Tiempo pasado [D Leah]

Nevada

19 de abril de 2012

Ni si quiera sé por dónde empezar.

Mi nombre es Leah Hadley y he pedido este cuaderno y bolígrafo para tal vez conservar la poca de cordura que me queda. Llevo 47 días encerrada... Umbrella me ha secuestrado. Ni sé qué quieren de mi o si quieren algo... tal vez mantenerme alejada. He visto a muchos llegar y marcharse, pero yo por alguna razón sigo aquí.

En frente hay una chica, está gritando, lo veo por el rabillo del ojo, golpea el cristal y trata de llamar mi atención, yo fui así también durante los primeros días y ahora entiendo por qué nadie me hizo caso. Todos sabían que no merecía la pena, que tarde o temprano uno iba a morir y era mejor ignorar.

Nevada

4 de julio de 2012

Sumando hoy, llevo 123 días secuestrada por Umbrella. Me ha llevado un rato calcular la cuenta, porque ya la había perdido. Dejé de escribir desde el primer día que lo hice y creo que esto es importante. No he sido capaz de seguir durante este tiempo, porque creo que simplemente quería hacer una especie de testimonio por si moría. Pero siguen pasando los días y no me matan.

Hoy es cuatro de julio, casualmente conocí a mi marido en un día así. Le echo de menos, ¿cómo estará, qué pensará? Nos encantaba esta festividad, como buen militar, obviamente. Y yo, claro, también he sido muy patriota. Aunque últimamente no tanto...

Creo que es importante que siga escribiendo, no por despedirme de nadie, sino para no perder la cabeza. Los últimos días los he pasado simplemente mirando el techo, dejando las horas pasar y eso no me viene bien. ¿Pero qué hacer entre estas cuatro paredes?

Algo pensaré, pero para empezar escribir me tranquiliza.

Nevada

18 de julio de 2012

Han pasado 137 días desde que estoy aquí. ¿Cómo lo sé? Porque contar es lo único que puedo hacer. Contar días, contar minutos, contar las veces que el guardia del pasillo pasa frente a mi celda sin siquiera mirarme. Contar las marcas en la pared, una para cada amanecer que ni he visto.

No sé por qué sigo escribiendo. Nadie va a leer esto. Nadie va a venir. Me doy cuenta ahora: no hay nadie ahí fuera buscándome. Nadie sabe que estoy viva. Tal vez, para todos, ya esté muerta. Una más en la lista de víctimas de esa maldita catástrofe. ¿Pero cómo?

Es irónico. Toda mi vida me dediqué a luchar, a buscar justicia, a hacer ruido para que me escucharan. Y ahora estoy aquí, atrapada en el silencio más absoluto, sin fuerza siquiera para gritar.

No entiendo por qué no pasa nada. ¿Por qué no me matan? ¿Por qué no me sueltan? ¿Por qué me mantienen aquí, viendo cómo el tiempo me consume? Apenas como, apenas duermo. Mi cuerpo empieza a resentirse, pero lo peor es mi cabeza. Estoy... vacía. Me miro al espejo del baño, ese pequeño vidrio sucio, y apenas reconozco a la mujer que veo ahí.

Tenía una vida. Una causa. Un propósito. Tenía personas a las que amaba. A mis padres, a mi hermano, a mi marido. Dios... él. ¿Qué pensará de mí ahora? ¿Habrá seguido adelante? ¿Habrán siquiera encontrado un falso cuerpo? ¿Pensará que morí como una cobarde, huyendo? Porque así me siento: una cobarde. Incapaz de moverme, incapaz de luchar. Incapaz de morir.

Hoy no he sido capaz de levantarme de la cama. Llevo horas mirando el techo, ese blanco opresivo que parece burlarse de mí. Pienso en Abel, en cómo me habría regañado por rendirme. Pero incluso su recuerdo parece desvanecerse. Su voz, su risa, su protección... ya casi no están. Todo lo que me hacía ser quien soy se está perdiendo aquí, entre estas cuatro paredes.

No sé cuánto más podré soportarlo. Quizás este sea mi último testimonio, el final de un diario que nunca debió empezar. Pero, por algún motivo, sigo escribiendo. Quizás porque aún hay una chispa dentro de mí, aunque sea pequeña, aunque esté agonizando.

Escribo porque tengo miedo de lo que pase si dejo de hacerlo. Porque si dejo de escribir, tal vez deje de existir.

