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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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{#} Microrrelatos de Halloween.

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Mensaje por Agent 4.0 Sáb 01 Nov 2014, 01:46



This is Halloween!

Microrrelatos de Halloween.

Lo prometido es deuda y aquí comenzarán a publicarse los relatos que nos vayáis enviando. Aceptamos relatos y los iremos sumando hasta el día 5 de este mes a las 22:00 hora española.

Los textos aquí expuestos se publican de forma anónima hasta el día de la entrega de premios.

Queda prohibido hablar sobre los relatos, comentarlos, decir favoritos en la CB, foros o por MP, suena muy mal, pero por favor, queremos evitar favoritísmos o influencias en el resto de usuarios, además de que claro, no sabéis a quien pertenece el relato, podéis estar criticando o halagando al de al lado.

Avisaremos de cuando comienzan las votaciones, tranquilos. Que será básicamente el día 5 a partir de las 22:00 por MP a Agent 4.0.

A continuación los relatos:


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{#} Microrrelatos de Halloween. Empty Re: {#} Microrrelatos de Halloween.

Mensaje por Agent 4.0 Sáb 01 Nov 2014, 01:49



1. ¿Tienes miedo?

La vida de Olivia no podía calificarse como la más interesante del mundo. O eso pensaba ella. La joven, soltera y con la mayoría de edad (según el Gobierno Estadounidense) cumplida, trabajaba en una pequeña empresa de publicidad y vivía en una casa en Virginia que alguna vez perteneció a sus abuelos. Cuando sus padres murieron decidió irse a vivir allí al enterarse de su existencia. ¿Como no lo había sabido antes? Sus padres jamás la mencionaron y nunca vio una foto de su madre aquí. La casa no estaba mal, era espaciosa, de dos pisos y no demasiado lejos del núcleo de población. Un sitio tranquilo, como lo calificó su vecino, el cual había estado cuidado de la casa. La primera vez que Olivia habló con él pensó que era un hombre extraño. Debería rondar los cuarenta años, tal vez los 45. Siempre andaba silbando, sonriendo y alguna vez creyó escucharle hablar consigo mismo. Había escuchado que su mujer murió en extrañas circunstancias hace menos de veinte años. Pero los rumores son los rumores y más en una urbanización como aquella, además de que no era su asunto. Así pues se limitó a coger las llaves que el hombre...Llamado Andrew, le daba y empezó su nueva vida en aquella cálida casa. Parecía que sus abuelos se habían encargado de vaciarlo todo antes de irse a vivir a la ciudad, no quedaba ni una sola foto, ni un solo utensilio.

La joven en el mes que llevaba viviendo en aquel lugar, había ido haciendo pequeñas reformas para ponerlo a su gusto. Y a su manera de ver, le estaba quedando bastante bien. Solo le quedaban dos habitaciones. La de sus abuelos y la de invitados que pensaba dejar terminadas en dos semanas. Había estado echando un vistazo a la primera, dándose cuenta de que era la habitación más grande de la casa y la más fría por el hecho de estar dando a la parte trasera, donde dan menos horas de sol. Estaba totalmente vacía (salvo por un espejo de cuerpo entero que colgaba de una de las paredes), así que Olivia pensó que estaría bien hacerse un vestidor en esta o tal vez un despacho, no lo tenía claro. Estaba sentada en el suelo como indio, dibujando en un cuaderno como sería la habitación a su gusto. En una página, estaba dibujada como sería a modo de despacho y en otra, como vestidor. Se sentía más atraída por el segundo dibujo.

''Olivia'' giró la cabeza de golpe, sintiendo como el bello de su nuca se erizaba. Por un momento le había parecido que alguien le llamaba, pero no había presencia alguna, solo aquel extraño espejo. Estaba sola en aquel lugar. Llegó a la conclusión de que se estaba imaginando cosas, tal vez demasiado trabajo por hoy. Dejó la libreta en el suelo, dispuesta a irse a dormir cuando su mirada se fijó en el espejo. En esa casa no quedaba absolutamente nada, entonces, ¿porque sus abuelos se dejaron ese espejo? No es que fuera precisamente feo. Se decidió a acercarse, comenzando a pasar la mano por los delicados relieves que enmarcaban el cristal. Estaba un poco sucio, lleno de polvo. Empezó a pasar la manga de la chaqueta de lana que portaba para protegerse del frío, limpiando poco a poco hasta verse reflejada nitidamente pero enseguida su  mirada se desvió hacía un punto fijo en la puerta.

