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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Pasado pero no olvidado [Nigel's memories]
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Uno de junio de 2015.
Henderson, Nevada, EE. UU.
Henderson, Nevada, EE. UU.
Sí, ya comenzaba la época de calor. La ropa de invierno que tanto nos había costado encontrar ahora era tirada como si nada. Había que hacer espacio para cosas que hacían falta ahora. Conducía el viejo camión de bomberos por carreteras secundarias, Ebba estaba sentada en el asiento de al lado, descansando. Nos habíamos encontrado hacía ya tanto tiempo que ya ni recordaba los días solitarios en el apocalipsis. ¿Habría sido lo mismo sobrevivir solo o habría perdido la cabeza?
— Has despertado... — la miré de reojo. — ...queda poco combustible, espero que podamos llegar antes de que esto se pa... — no terminé la frase, el camión comenzó a detenerse. — ¡Joder, si lo llego a saber me callo! — le pegué un manotazo al volante. — Será mejor que nos movamos rápido, no conozco estas carreteras y me temo lo peor — me moví rápidamente para bajar del vehículo y recoger un par de cosas, entre ellas una gorra y un bidón vacío que esperaba poder llenar de combustible lo antes posible.
Lo bueno, si es que había algo bueno dentro de todo aquello era que no tardaríamos mucho en llegar a la ciudad y por lo general, siempre había gasolineras en las entradas. Una vez preparado con lo que creí que sería útil para esa aventura: una mochila con una cantimplora, algo de comer y poco más... a parte de la gorra y el bidón me acerqué hacia Ebba.
— Dime, ¿prefieres quedarte aquí en el camión o vamos juntos? — al mirar hacia el cielo y ver el sol en lo más alto fruncí el ceño. — Yo te diría de venir mejor, hace bastante calor pero quedarte aquí en el camión con el sol que pega, creo que sería peor... — me acerqué a uno de los laterales traseros y abrí uno de los compartimentos en busca de una camiseta limpia para cambiarme, que fuera de manga corta o no aguantaría aquel paseo. — Protector solar no hay, ¿no? — cerré el compartimento y me volví hacia la dirección correcta. Que pereza de viaje.
Antes lo que más podía preocuparnos en la vida era llegar a final de mes y eso nos parecía el peor problema del mundo. Ahora eran cosas como estas las que me quitaban el sueño. ¿Debía acompañarme Ebba o quedarse en el camión? Ambas opciones me parecían peligrosas, aquí podía darle una insolación, ser atacada por una horda de zombies, o algo peor aún. Por el contrario si me acompañaba... prefería no pensar en los posibles peligros que íbamos a encontrar.
— Aquí hay otra gorra — era del departamento de bomberos de Seattle, se la lancé a Ebba para que al menos protegiera su rostro de los rayos del sol. — Hace un rato iba pensando en el nombre y se me ha olvidado — me encogí de hombros y volví hacia la parte delantera del vehículo. Peter, el perro que habíamos encontrado hacía unas semanas salió del camión, por un momento me había olvidado de él. — ¡Eh canijo! — me acerqué a él y lo recogí del asiento, lo acaricié y dejé en el suelo.
— Listo, vamos allá — había cerrado con llave todas las puertas, para evitar que nos robaran, si es que aparecía alguien. Conseguir combustible para un camión de estas dimensiones era toda una odisea, a veces me planteaba cambiar de vehículo. ¿No sería mejor un nissan micra o algo así? Había tenido un amigo que había hecho más de 500 km con apenas unos treinta dólares en combustible, eso era nada. Sin embargo aquel cacharro consumía lo que no estaba escrito. Pero entonces pensaba en las ventajas y se me pasaba todo. Espacio, comodidad, agua, compartimentos para llevar todo lo que necesitara, un lugar de refugio cuando no había nada en mitad de la carretera y además seguro. En una ocasión una horda de zombies pasó rodeando el camión a media noche, cuando Ebba y yo dormíamos en la cabina, ellos no se dieron ni cuenta de nuestra presencia gracias a la altura del vehículo, de haberse tratado de un coche normal o de haber estado sin vehículo ahora estaríamos muertos. Aquel cacharro nos había sacado de más de un apuro y por ende así justificaba el consumo de combustible, a la larga resultaba rentable.
— Henderson, era — me acordé por fin del nombre de la ciudad, pueblo... o lo que fuera. Llevábamos un rato andando y el calor comenzaba a ser insoportable. Me ajusté la gorra y resoplé. — Que yo soy de Seattle, ahí siempre hace frío, me has sacado de mi entorno, me siento como un oso polar en el desierto... — Peter nos seguía a paso tranquilo.
Peter parecía estar mucho mejor que nosotros dos. A mi los pies me ardían ya, pero él caminaba como si nada. Me acerqué a él y acaricié su cabeza, Peter agradeció el cariño, como siempre. Continué con mi paso, tranquilo, pero iba aligerando conforme pasaban los segundos, tenía ganas de llegar a el lugar para poder cuanto antes llenar de combustible el camión. Me sentía inseguro sin el vehículo, era todo un escudo a la hora de enfrentarnos a los zombies.
— ¿Faltará mucho? — justo cuando ya creía que no llegaríamos jamás un edificio comenzó a aparecer en el horizonte. — Creo que vamos a tener suerte — susurré al percatarme de que por fin llegaríamos.