Tal vez ya lo he hecho.

Nevada

1 de agosto de 2012

El tiempo es una tortura silenciosa.

No sé cuántos días llevo encerrada. Perdí la cuenta otra vez. Podrían ser 150, 200… no importa. Todo se siente igual: el mismo techo, las mismas paredes, las mismas sombras que cambian con la luz artificial. Hasta los guardias han dejado de parecer personas. Son sombras también, figuras que pasan sin rostro, sin alma, sin siquiera una palabra.

Me duele la incertidumbre más que el cuerpo. Más que el hambre, más que la soledad. ¿Por qué no pasa nada? ¿Por qué me mantienen aquí? ¿Qué quieren de mí? Ese silencio, esa ausencia de respuestas, es lo que me está matando.

El miedo crece cada día. Miedo a que me hayan olvidado, a que nadie me esté buscando. Miedo a que mi nombre ya no signifique nada para nadie, a que mi vida se haya convertido en un recuerdo borroso que nadie quiere desenterrar.

A veces, cuando cierro los ojos, trato de imaginar que alguien está ahí fuera, buscándome. Que mi marido está moviendo cielo y tierra, que hay una noticia en algún rincón del mundo diciendo que Leah Hadley está desaparecida. Pero cuanto más intento aferrarme a esa idea, más me doy cuenta de lo irreal que es. Si estuvieran buscándome, ya habría alguna señal. Un ruido, una voz, una puerta que se abre y me lleva fuera de este agujero. Pero nada. Solo silencio.

El tiempo aquí es un enemigo que no puedo enfrentar. Las horas pasan lentas, pesadas, y cada segundo siento que pierdo un poco más de mí misma. A veces pienso que es mejor así, que si dejo de pensar, si dejo de sentir, el dolor también desaparecerá. Pero no es cierto. El dolor está siempre ahí, incluso cuando mi mente quiere desconectarse.

Me miro en el reflejo del baño, en ese trozo sucio de vidrio que apenas devuelve una imagen. ¿Soy yo? ¿Quién es esa mujer? Su cabello está opaco, su piel pálida. Sus ojos están vacíos. Apenas parece una persona. No me reconozco. Me siento atrapada en un cuerpo que no es mío, en una mente que comienza a fallar.

Tengo miedo de volverme loca. Ese pensamiento me persigue más que nada. ¿Y si llega un día en el que no pueda distinguir la realidad de mis propios delirios? ¿Y si me convierto en uno de esos gritos que escucho a lo lejos, esas personas que Umbrella rompe poco a poco? Tal vez ya esté rota y no me he dado cuenta.

Hoy ni siquiera he tocado la comida que dejaron. No tengo hambre. Tampoco fuerza. Todo lo que hago es mirar las paredes y escuchar el ruido de mi propia respiración. El único sonido que me asegura que sigo aquí, que no soy un espectro atrapado en este lugar.

Escribo porque temo lo que pase si dejo de hacerlo. Estas palabras son lo único que me recuerda que soy Leah Hadley, que fui senadora, que fui esposa, que fui hija y hermana. Que fui alguien. Pero ahora… ahora no sé cuánto tiempo más podré seguir siendo esa persona.

La locura está al otro lado de esta celda, esperando. Y yo no sé si tendré la fuerza para resistirle.

Nevada

24 de agosto de 2012

No sé qué es peor: estar aquí o imaginar lo que hay más allá de esta celda.

Sigo mirando. Cada vez que traen a alguien nuevo, no puedo evitarlo. Es como un reflejo involuntario. Miro sus caras aterrorizadas, los gestos frenéticos de sus manos mientras intentan hacerse entender. Sus bocas se abren y se cierran, lanzando gritos que no puedo escuchar. Es como ver una película muda, una historia que ya sé cómo va a terminar.

Golpean el cristal, patean las paredes, se giran hacia mí buscando algo, cualquier cosa. Tal vez piensan que puedo ayudarlos, que tengo respuestas. Pero no las tengo. No puedo hacer nada, y tampoco quiero intentarlo. Porque sé lo que viene después.

Siempre se los llevan.

La última fue una mujer. No tendría más de veinte años, pelo corto, ojos claros. Su cuerpo entero temblaba mientras la arrastraban a la celda frente a la mía. Pasó horas tratando de llamar mi atención, moviendo las manos, golpeando el vidrio con los puños, señalándome, como si quisiera pedirme ayuda o consuelo. Pero no hice nada. Me quedé en mi rincón, fingiendo que no la veía.