Giró su cuerpo de sopetón, con la respiración agitada y al instante se relajó al darse cuenta de que no había nadie. ¿De nuevo? Se pasó la mano por la cabeza, echándose el largo cabello dorado hacía atrás. Su corazón estaba latiendo con rapidez por el susto y se empezó a reír al darse cuenta. Desde pequeña había tenido ese problema con la soledad y la oscuridad, su mente se imaginaba cosas, pensaba que con la edad había ido desapareciendo. Suponía que tendría que acostumbrarse a vivir sola después de tanto tiempo haciéndolo acompañada. Solo eso...Nada más. Se bajó más las mangas de la chaqueta hasta que cubrieron sus manos andando hacía la puerta y cerrando el interruptor de la luz que estaba junto a esta para después cerrar a sus espaldas. Se abrazó a sí misma. Iba a tener que llamar al de la calefacción de nuevo, algo estaban haciendo mal.

''Olivia'' se quedo parada esta vez. No, no se lo había imaginado y se temía que tampoco la vez anterior. La voz había sonado mucho más clara y fuerte, justo a sus espaldas. Sentía alguien o tal vez algo y no se atrevía a girarse esta vez ''Gírate'' añadió. Sus manos empezaron a sudar, sus mejillas a calentarse y creía que su labio inferior iba a empezar a temblar en cualquier momento ''He dicho que te gires'' pudo notar enfado en la voz de la mujer, furia tal vez, resentimiento. Olivia se giro, cerrando los ojos y esperó unos segundos; nada sucedió. Los abrió, encontrándose con que en el largo pasillo iluminado no había nada...Absolutamente nada. Sintió el alivio recorrer cada uno de sus nervios y volvió a reírse como la vez anterior, una cierta risita nerviosa mientras se recordaba que ya no era una niña para tener esta clase de miedos y alucinaciones. Volvió a girarse y pegó un grito al ver una figura encapuchada delante de ella. La mujer ni se inmutó, continuó parada, tan cerca de ella que al apartarse casi le roza. No podía verle la cara a pesar de toda la luz que había, solo el cabello, negro como el tizón y largo hasta la cintura. Echó a correr sin pensárselo en dirección a las escaleras que estaban justo a sus espaldas siguiendo su instinto mas primitivo: el de la supervivencia.

Agarró la barandilla, descendiendo los escalones de dos en dos y casi tropezándose con sus propios pies al llegar al piso inferior. Miró hacía arriba. La mujer encapuchada se encontraba bajando poco a poco las escaleras y eso le dio aun más miedo a la rubia. ¿De dónde cojones había salido? ¿Cómo había entrado? ¿Qué quería de ella? Abrió la primera puerta por la que pasó, introduciéndose en la sala la cual resultó ser la cocina. Cerró, agarrando una silla que puso contra el manillar y rebuscó en los cajones hasta encontrar un cuchillo de dimensiones considerables. Tragó saliva. Podía escuchar los pasos acercándose poco a poco hasta frenarse en la puerta y el manillar empezó a girar. Los ojos oscuros de Olivia empezaron a humedecerse y poco a poco las lágrimas empezaron a descender. Quería gritarle, llamar a alguien, pedir ayuda, pero las palabras estaban atascadas en su garganta. Apenas podía sollozar.

De repente esa persona dejó de intentar forzar la puerta y un segundo más tarde los pasos se alejaron. La joven se apartó del mármol en el cual estaba apoyada, acercándose a la puerta  a cortos pasos y colocando el oído contra esta temerosa...Ni un solo ruido. ¿Se había ido? Cuando se giró para caminar a su puesto anterior, soltó un grito al ver a alguien en la ventana de la cocina pero se calmó al ver que se trataba de su vecino el extraño.
''He oído gritos, ¿Se encuentra bien?'' pudo escuchar que le decía a través del cristal. Olivia rápidamente corrió hacía allí, sintiéndose aliviada de que hubiese venido hasta allí. Estaba salvada.
''Hay alguien en mi casa, tiene que llamar a...'' no pudo ni terminar la frase cuando de golpe y porrazo la figura anterior apareció tras su vecino. Apareció literalmente, surgió de la nada por arte de magia. ''¡¡CUIDAD...!!'' de nuevo no le dio tiempo a decir la palabra entera porque la mujer puso ambas manos a cada lado de las sienes del extraño vecino, que se quedó paralizado unos segundos para instantes después empezar a chillar elevando su cabeza al cielo. Olivia observó con horror como unas lágrimas ensangrentadas brotaban de sus ojos (los cuales quedaron en blanco) y su nariz. La rubia empezó a llorar, golpeando el cristal con las manos, gritándole la mujer a la cual ahora sí que pudo verle la cara, era pálida y sus ojos estaban inyectados en sangre. Movía la boca, pronunciando algo de lo cual solo pudo escuchar algo parecido a ‘’traición’’ y en cuanto su mirada se clavó en ella, se echó hacia atrás por inercia a la vez que el cristal quedaba cubierto por una espesa sangre. El cuerpo de Olivia empezó a sacudirse de forma violenta, temblando, sollozando y agarrando el cuchillo con la mano fuertemente como si le fuese a servir de algo; la mujer había desaparecido de nuevo.

