NEST Operation | Conway, Harker & Klaus

Si se tuvieran que mencionar sólo tres de la interminable lista de cosas que el moreno detestaba, esas serían: tener que explicar cosas obvias, verse obligado a repetir algo que hubiese dicho antes, y por último... que le dijesen cómo hacer su trabajo.

Davis se había plantado en sus narices para cumplir aquellas tres pesadillas.

—Perdona mis modales, cariño. Lo invitaré a tomar el té —Replicó sarcástico a la morena e hizo un gesto con los ojos apuntando insistentemente a su aprehendido para que ella viera que este último, con cada comentario y conducta más erráticos que los anteriores, sólo le daba más razón a Scott para actuar con aquella aspereza—. Quédate quieto, maldita sea —Insiste al revoltoso conforme va tanteando sus ropas de arriba a abajo.

Cuando termina el protocolo, deja libre de mala gana al doctor para dar un paso atrás y apartarse. Tal vez si le dejaba en paz, por fin guardase silencio. Aunque no estaba muy convencido aún de ello, cabe destacar. —Está limpio. De heridas expuestas, digo... —Aquél hedor le hizo corregirse.

Oído atento a las respuestas que este ofreciese a las preguntas de Davis, quien parecía empecinada en cambiar la manera en que operaban hombres y mujeres de acción, sustituyéndola por un trato más humanitario. Al moreno no le quedó de otra que bajar la guardia, dejarla a ella a cargo de la situación mientras él se ponía a merodear y vistear aquellos mensajes crípticos plasmados en las mugrientas hojas de papel que desdibujaban el entorno.

Al menos, eso aparentaba estar haciendo.

En realidad, prestaba especial atención a los consecuentes movimientos que Hudson, en su demencia senil, podría acometer en contra de Freya. A la lista de cosas que detestaba debía sumar el tener la razón cuando la vida de alguno de sus compañeros pendía de un hilo y estos no se daban cuenta de ello...

Scott estaba a punto de sacar de su mochila una de las cuerdas estáticas antiaristas tal y como había pedido Freya. Tenía experiencia en lo que iban a hacer con aquél hombre, en el infame arte de la disuasión, con tal de hacerle cantar y confesar la verdad. Incluso, él mismo se ensuciaría las manos si la morena no lo haría, e iba dispuesto a ello cuando repentinamente el hombre cambió los delirios que salían de su boca por palabras más racionales.

Estaba por contarles lo que había sucedido allí, con la gente que trabajaba en aquél lugar y la tarea que debían llevar a cabo, y así era como, tanto el SETR y la operadora del USFU, podían ir encajando pieza por pieza en el rompecabezas de incógnitas que era su mente en ese instante.

Hasta que en otro reticente episodio de locura, Hudson dejó escapar un grito desgarrador. Uno que fue correspondido desde las lejanías por aquellos que no estaban muertos y tampoco vivos...

—Hijo de p-... —Bramaba Harker entre dientes, a punto de golpear al lunático con la culata de su fusil cuando de pronto se ve interrumpido por el aviso de Conway desde lo lejos—. Freya, te lo dejo a ti, porque si no lo mataré... Correremos a la torre donde están los otros. Me encargaré de cubrirte —Su voz se oía agitada mientras comprobaba el cargador de su rifle, él estaba agitado ahora, aún cuando siempre estuvo consciente de que aquella situación iba a reventar en cualquier momento—. Si se resiste, ya sabes donde ponerle una bala. No te detengas por él, ni por mí —Finalizó con un tono para nada optimista antes de tomar la delantera con rumbo al edificio principal.

De salida, las arenas los vuelve a recibir pero esta vez no están solos, y ya frente a ellos pueden ver una parte de la caterva de no muertos doblando la esquina del edificio para llegar hasta ellos como pirañas en búsqueda de carroña.

En el peligroso trayecto, Scott disminuye su ritmo para interponerse como una línea de defensa entre sus escoltados y los no-muertos, dejándose rebasar por los primeros. Para su suerte, los últimos no eran tan rápidos, y no entra al edificio sino hasta que se asegura de que Davis y Hudson lo han hecho primero, cerrando la puerta de un estridente trastazo, dejando el apoyo de su espalda y todo su peso sobre esta. —Debemos pensar en algo. Y rápido —Afirmaba con las gotas de sudor bajando por su rostro. No le hizo falta más que un par de segundos para tomar aire y que sus acciones se pusiesen a la altura de sus palabras, empezando a mover estantes y muebles hacia las zonas expuestas para asegurar el habitáculo y hacerlo resistir contra lo que se les vendría encima.

Cuando se percató de lo que estaba haciendo Klaus, se detuvo un momento, mirando a Conway y a Freya antes de mirarlo a él. —¿Qué mierda crees que estás haciendo? —Se dio el tiempo para escucharle, pero eso sólo lo hizo reaccionar peor—. ¡Oh, genio, mira tú! ¿Y no has pensado que nos vas a ahogar con el humo del fuego aquí dentro? ¡Déjate de joder y ayúdame con esto! —Demandaba ayuda para mover una pesada biblioteca cargada de libros.