Luego, como siempre, vinieron por ella. La escena es siempre la misma: un par de guardias, las luces que se encienden, la puerta que se abre. Vi cómo luchaba, cómo intentaba resistirse. No podía oír nada, pero podía imaginarlo. Los gritos que seguramente desgarraban su garganta, el eco de los golpes desesperados. La puerta se cerró detrás de ellos. Su celda está vacía ahora, como todas las demás.

Y yo sigo aquí.

¿Por qué no me llevan a mí? ¿Por qué me dejan ver esto una y otra vez? ¿Es algún tipo de juego cruel? ¿Están esperando que me rompa, que me consuma la incertidumbre?

El miedo me devora. Cada vez que las luces se encienden en el pasillo, mi corazón se detiene por un instante. Me quedo mirando la puerta, esperando que sea mi turno. Pero no lo es. Nunca lo es. Solo traen a otro, y el ciclo comienza de nuevo.

A veces creo que sería mejor si vinieran por mí. Que sería más fácil enfrentarlo que seguir viendo cómo desaparecen los demás. Pero entonces pienso en lo que les pasa, en las caras que nunca vuelven. Y me doy cuenta de que sigo temiendo lo que hay más allá de esta celda.

Estoy atrapada. En esta celda. En este miedo. En esta espera interminable.

No sé si quiero que todo termine o si prefiero que simplemente siga igual. Lo único que sé es que cada día que pasa siento que pierdo un poco más de mí misma.

Tal vez eso es lo que quieren. Tal vez no necesitan sacarme de aquí para destruirme. Porque creo que ya lo están consiguiendo.

Nevada

10 de noviembre de 2012

No sé cuánto tiempo ha pasado realmente. Perdí la cuenta hace semanas. Tal vez meses. Todo se siente como un solo y largo día, interminable y vacío.

Apenas me muevo. Paso la mayor parte del tiempo dormida, aunque no sé si puedo llamarlo "descansar". El sueño se siente como una fuga temporal, un lugar donde mi mente puede escapar de estas paredes. Cuando no duermo, solo miro el techo, las grietas que se forman en las esquinas, los patrones que mi mente inventa en el blanco impoluto. Apenas como. Solo lo suficiente para no desfallecer. Pero, ¿para qué? ¿Para seguir existiendo en este agujero?

Hace unos días, o tal vez semanas, soñé con él. Con mi marido. Estábamos en casa, como antes. Reíamos juntos, el sonido de su risa llenando la habitación como un eco lejano que había olvidado. Todo parecía tan real, tan vívido. Podía sentir el calor de su mano en la mía, la textura de su camisa bajo mis dedos. En mi sueño, era feliz. Por un momento, lo fui también.

Cuando desperté, las lágrimas ya corrían por mi rostro. Abrí los ojos esperando verle, pero lo único que encontré fue el frío y opresivo vacío de este lugar. Ese techo blanco. Esas paredes grises. Ese reflejo en el vidrio.

Me vi a mí misma, demacrada, pálida, apenas una sombra de la mujer que una vez fui. Mi cabello colgaba en mechones desordenados, mis ojos estaban hundidos, apagados. No me reconocí. Fue entonces cuando sentí una ira que no había sentido en mucho tiempo. Una ira que se encendió como un fuego en mi pecho, quemándome.

Pensé en mi familia. En mis padres, que lo sacrificaron todo por nosotros. En Abel, mi hermano, mi protector. En mi marido, que siempre creyó en mí. Pensé en cómo ellos habrían luchado, en cómo habrían enfrentado esto, y sentí una punzada de vergüenza.

Quise morirme. Lo pensé seriamente. Acabar con este castigo. Con este sufrimiento. Porque ¿qué sentido tiene seguir adelante? Estoy sola. Perdida. Muerta para el mundo.

Esa noche volví a soñar con ellos. Pero esta vez, él no estaba feliz. Su rostro estaba serio, sus ojos llenos de preocupación. Me miró fijamente, como si pudiera verme realmente, y me dijo solo una cosa: "No te rindas."

No era una súplica. Era una orden. Como si me estuviera recordando quién era, quién fui. Me desperté de golpe, con las palabras resonando en mi cabeza, y por primera vez en meses sentí algo diferente. No era desesperación. Era algo más. Algo que había estado enterrado bajo todo este dolor y miedo: determinación.