Empezó a escuchar ruidos en el interior de la casa; primero en la planta de arriba, después en el comedor, mas tarde en el lavabo que estaba junto a la cocina y después el silencio. Las lágrimas no dejaban de derramarse y sentía que iba a darle un ataque al corazón en cualquier momento. No entendía que estaba pasando, no sabía qué demonios hacer, no podía creer que Andrew estuviese muerto y en parte, sentía que era su culpa pero, ¿Por qué?.
''¿Tienes miedo?'' la voz estaba de nuevo detrás de ella y al girarse, efectivamente, le vio. Estaba de pie, ahora con un semblante incluso más serio que el anterior. Olivia miró a la puerta, que estaba cerrada. ¿Podía entrar en todo momento? Volvió la mirada a la pelinegra; había estado jugando con ella. La mujer  encapuchada desapareció unos momentos, volviendo a aparecer a milímetros del cuerpo de la rubia de nuevo provocando que soltara el cuchillo. Trató de retroceder pero la mano de la mujer agarró su muñeca haciendo que cayera de rodillas al suelo gritando de dolor. Sentía como si mil agujas recorriesen sus venas y dieran pinchazos en sus órganos vitales. Algo caliente empezó a descender por su nariz y no hizo falta tocarse para saber que era sangre, estaba haciendo lo mismo que con Andrew.
''¿Que...quieres...de...mi?'' su voz sonó débil, entre lagrimas y sollozos, sin aire por el dolor que estaba sufriendo en aquel momento. La encapuchada volvió a sonreír.
''¿De ti? Nada, ¿de tu apellido? Venganza'' creyó escuchar Olivia a través de sus propios gritos, su cabeza comenzó a trabajar a una mayor velocidad asociando ideas: venganza, la ida de sus abuelos, la muerte de Andrew, la palabra traición saliendo de los labios de la mujer antes de matarle, la muerte misteriosa de la mujer del vecino extraño. Los ojos de Olivia fueron a los de la mujer, que ahora estaba empezando a reír o eso creía por como sus hombros se movían, porque ya no escuchaba nada, no sentía nada y de repente, todo se volvió negro para la chica de la vida poco interesante.


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{#} Microrrelatos de Halloween. Empty Re: {#} Microrrelatos de Halloween.

