueda estar pasando ahí como pretendes.
Amara no buscaba una confesión, no directamente. Pero las palabras eran lo suficientemente afiladas como para invitarlo a hablar. Daniel había mostrado voluntad de caminar a su lado, pero si iban a sumergirse más en el misterio, necesitaba saber cuánto podía contar con él.
—Si vamos a hacer esto juntos, más vale que tengamos claro qué es lo que estamos arriesgando. Y si tú sabes algo que yo no, ahora sería un buen momento para compartirlo —añadió sin perder la mirada firme y evaluadora que lo había seguido desde el almacén.
Se detuvo junto a una intersección del pasillo, inclinándose contra la pared con los brazos cruzados, como si esperara una respuesta. El peligro no la intimidaba; la ignorancia, sí. Era hora de que Daniel decidiera cuánto estaba dispuesto a revelar.
Daniel caminó un par de pasos más antes de detenerse junto a la intersección donde Amara lo esperaba. La luz fría del pasillo iluminaba su rostro, acentuando la sombra que parecía permanentemente alojada en su expresión. No respondió de inmediato, dejando que el silencio trabajara por él, como hacía siempre. Había aprendido que a veces las palabras daban demasiado, y en un lugar como este, menos era siempre más.
Finalmente, se giró hacia Amara, apoyándose contra la pared opuesta. Su mirada, oscura y fija, se encontró con la de ella, pero no había desafío en sus ojos, solo una calma calculada.
—No sé más de la planta veinte que lo que cualquiera aquí sabe —dijo finalmente, su voz baja, como si la conversación pudiera ser escuchada por las paredes mismas— Pero lo que sé es suficiente para entender que si algo de allí termina en este almacén, no es porque alguien cometiera un error. Esto tiene intención.
Hizo una pausa, cruzando los brazos mientras bajaba la mirada hacia el suelo, como si tratara de ordenar sus pensamientos antes de continuar.
—Mi apuesta es que alguien está jugando por su cuenta. Ese material no está aquí porque "se equivocaron de caja". Está aquí porque alguien quiere que desaparezca, que pase desapercibido, o porque está intentando quedárselo sin que nadie lo note.
Alzó la mirada de nuevo, esta vez sosteniéndola en Amara con una intensidad medida, como si quisiera asegurarse de que entendiera el peso de sus palabras.
—Umbrella está llena de gente así. Tipos que no piensan en las reglas porque saben que las reglas aquí no son más que una ilusión. Si estamos tirando del hilo, LeBlanc, no solo estamos buscando respuestas. Estamos metiéndonos en el juego de alguien más. Y esos juegos nunca terminan bien.
Se enderezó, empujándose ligeramente de la pared para quedar frente a ella, sus pasos lentos pero firmes mientras cerraba un poco la distancia. No había agresividad en su postura, solo seriedad.
—Quieres buscar en el sistema. Perfecto. Hazlo. Pero no esperes encontrar algo tan claro como un nombre o un motivo. Si esa caja llegó aquí, lo hicieron con suficiente cuidado para borrar cualquier rastro directo.
Dejó que esas palabras flotaran en el aire antes de añadir, esta vez con un tono ligeramente más bajo, casi un susurro.
—Pero si alguien quería quedarse con ese material, tendrá que moverlo pronto. Un envío perdido en el sistema no puede quedarse aquí para siempre. Si te digo la verdad, LeBlanc, creo que las respuestas no están en un archivo. Están en la persona que viene a buscar esa caja.
Su mirada se endureció un momento, como si quisiera medir su reacción antes de seguir.
—Podemos quedarnos a buscar en el sistema. O podemos vigilar. Si tienes razón y hay algo en esos registros que valga la pena, adelante. Pero si me preguntas a mí… creo que tenemos que ser pacientes. Ese alguien, quien sea, no dejará esto aquí mucho tiempo.