No voy a rendirme. No voy a dejar que me destruyan.

Ellos me enseñaron a luchar. Por mi familia, por la justicia, por las personas que amo. Lo hice una vez, por Abel, cuando juré que nunca dejaría que la muerte de mi hermano fuera en vano. Lo haré de nuevo.

Si quieren destruirme, tendrán que ganárselo. Porque a partir de hoy, voy a pelear. Voy a buscar la manera de salir de este agujero.

Umbrella me encerró aquí creyendo que me quebrarían, pero no saben con quién se han metido. No soy una sombra, no soy una víctima. Soy Leah Hadley. Y voy a salir de aquí. Aunque sea lo último que haga.

Nevada

20 de noviembre de 2012

Diez días desde que decidí que no voy a rendirme. Y aunque sigo atrapada entre estas cuatro paredes, siento algo que creía perdido: vida.

Al principio no fue fácil. Mi cuerpo está débil, agotado tras meses de apenas moverme, de apenas comer. Pero cada día he intentado hacer algo, lo que sea, para recuperar fuerza. Al principio fue solo levantarme de la cama y caminar por la celda. Mis piernas protestaron como si estuvieran hechas de plomo, pero lo hice. Y después, me obligué a hacer algunas flexiones, sentadillas, cualquier cosa que me recordara que puedo moverme.

No es mucho, pero es un comienzo.

He empezado a comer más también. No porque quiera, sino porque lo necesito. Mi reflejo en el cristal me sigue devolviendo una imagen demacrada, casi irreconocible, pero hay algo diferente en esos ojos. Ya no están vacíos. Hay un destello, algo pequeño pero constante. Un recordatorio de que todavía estoy aquí.

Durante estos días, he comenzado a observar mi entorno de una manera nueva. Todo lo que antes parecía insignificante ahora me parece una posible herramienta. He examinado cada esquina de esta celda, cada grieta en las paredes, cada objeto que me han dejado. La cama, la bandeja de comida, incluso el espejo del baño: todo podría tener un uso si pienso lo suficiente. Si voy a salir de aquí, necesito aprovechar lo que tengo.

No sé cuánto tiempo me queda aquí. Tal vez Umbrella siga ignorándome, esperando que vuelva a quebrarme. Pero eso no va a pasar. No esta vez. Si siguen sin llevarme, lo usaré a mi favor. Cada día es una oportunidad para fortalecerme, para planear.

Me niego a seguir siendo su prisionera pasiva. Voy a encontrar la manera de escapar. Puede que me lleve semanas, meses, incluso años, pero lo haré. No por venganza, aunque la deseo más que nada, sino porque sé que hay algo más allá de estas paredes que merece mi lucha.

Mi familia ya no está aquí para verme, pero siento que están conmigo. Abel, mis padres, y él… mi marido. Cada vez que me siento tentada de caer de nuevo en la desesperación, pienso en ellos. En lo que me habrían dicho. En cómo habrían esperado que luchara.

No voy a decepcionarlos. No voy a decepcionarme a mí misma.

Escribo estas palabras como un pacto conmigo misma: no importa cuánto tiempo tome, ni lo difícil que sea, ni lo que tenga que hacer. Voy a salir de aquí. Voy a sobrevivir. Y cuando lo haga, me aseguraré de que Umbrella pague por todo esto.

Mi nombre es Leah Hadley. Y no voy a rendirme.

Nevada

10 de diciembre de 2012

Han pasado semanas desde que decidí cambiar. He perdido la cuenta de los días exactos, pero eso ya no importa. Lo que importa es que estoy empezando a sentirme diferente. Más fuerte, más alerta. Más yo.

No ha sido fácil. Cada movimiento, cada pequeño esfuerzo, me recordó al principio lo lejos que había caído. Mi cuerpo todavía me duele al final del día, pero el dolor ahora me da una extraña sensación de orgullo. Es la prueba de que estoy luchando, de que no me estoy dejando morir.

La rutina se ha convertido en mi refugio. Cada mañana me obligo a levantarme, a moverme, a usar lo que tengo para mantener mi cuerpo en forma. Me he inventado ejercicios con lo poco que hay aquí: flexiones contra la cama, sentadillas, incluso usar la bandeja de metal de la comida como peso. Es ridículo, lo sé, pero es algo.