Mensaje por Agent 4.0 Lun 03 Nov 2014, 14:00



2. Pandora

Un ululante viento golpeaba las ventanas de la mansión, las ramas desnudas de los árboles se mecían con rapidez, creando siniestras sombras cuando la luz de la luna llena incidía entre ellas. El interior del edificio estaba a oscuras, exceptuando las zonas acristaladas en las cuales la lúgubre luz del satélite se colaba en la casa. Ningún sonido en la mansión que delatara vida o movimiento en su interior.
De la nada, unos pausados pasos sonaron, avanzando con cierto temor por la oscuridad de cada una de las habitaciones de la vivienda. Los ligeros pasos se hacían inmensos en el silencio, engrandeciendo el temor de aquella joven que los creaba. Cada pocos pasos se paraba, apartaba de su cara sus castaños cabellos y volvía a avanzar, moviendo sus ojos con presura en todas las direcciones, atenta del silencio. Empezó a arrastrar los pies descalzos, con miedo de cada una de las sombras que se zarandeaban en las paredes.
Un agudo ruido sonó fuera, asustada, la chica se echó contra la pared, chocando contra una ánfora que se encontraba en un pedestal. Tanto el pedestal como el ánfora cayeron, destrozándose en mil pedazos. La tapa rodó varios metros, chocando contra la pared y quedándose allí, intacta. Notando el corazón en un puño, la joven avanzó a zancadas por toda la mansión, buscando una manera de llegar al siguiente piso, temiendo haber alertado con el estruendo a aquellos que ni siquiera sabía si existían.
Sin aliento, llegó a las elegantes escaleras que la llevarían al segundo piso. Miró una última vez a su espalda, a la ventana que había allí, entre las ramas, más allá de las nubes, la luna llena se teñía de una luz ambarina que la aturdió durante unos segundos. Sintiendo una oleada de sensaciones contradictorias, se apresuró a subir las escaleras. Cada vez que sus pies se posaban en un escalón, un siniestro crujido procedía a resonar en toda la mansión, rompiendo el silencio en cada habitación que entraba. Tragando en seco, llegó al segundo piso.
Buscó entre los pasillos, en cada una de las habitaciones, tratando de encontrar un tesoro sin forma conocida. No encontró nada, exceptuando muebles desvencijados y colchones deshilachados. Sintiéndose engañada, salió del último dormitorio que investigó, pensando en volver y rendirse. Por alguna razón que ni ella misma podría entender, miró al techo, donde vio colgando un cordel. Mirándolo fijamente, se percató de que era la puerta a una buhardilla. Con remolonería, saltó, tratando de alcanzarlo, sin lograrlo. Repitió la acción tres veces más hasta lograrlo, haciendo que una escalera cayera en picado, dejando unas muescas en el suelo por el golpe.
Miró sin seguridad los peldaños de la escalera pero, sin molestarse en dudar más, subió. La buhardilla se encontraba en una penumbra total, iluminada exclusivamente por un ventanuco en un lateral del techo. Mirando, se percató que del centro del techo colgaba una araña de cristal, algo que a sus ojos resultó insólito para una desordenada buhardilla.
Rebuscó entre la basura acumulada en aquel espacio, sin saber realmente que podría esperar encontrar allí más allá de arañas, ratones y quizás algún lagarto de pequeño tamaño. Suspiró con alivio cuando se dio cuenta de que lo más vivo que había en ese lugar era ella y solo ella. Con un ya molesto bufido miró a su alrededor, el temor había pasado a la ira, viéndose engañada por un estúpido reto que jamás debió haber aceptado.
Justo cuando se dirigía hacia las escaleras, se dio cuenta de una caja de extrañas marcas, refinada madera y ornamentos de metales preciosos. La tomó con ambas manos, sintiéndose hipnotizada por ella. Se dirigió hacia la luz que el ventanuco aportaba y la miró en todo su esplendor, con la luz fantasmagórica de la luna llena haciéndola destellar con reflejos dorados. Se dijo a si misma que ahí estaría lo que buscaba, y, sin más, abrió la caja.
No encontró nada, no pasó nada, la miró con cierta frustración y la dejó caer al suelo, sin molestarse en volver a cerrarla. Tomó camino hacia las escaleras, pero escuchó algo a su espalda.
—¿Y si se os arrebatase la llama que os dio Prometeo? —susurró una voz, la cual colonizó toda la buhardilla.
De la nada, una voluta de humo salió disparada, tomando en el último instante forma de mano, atravesando de lado a lado a la joven. Se palpó el pecho, aterrada, sintiendo como un insufrible frío empezaba a adueñarse de ella. La tela blanca del vestido se deshilachó, cambió de color, como si cada segundo que pasase equivaliese a un siglo.
—¡¿Quién eres?! ¡No tiene gracia! —dijo la joven, aterrada, tratando de acercarse a las escaleras. Con una muda orden, estas se replegaron y cerraron, dejando atrapada a la chica.
—¿Quién soy? Esa pregunta no es interesante. Te haré una pregunta interesante, ¿y si Atlas dejara caer al mundo? —respondió, con una suave risa que rozaba lo infantil. La joven miró a su alrededor, tratando de ver quién era el que hablaba, esa voz no parecía ni humana.
Notó de golpe como sus pies dejaban de tocar el suelo, y, como si fuera lanzada, salió disparada contra el techo, perdiendo el aliento por el golpe. Notó la presión de la caída, como el techo la retenía, gritó tan fuerte como pudo, pero no escuchó nada. Se arrastró por el techo y se agarró de la araña con todas sus fuerzas, creyendo que así conseguiría no ser arrastrada hacia la nada.
—Pero Atlas siempre lo recogerá, ¿no?
La presión cesó y se vio colgando de la araña, tratando de no caer al suelo. Clamó por ayuda, pero no recibió contestación alguna. El techo hizo un desagradable ruido y entonces, con un gemido de miedo, cayó junto a la araña. Ambas se estamparon contra el suelo, el sonido de cristales rotos fue camuflado por el quejido de la chica, la cual quedó inconsciente por varios segundos.