Sencillamente el plan del ruso le parecía un acto suicida. No obstante, no diría nada más al respecto ni haría más que dejar la decisión final en manos del líder de patrulla.

—El cabeza de termo de Marcus y su destapador de latas serían útiles en este momento... —Por su boca indiscreta salió lo que se cruzó por su mente cuando Conway mentó la necesidad de un cerrajero. Ya sus ojos habían sido testigos de lo que el polémico ex piloto de la fuerza aérea podía hacer con una llave inglesa o cualquier herramienta a su disposición.

Scott dejó su fusil en una esquina del cuarto amén de poder usar sus manos para desplazar los objetos pesados y obstaculizarle la entrada a la horda. La ayuda que Freya le ofreció para su tarea marcó una ventaja dramática, dando para especular sobre el tiempo que le habría tomado hacerlo todo él solo y sorprendiéndole lo que la adrenalina podía hacer en una mujer de cinco pies y algunas libras de peso.

Cuando menos lo esperó, un par de estruendos implosionaron.

Fueron los disparos de Conway los que, por aquellas dimensiones que hacían aquél habitáculo fiel a una caja de zapatos, esparcieron el ruido en el espacio cerrado, afectando la audición del espía con un agudo pitido y los segundos de completa sordera que ello traía consigo. Por instinto, se llevó las manos a los oídos, con el aturdimiento expreso en su rostro y la mirada perdida en los ojos de la morena, que era quien tenía al frente en ese instante, ignorando que la guerra ya les estaba tocando la puerta.

De la ventana de la que pecó de confiado al darle la espalda, se asomaron un par de brazos que le tomaron de los hombros y otro par más de la cintura, halándole con fuerza para llevárselo al exterior. —¡AGGH! —Gruñía de miedo, ira y desesparación copiosamente. Durante esos segundos de péndulo entre la vida y la muerte, pudo contemplar por el rabillo de su ojo aquellos dientes pugnantes por arrancarle un trozo de su cara... Y de pronto, un reflejo primal le llevó a desenvainar la hoja que siempre enfundaba oculta y en posición recta en su espalda, cortando verticalmente por la mitad la cabeza de la primera criatura, sólo para luego posicionar la hoja bajo su axila izquierda y atravesar de adelante hacia atrás a su segundo adversario entre ceja y ceja.

—¿¡Me mordió!? —Desenterró la hoja del cadáver, cuyos brazos perdieron fuerza en el agarre y cayeron colgando. Se apartaba del foco de exposición y el cráneo cercenado rodaba por el suelo acompañando sus pasos. Freya era a quien se dirigía, con un tono agresivo, aunque era claro que no tenía intenciones de hacerle daño a su compañera, sólo quería saber si estaba herido—. ¡Dime si estoy mordido, maldita sea! —La sangre manchaba la pared detrás de él, su cabello y su cara también. Lejos de ser suya, sin embargo, lo más resaltable era el shock en sus ojos. Cualquiera de los allí presentes, incluso Hudson, tenía la formación necesaria para reconocerlo.

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—¡PÚDRETE! —Apretó la mandíbula al decapitar con su hoja al caminante al que Freya, por un error humano, había errado.

Después de aquella breve carnicería, la situación amainaba superficialmente sólo para anunciarles la calma antes de otra tormenta. Y tras cerciorarse de que en efecto Freya no mentía respecto a si estaba herido o no, Scott vio en la mirada de la morena el mismo terror que seguramente ella habría visto en la suya. Iba a abrir la boca para ofrecer una disculpa por gritarle y posiblemente por hacerle sentir responsable de lo sucedido, aunque calló. No se le daban bien ese tipo de cosas.

No pudo evitar pensar en su propia ineficiencia para tal trabajo y lo que tanto tiempo de ocio bajo una base subterránea se había llevado de él. Pero antes de bajar su espada y sumirse aún más en aquella suerte de ensimismamiento lastimero, la llamada de atención de Conway, quien, como guía perspicaz, detectaba a tiempo las falencias de su equipo para corregirlas, le hizo espabilar, empecinado por levantar la moral de todos cuando así lo requería la situación. El líder tenía claro que si uno agachaba la cabeza, todos morirían.

Un Harker recompuesto coge el fusil de la esquina polvorienta donde lo había dejado y se pone manos a la obra. Sin embargo, algo le llamó la atención y aquello fue los reclamos quejumbrosos de Jack respecto a una granada. De un corto vistazo a su entorno, encontró en aquél rincón cercano a la entrada del habitáculo la caja donde Klaus había puesto una. Al acercarse para tomarla, sin embargo, el estante que bloqueaba la entrada emite un crujido y se viene encima del castaño, quien a tiempo logra contraimpulsarlo de nuevo a su lugar...

El nuevo embrollo en el que se encuentra metido es que los no muertos pujan desde el otro lado de la puerta, imposibilitándole moverse de allí, en vista de que debe contenerlos. Para su suerte, no son muchos. Aún. «Maldita sea». Y mientras una gota de sudor baja por su frente y sus brazos están demasiado ocupados soportando aquella ordalía, estira su pierna lo suficiente como para patear la caja con el artefacto explosivo amén de hacerla llegar hasta Conway.

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