También he empezado a prestar más atención a los guardias, a sus horarios, a sus movimientos. No siempre vienen a la misma hora, pero hay patrones si observas lo suficiente. Algunos son más descuidados que otros, algunos parecen nuevos y nerviosos. Todo lo que noto lo guardo en mi mente, como si estuviera construyendo un rompecabezas del que aún no tengo todas las piezas.

Lo que no puedo entender todavía es por qué sigo aquí. Desde mi celda, sigo viendo cómo traen a otros. Cada vez que aparece alguien nuevo, trato de no mirar, pero siempre lo hago. Me detengo un segundo más que antes, observo sus gestos, sus intentos desesperados por comunicarse conmigo. Sigo sin responderles. No puedo. Pero ahora, en lugar de apartar la vista completamente, tomo nota. Sus reacciones, sus movimientos, cualquier cosa que pueda aprender de ellos.

La ira sigue conmigo, pero ya no es una ira paralizante. Es un fuego constante, algo que me impulsa. Pienso en Abel, en mis padres, en mi marido. Pienso en todo lo que he perdido y en cómo se sentirían al verme ahora, moviéndome, planificando, luchando por algo más que la supervivencia.

Hace unos días, encontré una pequeña grieta en una de las esquinas de la pared. Es apenas visible, pero está ahí. He empezado a rasparla con cuidado, usando un borde afilado de la bandeja de metal. No sé qué espero encontrar detrás, tal vez sea solo otro muro, pero tengo que intentarlo.

He empezado a pensar también en lo que diré si logro escapar. En cómo contaré esta historia. No como un testimonio de sufrimiento, sino como una advertencia. Umbrella tiene que caer, y si yo puedo ser parte de eso, aunque sea una pequeña parte, entonces todo este infierno habrá valido la pena.

Cada noche, antes de dormir, me repito las mismas palabras como un mantra: "No te rindas." Lo escucho con la voz de él, como si todavía estuviera conmigo. Y cada mañana, esas palabras me hacen levantarme y seguir adelante.

Todavía no sé cómo ni cuándo, pero saldré de aquí. Lo sé. Porque soy Leah Hadley. Y no voy a dejar que esta celda sea mi final.

Nevada

13 de enero de 2013

Hoy es uno de esos días en los que me he dado cuenta de cuánto he cambiado desde que decidí luchar. No soy la misma Leah que llegó a esta celda hace meses. No soy la mujer rota que pensaba que no podía seguir adelante. Ahora, cada día es una batalla, pero una que estoy decidida a ganar.

He creado mi propio sistema aquí. No tengo mucho, pero lo que tengo lo uso. Mi celda se ha convertido en mi espacio de entrenamiento, mi lugar de planificación. Me levanto al amanecer (o lo que creo que es el amanecer, porque aquí nunca hay luz natural) y empiezo con lo básico: caminar de un lado a otro, estirarme, mover mi cuerpo. Ya no siento el mismo cansancio que antes; cada día puedo hacer más.

Hoy, después de calentar, decidí probar algo diferente. Usé la cama metálica como un peso improvisado, levantándola de un costado una y otra vez mientras contaba en voz alta. Sentir la tensión en mis brazos me recordó algo: todavía tengo fuerza, todavía puedo mejorar.

Entre los ejercicios, hablo conmigo misma. Lo hago en voz alta, para escuchar algo más que el silencio. A veces cuento historias de mi vida antes de todo esto, como si estuviera hablando con alguien más. Hoy recordé el día en que Abel me enseñó a montar en bicicleta. Me caí tantas veces que quería rendirme, pero él estaba ahí, levantándome, diciéndome que lo intentara una vez más.

"Una vez más, Leah, una vez más" me repetí, como si Abel estuviera aquí conmigo.

Después de mi entrenamiento, volví a la grieta en la pared. He avanzado bastante, pero todavía no es suficiente. Usé un trozo de la bandeja que logré afilar en un borde contra el suelo. El metal raspaba el concreto con un sonido agudo que casi me hizo sonreír. Es mi pequeña victoria diaria, cada raspadura una señal de que no me he rendido.

Me he dado cuenta de que los guardias apenas me miran. A veces eso me preocupa, pero otras lo veo como una ventaja. Mientras sigan subestimándome, tengo tiempo. Tiempo para planear, tiempo para fortalecerme.