Cuando despertó, miró al frente, más allá de la maraña de pelo que entorpecía su vista. Se sentía confusa, incapaz de moverse, fría, moribunda. Miró los cristales de la araña, agrietados, destrozados, y se vio reflejada. Débil, pálida, triste, insignificante. Trató de levantarse, pero no logró nada. Cerró los ojos y se dejó morir.
Unas frías manos la levantaron, la encadenaron a dos pilares, despertó y se encontró en mitad de un claro, en un bosque de árboles de niebla. Su aliento se volvió casi hielo al salir de ella. Volvió a suplicar ayuda, y la única respuesta fue la risa de varias personas, que recordaban a la primera.
Unas manos negras se acercaron a ella, la acariciaron, analizaron y después desaparecieron. Lloró hasta que sus ojos se vieron colapsados por la escarcha. Suplicó ayuda por última vez, pero no logró nada. Se volvió a dejar morir, pero no sucedió nada.
—Débiles.
—Tristes.
—Patéticos.
—Insignificantes.
Abrió con esfuerzos los ojos, pero lo que vio hizo que los cerrase con más fuerza aún. Eran sombras, muchas, tenían ojos, formas desagradables y antropomórficas. Caminaban a su alrededor mencionando desagradables adjetivos que ella misma se había dicho hacía poco tiempo atrás. Obligaron que abriera los ojos, que les mirase, sus deformes sonrisas, sus ojos salidos de órbita. No parecían reales, sin embargo, lo eran.
—No me matéis, dejadme ir… ¡Por favor! —suplicó, con sus últimas fuerzas.
—Creo que no lo entiendes chica, no eres presa. —dijo una de las sombras, la de mayor tamaño. —Sin embargo, no hay manera de que vuelvas. Soy Miedo.
—Ira. —dijo la más deforme.
—Egoísmo. —dijo la más opulenta.
—Envidia. —dijo la más menuda, pero que mayor voz tenía.
—Soledad. —dijo la nada en la que se intuía algo a lo que llamar “algo”.
—¿Quién eres, chica? —preguntó una de las que no se habían presentado.
La chica miró a cada uno de las sombras, eran demasiadas, y sus nombres significaban algo que ella sentía en su interior. Sentimientos mezclados en su corazón, incapaz de soportar más la presión. Negó, llorando otra vez, sin explicarse cómo podía seguir haciéndolo.
—Tristeza. —dijo la sombra más irregular, sonriendo, en una incongruencia con su propio nombre.
—Yo te diré tu nombre, chica. —dijo Miedo. —Te llamas Pandora.
Pandora abrió los ojos tanto como pudo, mirando a Miedo, tratando de soltarse de sus ataduras. Trató de gritar una respuesta, pero no logró nada. Gimoteó unas cuantas veces, hasta que simplemente dejó de ver.
—La llama que os dio Prometeo se apaga, Pandora. Tu llama se extinguió. —dijo Ira, señalando su pecho, en el lugar en el que la mano había atravesado su ser. Entre la tela deshilachada se podía ver cómo, en contraste con su pálida piel, una sombra avanzaba por su cuerpo. —Te vuelves barro modelado, el contenedor vacío de lo que nunca debió ser abierto. Gracias, ¿no?
—Seamos clementes, acabemos rápido. —dijo Envidia, avanzando hacia Pandora. Alargó la mano y tocó su piel, la cual empezó a rasgarse, sin sangrar. Empezó a romperse, mientras todas las sombras la tocaban, la consumían, hacían que su liberadora muriera poco a poco.
Pandora gritó con todas sus fuerzas, tratando de debatirse de las manos. Cerró los ojos con fuerza y pensó en una luz cegadora, en la luna llena, en el sol, en una bombilla, en la araña. Cuando los abrió, se encontraba en el suelo, sangrando, con los cristales de la araña rodeándola. Miró su mano y, con un gemido de terror, apartó la vista. Su piel desaparecía, se consumía por las sombras. Miró a su alrededor y vio la caja, tirada. Alargó ambas manos y empezó a arrastrarse, notando como su cuerpo se moría poco a poco, a cada movimiento que hacía. La caja era lo que los retenía, la caja los encerraría, ella podía retenerlos.
Tomó entre manos la caja y la cerró con fuerza, pensando en cada uno de las emociones que la consumían por dentro. La abrazó con fuerza y suplicó que todo parase, y dejó de tener miedo. Dejó de sentir ira, tener envidia. La tristeza la abandonó, al igual que otro sinfín de emociones. Lo último que le quedó fue un recuerdo.
—Idiota. —susurró una voz más potente que las otras.
—¿La caja? ¡¿La caja?! Pandora, estúpida, ¡jamás fue la caja lo que nos contuvo!
Las voces hablaron todas a la vez, caóticamente, pero en un momento, todas se pudieron de acuerdo y dijeron lo mismo.
—El ánfora.
—Zeus dio un ánfora a Pandora, y, estúpida ella, la abrió, liberándonos. Pero Pandora, tú eres más estúpida, ¡nos tiraste! ¡Rompiste el recipiente para jamás volver a ser encerrados! Nos sentíamos vacíos, solo sombras que trataban de escapar. Y llegaste tú, engañada, e hiciste lo que debías… Como buena Pandora.
Todas las manos volvieron a cogerla, la alzaron al aire y contemplaron como su cuerpo, iluminado por la luz de la luna, se consumía. Mirando una última vez a las sombras, sabiendo que ese era su fin, tomó aire y gritó:
—¡No me llamo Pandora! ¡Me llamo Esperanza!
Las sombras perdieron el gesto altanero, miraron una última vez a la muchacha y gimieron de horror. Habían cometido el mayor error posible. El cuerpo de Esperanza se desvaneció en el aire, siendo insalvable su vida. Cada una de las sombras sintió lo que los humanos, esos seres idiotas, patéticos, tristes, débiles e insignificantes sentían cuando los despojos de sombras que habían dejado tiempo atrás se instalaban en sus corazones.
El mundo entero perdió a la esperanza en ese instante. Todo humano se sumió en las sombras, unas más profundas que las propias sombras que fueron encerradas en el ánfora.
Las sombras temblaron de pánico. Esperanza escapó cuando Pandora volvió a encarcelar a Los Males, habían estado solos sin la luz durante tanto tiempo que se cegaron al verla y creyeron en fantasmas del pasado.
Atlas dejó de sostener el mundo. La llama que Prometeo le entregó al humano se apagó. Los mares se desbordaron. El sol y la luna dejaron de brillar. La naturaleza murió. El humano murió. Los Males murieron. Y, sin esperanza, no quedó nada.