Daniel dio un paso hacia atrás, dejando la decisión en sus manos, pero sus ojos no abandonaron los de Amara. Había algo en ella que le decía que no iba a retroceder, y aunque no lo admitiría en voz alta, eso era algo que respetaba.
—¿Quiéres que vayamos a la planta veinte a preguntar sin más? —se podía notar en su expresión que hablaba con sarcasmo, ¿pero de verdad era tan descabellado?
La leve inclinación de su cabeza al final de la frase fue lo más cercano a un gesto de confianza que podría ofrecer. Si iban a tirar del hilo, lo harían juntos. Y si alguien se daba cuenta… bueno, ya verían cómo enfrentarlo.
Finalmente, se giró hacia Amara, apoyándose contra la pared opuesta. Su mirada, oscura y fija, se encontró con la de ella, pero no había desafío en sus ojos, solo una calma calculada.
—No sé más de la planta veinte que lo que cualquiera aquí sabe —dijo finalmente, su voz baja, como si la conversación pudiera ser escuchada por las paredes mismas— Pero lo que sé es suficiente para entender que si algo de allí termina en este almacén, no es porque alguien cometiera un error. Esto tiene intención.
Hizo una pausa, cruzando los brazos mientras bajaba la mirada hacia el suelo, como si tratara de ordenar sus pensamientos antes de continuar.
—Mi apuesta es que alguien está jugando por su cuenta. Ese material no está aquí porque "se equivocaron de caja". Está aquí porque alguien quiere que desaparezca, que pase desapercibido, o porque está intentando quedárselo sin que nadie lo note.
Alzó la mirada de nuevo, esta vez sosteniéndola en Amara con una intensidad medida, como si quisiera asegurarse de que entendiera el peso de sus palabras.
—Umbrella está llena de gente así. Tipos que no piensan en las reglas porque saben que las reglas aquí no son más que una ilusión. Si estamos tirando del hilo, LeBlanc, no solo estamos buscando respuestas. Estamos metiéndonos en el juego de alguien más. Y esos juegos nunca terminan bien.
Se enderezó, empujándose ligeramente de la pared para quedar frente a ella, sus pasos lentos pero firmes mientras cerraba un poco la distancia. No había agresividad en su postura, solo seriedad.
—Quieres buscar en el sistema. Perfecto. Hazlo. Pero no esperes encontrar algo tan claro como un nombre o un motivo. Si esa caja llegó aquí, lo hicieron con suficiente cuidado para borrar cualquier rastro directo.
Dejó que esas palabras flotaran en el aire antes de añadir, esta vez con un tono ligeramente más bajo, casi un susurro.
—Pero si alguien quería quedarse con ese material, tendrá que moverlo pronto. Un envío perdido en el sistema no puede quedarse aquí para siempre. Si te digo la verdad, LeBlanc, creo que las respuestas no están en un archivo. Están en la persona que viene a buscar esa caja.
Su mirada se endureció un momento, como si quisiera medir su reacción antes de seguir.
—Podemos quedarnos a buscar en el sistema. O podemos vigilar. Si tienes razón y hay algo en esos registros que valga la pena, adelante. Pero si me preguntas a mí… creo que tenemos que ser pacientes. Ese alguien, quien sea, no dejará esto aquí mucho tiempo.
Daniel dio un paso hacia atrás, dejando la decisión en sus manos, pero sus ojos no abandonaron los de Amara. Había algo en ella que le decía que no iba a retroceder, y aunque no lo admitiría en voz alta, eso era algo que respetaba.
—¿Quiéres que vayamos a la planta veinte a preguntar sin más? —se podía notar en su expresión que hablaba con sarcasmo, ¿pero de verdad era tan descabellado?
La leve inclinación de su cabeza al final de la frase fue lo más cercano a un gesto de confianza que podría ofrecer. Si iban a tirar del hilo, lo harían juntos. Y si alguien se daba cuenta… bueno, ya verían cómo enfrentarlo.
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