Hoy, al terminar de trabajar en la grieta, me quedé mirando mi reflejo en el vidrio. Mi rostro sigue marcado, mis ojos hundidos, pero hay algo nuevo ahí: determinación. Esa Leah que veía antes, perdida y rota, ya no está. Ahora veo a alguien diferente. Alguien que está lista para pelear.

Antes de acostarme, canté de nuevo. Esta vez fue algo que mi madre solía cantar cuando necesitaba consuelo. Mi voz era baja, temblorosa, pero no me importó. Canté porque me recordaba quién soy y de dónde vengo.

Mañana será otro día. Otro paso. Sé que todavía hay un largo camino por delante, pero estoy dispuesta a recorrerlo. Porque no importa cuánto tarde, voy a salir de aquí. Y cuando lo haga, Umbrella sabrá quién es Leah Hadley.

Nevada

3 de febrero de 2013

Algo cambió hoy. Algo que no esperaba, algo que me ha descolocado completamente.

La mañana empezó como cualquier otra. Me desperté con el ruido de la puerta, como siempre. Recogí la bandeja de comida, igual que cada día, y la miré con la misma mezcla de resignación y desprecio de siempre. Pero esta vez, mientras comía, algo se sintió diferente. Era un ligero mareo, una sensación de cansancio que comenzó a apoderarse de mí lentamente. Pensé que tal vez estaba agotada, que mi rutina de ejercicio estaba comenzando a pasarme factura. Pero no... no era eso.

Mis párpados comenzaron a pesar como nunca antes. Traté de resistirme, de mantenerme despierta, pero no pude. La última imagen que recuerdo es mi bandeja cayendo al suelo antes de que todo se volviera negro.

Cuando desperté, lo primero que noté fue el silencio. Ese silencio opresivo que me envolvía como una manta pesada. Abrí los ojos y, por un momento, no entendí dónde estaba. Esto no era mi celda. No podía serlo.

El suelo era de un blanco tan puro que dolía mirarlo, las paredes del mismo material, suaves y perfectas, como si fueran de un material que no podía ser dañado ni marcado. Me incorporé lentamente, sintiendo cómo mi corazón comenzaba a acelerarse. Frente a mí, donde debería estar la puerta, había un enorme cristal, tan transparente que por un segundo pensé que no había nada allí. Pero al acercarme, lo toqué. Era frío, sólido, impenetrable.

Más allá del cristal, vi un pasillo igualmente blanco, iluminado con luces brillantes que parecían no proyectar sombras. A primera vista, estaba vacío, pero cuando miré con más atención, noté otras celdas, idénticas a la mía. Algunas estaban vacías, pero otras...

Dios. No sabía si estaba viendo personas o monstruos.

En una de las celdas cercanas había un hombre. Estaba sentado en la esquina, con la mirada perdida, como si no le quedara nada dentro. En otras, vi cosas que me hicieron retroceder instintivamente. Criaturas que había visto antes, en Raccoon City. Zombies. Pero no eran como los que recordaba. Algunos estaban deformados, otros se movían con una velocidad y agilidad que no deberían tener. En una celda más alejada, algo enorme y grotesco se agitaba lentamente, su forma indescriptible pero aterradora.

Golpeé el cristal instintivamente, tratando de asegurarme de que lo que veía era real, pero no se escuchó nada. Era como si el sonido mismo estuviera apagado aquí.

Al fondo de mi celda, vi una cama, anclada a la pared como si fuera parte del lugar. Un colchón blanco la cubría. También había un lavabo, un espejo y un inodoro, todo perfectamente integrado en el diseño blanco y brillante de la celda. Pero lo que llamó mi atención fue un pequeño armario con ropa y una estantería.

Me acerqué al armario primero. Pijamas blancos, idénticos al que llevaba puesto. Nada más. No zapatos, no calcetines. Solo eso. Luego fui a la estantería. Había libros. Mi corazón se aceleró por un momento. Libros. Algo para ocupar mi mente, para distraerme. Pero cuando miré más de cerca, mi esperanza se desmoronó.

Todos eran sobre Umbrella.

Me quedé mirándolos, una mezcla de rabia y incredulidad creciendo dentro de mí. Uno de los títulos decía "La historia de Umbrella: Innovación y excelencia". Otro, "El futuro de la humanidad: Un análisis de la ciencia avanzada". Eran una burla. Una maldita burla.