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{#} Microrrelatos de Halloween. Empty Re: {#} Microrrelatos de Halloween.

Mensaje por Agent 4.0 Jue 06 Nov 2014, 22:18



3. ¿Quien eres?

Una puerta se cerraba como un suspiro en medio de la noche.Una persona puede asustarse tranquilamente por cualquier tontería que pasara en su casa y siempre tiene una explicación lógica para todo. Como el parquet del suelo que cruje como si alguien lo pisara cuando era producido por la siempre dilatación de la madera según la época y de la temperatura de la casa, otro ejemplo son los ruidos metálicos que se pueden escuchar por la casa cuando puede ser una simple gotera que pica contra los tubos de los radiadores haciendo que hagan esos ruidos y los tubos hagan el eco.

Pero esto no era así,no era como todas esas cosas con explicaciones racionales.Era totalmente diferente esto si que era algo anormal. La puerta principal se abrió de par en y se cerro de golpe por una fuerza extraña que no se podía ver con la simple vista humana pero si que se podía percibir en el aire. Era algo pesado que se mantenía ahí enfrente , con un fuerte olor como si se hubiera dejado un trozo de carne ahí por varios meses cada 31 de diciembre a media noche.

Nia lo notó ya que sentía como la miraba, respiraba contra ella mientras siseaba en un idioma extraño que ella no conocía pero cada año pasaba lo mismo, cada año venía y le susurraba algo contra su oído y entonces desaparecía dejándola sola para el año siguiente volver. Pero este era diferente a los demás ya que empezaba a ver la silueta como si por encima llevara un plástico o una pequeña capa de algo viscoso y transparente y parecía algo humano. Tenía su misma altura, su mismo tipo de cuerpo con las medias exactas a las de ella más bien podría decirse que era como su sombra.
Recordó aquella noche de hace cinco años cuando apenas había cumplido 16 años. Ella y su gemela habían decidido invocar al mismísimo Satán con varias velas en el patio de su casa pero no ocurrió absolutamente nada. Pero al cabo de un año Sarah la gemela murió suicidándose en el jardín justo sonde habían intentado invocarlo. Se había empezado a volver loca diciendo que había alguien observándola mientras dormía pero nadie la creyó ni Nia tampoco.
La chica se movió de donde estaba hasta un armario con doce cajones de madera pero abrí el primero con la llave que colgaba de su cuello y entonces sacó un pequeño revolver que cabía perfectamente en su mano.