Avanzamos durante unos diez minutos más, a paso más rápido, al menos yo que tenía ya demasiadas ganas de llegar. La gasolinera estaba despejada, un par de coches abandonados a su suerte y nada más que basura. Había un sentimiento en el aire que me producía inquietud, algo me decía que debíamos ser muy cuidadosos si queríamos seguir con vida. — Debemos ser atentos — le hice una señal a Ebba y otra a Peter, que pareció entenderlo, era muy listo y le habíamos estado enseñando bien.
Antes de llegar al aparcamiento había un viejo renault abandonado, me pegué a uno de sus laterales y les hice señas a ellos dos para que hicieran lo mismo. Me asomé con cautela y conté los caminantes, eran un total cinco, que a repartir entre dos adultos y un perro... miré de reojo a Peter que se estaba rascando la cabeza. Vale dos adultos. Miré en varias direcciones, aparentemente solo estaban esos zombies, en la entrada y no más.
— Se me acaba de ocurrir algo... — le pasé el bidón vacío a ella. — Id los dos a llenar el bidón de gasolina y yo distraeré a esas cosas — sonreí ampliamente, hice un gesto de saludo y antes de que pudiera decirme nada más comencé a correr hacia el centro de la gasolinera, donde los surtidores y los zombies, que parecían estar custodiando el preciado combustible.
— ¡Eh huesudos, por aquí! — grité agitando los brazos. En cuanto aquellos cinco pares de ojos me vieron comencé a correr hacia la parte trasera de la gasolinera, siendo perseguidos por ellos y dejándole el camino libre a Ebba y Peter.
Doce de diciembre de 2012.
Seattle, Washington, EE. UU.
Seattle, Washington, EE. UU.
Las cosas se habían puesto muy feas. Hacía apenas seis días que el gobierno estadounidense se había rendido. En menos de un mes todo se había ido al traste y lo que parecía prácticamente imposible ocurrió: la nación que presumía de ser la super potencia mundial no podía hacer ya nada más en aquella guerra. Los zombies habían ganado la guerra.
Tras que ya poco pudiera hacer nuestra brigada de bomberos en nuestro distrito los que quedábamos aún con vida nos marchamos. Yo me encerré en mi apartamento, allí tenía muchas latas de comida, agua... siempre compraba todas esas porquerías porque no se me daba bien cocinar y cuando no podía mangarle algún tupper a mis compañeros o comer de lo que cocinaba el capitán en el cuartel... pues yo me calentaba alguna lata de estas.
Pero mis reservas de soltero y cocinero inepto comenzaban a agotarse y no podría sobrevivir mucho más tiempo allí encerrado. Así que debía salir en busca de alimento, por más que me pesara y no quisiera salir. No deseaba ver a esas criaturas, no quería volver a toparme con ellos, pero era lo más prudente después de tantos días.
Armado con mi fiel hacha, una capucha oscura (como si eso sirviera para camuflarme) y una espaciosa mochila, salí a las calles de Seattle tratando de evitar a los no muertos. Iba por callejones, entre los coches, tras los contenedores... todo por no ser visto, hacha en mano, alerta ante cualquier indicio de zombie. ¡Zombies! ¿Quién nos iba a decir que después de los pantalones de campana ese iba a ser el peor problema de nuestra nación?.
Y entonces ahí aparecieron, al final de la calle y yo tan asustado y con los nervios a flor de piel que me encerré en la primera tienda que encontré. Cerré las puertas con cuidado y después miré a mi alrededor, dando un respingo cuando unos ojos azules, que no me esperaba, se clavaron en mi.
— ¡Ay su madre...! — exclamé recordando que debía bajar la voz mucho, zarandeé los brazos y respiré tranquilo cuando me di cuenta de que se trataba de un maniquí demasiado realista para mi gusto. — Buenas tardes señorita... — saludé pasando a su lado. Tal vez si esperaba los zombies pasaran de largo de aquella calle y yo de mientras podría encontrar ropa nueva. ¿Eso me convertía en un ladrón? Yo tenía ropa en casa, pero la mayoría ya sucia y no la podía lavar.
— Si solo me llevo lo que necesito... ya nadie es dueño de esto — trataba de tranquilizarme yo solo, hablando conmigo mismo para no perder la cabeza. Me encogí de hombros, dejando mis cosas en un sillón y comenzando a quitarme la sudadera, camiseta y pantalones para cambiarlos por ropa limpia.
— No quise asustarte, perdona — fue lo primero que se me ocurrió decir y no es que fuera mentira, era cierto. — Mi nombre es Nigel, trabajaba como bombero si eso te consuela... no busco hacer daño a nadie, solo algo de ropa limpia — expliqué rápidamente a la vez que mantenía las manos alzadas por lo que pudiera pasar. Sin embargo... pese a aquella situación debía preocuparme, había algo en la voz de aquella mujer que me resultaba familiar. Parecía alguien joven y... ¿Dónde había escuchado yo antes aquel sonido?
— Por favor, te lo pido, no me mates... sería muy triste morir ahora después de todo lo que he pasado — comencé a explicar en un intento de apelar a su razón y sobre todo a su juicio.
— ¿Annabeth? Creí que... — aquello era imposible. Me había girado hacia la mujer y efectivamente era ella. — ¿Dónde está Alex? — sonreí con cierta emoción, pero no, ella no sonrió e instantáneamente pude averiguar qué había pasado. Todo atisbo de felicidad desapareció de mi rostro. Alex había muerto, como tantos otros a quienes apreciaba.
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