Se giro para volver a mirar hacía aquello que parecía estático como un jarrón de decoración de aquella sala que pertenecía a la estructura de su casa. Levantó el arma hacia aquello que estaba delante de ella mientras quitaba el seguro pero entonces se movió extendiendo su brazo izquierdo señalando alguna cosa. Cada segundo que pasaba lo que estuviera enfrente de ella se iba haciendo mas claro a la vista humana ya que ahora se le podía ver totalmente la figura y su color iba envolviéndolo. Una sabana blanca cubría el cuerpo de lo que estuviera enfrente de ella mientras que el pelo negro largo cubría totalmente el rostro ocultando sus facciones ante Nia.

Nia miro en dirección donde indicaba el brazo y lo que vio la dejo helada como si un cubo de agua fría le cayese encima suyo. Su corazón empezó a bombear más sangre de lo normal intentando que llegara a cada punto de su cuerpo para hacerla reaccionar de algún modo pero ella simplemente miraba su reflejo. Era ella, era todo igual excepto su brazo que en vez de apuntar hacia delante como debía de estar lo mantenía con el revolver en el interior de su boca. Su expresión era igual a la del reflejo puro terror,los ojos abiertos como si se fueran a salir de las órbitas, respiración agitada y un sudor frío caía por su frente. Intento apartar el brazo de la pistola pero estaba estático ella ya no era dueña de su brazo.
Volvió a mirar a su reflejo que estaba tan asustado como ella, los ojos empezaron a tornarse de color y pudo leer lo que decían sus labios a pesar del artefacto que tenia en su interior.
-Ha llegado la hora..-Quito el seguro y entonces apretó el gatillo haciendo disparar el revolver.
Noto un liquido que empezó a descender por su cuerpo,tiñendo su rompa de un color rojo escarlata. Sus funciones motoras empezaron a fallarle provocando que su cuerpo cayera al suelo como si de una muñeca se tratase y poco a poco su respiración se volvió pesada. Después todo se volvió negro para ella ya no sentía absolutamente nada ni su propio corazón ya que este dejo de latir hacia un par de segundos y ya no iba a sentir nada nunca mas.
Aquello que estaba enfrente de ella se movió hasta el espejo introdujo una mano en el y entonces el mueble se lo trago.
Ella había dejado de existir,  y simplemente la recordarían como la chica que se suicido por haber perdido a su hermana gemela hacia unos años por lo mismo que había muerto ella. Sus padres cuando volvieran a la mañana siguiente de su viaje a Los Angeles la encontrarían allí tirada con el arma de su padre aun en la mano.


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{#} Microrrelatos de Halloween. Empty Re: {#} Microrrelatos de Halloween.

Mensaje por Agent 4.0 Miér 12 Nov 2014, 14:16



4. Monstruos reales

Alison leyó la pequeña nota y en su rostro se dibujó una sonrisa ladina, se apresuró a coger su abrigo y salió de la casa.
En la nublada noche londinense nada destacaba más que su abrigo blanco balanceándose al ritmo de sus pasos, caminaba entre callejones muy alejados de su magnífica casa estilo veneciano, mucho más allá de donde era decoroso encontrar a una dama. Poco podía importarle, al fin el trabajo se había completado y ella era libre de correr a los brazos de su salvador. Aún tenían muchas cosas que concretar, necesitaría una coartada y a algún otro hombre sin escrúpulos que callara las bocas necesarias y tapara los ojos indiscretos de quien pudiera arruinar su nueva vida. Tras eliminar a la pieza central no se detendría ante nada.

Mike, el apasionado y sexy americano, la esperaba en su pequeño y oscuro despacho, incrustado en un mugroso edificio de dos plantas en uno de los cientos de callejones  de piedra de la gran ciudad. El ambiente era frío y húmedo, la niebla se colaba entre las ventanas mal cerradas, pero Alison solo sentía el deseo de su boca, el siniestro morbo de la culpa instaurado en aquella habitación. Cuando sus miradas se cruzaron la mujer sintió que todo su cuerpo temblaba y se estremecía. Corrió junto a él y disfrutó de la calidez de sus manos acariciando su cuerpo, cubriendo su pecho; de sus finos y fuertes labios alimentándose de los femeninos; del frío del escritorio antiguo al pegarse sobre su espalda desnuda. Hicieron el amor y jamás la jovial e inocente Alison lo había disfrutado de esa manera, y jamás lo haría…  

Tan solo cubierta por la camisa del hombre, ella se sentía en una nube. Mike le mostró una cinta de video con una sonrisa maliciosa – Le pedí una prueba, ¿quieres verlo? – Casi con horror la mujer negó con la cabeza – Respuesta incorrecta – Mike golpeó la cara de Alison con el dorso de su gran y masculina mano. Ella sintió como su mejilla ardía, le palpitaba la sien, muy cerca del ojo. Estaba muy confusa, no entendía que acababa de pasar, ni siquiera pudo resistirse cuando el hombre la llevó hasta una silla y la amarró a ella con un par de viejos cinturones de cuero que desprendían un desagradable olor. El hombre la miró a los ojos, encorvándose para estar a su misma altura, aquel no era su amado Mike, el hombre por el que había… Santo Dios, ¿qué había hecho? Toda la culpa se hizo real en ese instante, se había vuelto loca, se había dejado embaucar y ahora los angelicales ojos azules de su amante se asemejaban más al horrible y profundo color del mar en una tormenta llena de peligros.

-Alison, Alison – Ella gimió de terror con solo escuchar la forma en la que degustaba su nombre, la voz que le había prometido la libertad ahora era su condena y le hacía sentir en el mismo infierno – Mira lo que has hecho – La pequeña pantalla de televisión dio imagen tras unos segundos de líneas negras y blancas. Ahí estaba, su marido, el hombre al que había amado y respetado toda la vida, el que le había dado un maravilloso hogar, posición social, cariño y comprensión. Estaba solo, caminaba, posiblemente hacia su casa, cuando una sombra se echó sobre él. Alison quiso cerrar los ojos, pero un afilado cuchillo en su cuello le advertía que no debía hacerlo, sentía la respiración de Mike en su nuca y eso la aterraba y asqueaba a partes iguales.
Tras una golpiza casi letal el rostro amoratado e hinchado de su esposo apareció en primer plano ante la cámara, pero lo peor no había pasado. Vio cómo, en una zona mucho más apartada, le torturaban, arrancaban trozos de su carne, quemaban sus ojos, cortaban su lengua… Finalmente acabaron con su sufrimiento con un rápido corte en el cuello. Hacía rato que Alison no dejaba de llorar y gritar presa del pánico. Ella había provocado aquello, ella pidió la muerte de su marido para poder huir con Mike ¿cómo había sido capad de semejante atrocidad? Sintió que las llamas eternas del infierno no serían castigo suficiente para ella, nada acallaría jamás la culpa.

Ahora era su turno, el cuchillo se deslizó por su cuello con la presión suficiente como para que un hilillo de sangre callera hasta quedar escondido entre sus pechos, bajo la camisa del hombre que había destrozado su vida. Sintió la lengua de este recorrer el espacio entre su cuello y su oreja y se estremeció, apenas podía respirar. Sus mejillas estaban empapadas en lágrimas y sus hombros aun temblaban por los sollozos – Me gustabas más cuando querías quitarme la ropa – Mintió divertido. Lo cierto era que pocas cosas le excitaban tanto como el miedo que le tenía aquella mujer en ese instante. El brillo de sus ojos era espeluznante, nadie habría dicho que se trataba de un hombre.

Hizo cuanto quiso con la mujer durante largas horas, la golpeó, saboreo su sangre, la atemorizó. Eso era lo que él hacía desde que tenía recuerdos, conquistaba jóvenes fácilmente impresionables y las convencía de que sus parejas eran quienes cortaban sus alas, les ofrecía el mundo a sus pies y el amor incondicional del hombre de sus sueños, conseguía que sintieran absoluto asco por sus hombres y que llegaran a hacer lo peor para librarse de ellos. Alison había llegado mucho más lejos que ninguna otra y eso le gustaba, cuanto le gustaba…
El siguiente paso era hacer que sintieran rechazo de ellas mismas, que se vieran como monstruos sin compasión que no merecían vivir. Por último acababa con cualquier resquicio de luz que asomara en sus almas, hasta que casi suplicaban por su muerte.

Alison no suplicó, quizá pensó que no merecía la clemencia que le proporcionaría descansar en paz. Cuando el filo del cuchillo atravesó su estómago reprimió un alarido de dolor y cayó al suelo. Lo último que sus ojos vieron fue la divertida sonrisa del monstruo que la había llevado a la locura. Su espíritu escapó lenta y conscientemente de su cuerpo, jamás descansaría en paz, el tormento de su alma pasó con ella a otro plano, en el que estaría obligada a ver todas las atrocidades que Mike protagonizara una, otra y otra vez...


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