Tomé uno de los libros y lo lancé con todas mis fuerzas contra el cristal. Rebotó y cayó al suelo con un sonido seco. No dejó ni una marca. Me quedé mirando el libro tirado, con las manos temblando de rabia. Esto no era una celda. Era un habitáculo, un maldito experimento. Y yo era el espécimen. Comencé a gritar, de pura rabia, lanzando los demás libros.

Me senté en el suelo, tratando de controlar mi respiración. El blanco de la celda parecía querer tragarse todo, incluso mis pensamientos. No podía permitirme perder el control. No ahora.

Esto no es una prisión. Es un zoológico. Y soy parte de la exhibición.

¿Qué quieren de mí? ¿Por qué me trajeron aquí? Y, lo más importante, ¿qué están planeando?

No lo sé, pero lo voy a averiguar. Tengo que hacerlo. Porque si hay algo que he aprendido en estos meses es que no puedo dejar que me rompan. Y si creen que esto me va a detener... se equivocan.

Escribo estas palabras como un recordatorio. No importa dónde esté. No importa lo que intenten. Voy a encontrar una forma de salir de aquí. Voy a sobrevivir. Y voy a hacer que Umbrella pague por esto.

Lo prometo.

Nevada

4 de febrero de 2013

Hoy ha sido un día extraño. No sé cómo explicarlo, pero siento que algo se ha apagado en mí. No quiero rendirme, no puedo rendirme, pero este lugar... este lugar parece diseñado para drenar hasta el último vestigio de esperanza.

Me desperté con el sonido del montacargas en la pared. Una bandeja apareció, como si hubiera surgido de la nada. Fue la primera vez que me di cuenta de cómo funciona aquí la comida: no hay guardias, no hay nadie que me mire o me hable. Solo ese hueco que se abre automáticamente y deja la bandeja ahí, fría y aséptica, igual que todo lo demás en este lugar.

Comí lo justo para mantenerme de pie, pero no pude evitar experimentar. Traté de quedarme con el tenedor, ocultarlo debajo del colchón. No sé para qué exactamente, pero necesitaba probar algo, cualquier cosa. Pero nada más dejar la bandeja vacía, el hueco no se cerró. Nada pasó. Durante horas, el sistema simplemente se negó a moverse. Al final, con frustración, devolví el tenedor y el hueco se cerró de inmediato. Minutos después, escuché el sonido de un mecanismo y se apagó cualquier rastro de esperanza.

¿Están vigilándome? ¿Es todo automático? No lo sé. Y eso me inquieta aún más.

Hoy apenas entrené. Caminé un poco, pero mi cuerpo no respondía. Me pasé la mayor parte del tiempo mirando por el cristal, observando el pasillo vacío y las otras celdas. Ni siquiera hay guardias. ¿Qué clase de lugar es este? ¿Dónde están? ¿Qué están esperando?

Vi algo moverse en una celda más adelante, pero no era humano. Era una de esas criaturas deformes que vi en Raccoon City. Se agitaba lentamente, como si estuviera esperando... algo. ¿Qué demonios están haciendo aquí? ¿Qué soy para ellos? ¿Un experimento? ¿Una pieza de museo?

Por aburrimiento, terminé acercándome a la estantería. Es irónico que sean los libros de Umbrella lo único que me han dejado para pasar el tiempo. Cogí uno al azar, "La historia de Umbrella: Innovación y excelencia". Desde el título ya sabía que iba a ser un montón de basura, pero lo abrí de todas formas.

Lo leí durante un rato, pasando las páginas lentamente. Era todo lo que esperaba: mentiras, glorificaciones, manipulaciones descaradas. "Umbrella, pionera en salvar vidas." Mentira. "Umbrella, una corporación dedicada al bienestar de la humanidad." Mentira tras mentira. Mi rabia crecía con cada línea. ¿Cómo pueden escribir esto sabiendo lo que realmente han hecho?

Lancé el libro contra la pared y lo vi caer al suelo con un golpe sordo. Lo dejé allí. No podía soportar verlo más.

Ahora estoy sentada en el borde de la cama, mirando mis manos. Siento una mezcla de frustración y desesperanza. Hoy no he hecho casi nada. No he entrenado. No he planeado. Solo he pasado el día dejando que el tiempo se deslizara entre mis dedos.

Pero mientras escribo esto, sé que no puedo permitirme otro día así. No puedo dejar que este lugar me gane, aunque hoy haya sentido que estaba perdiendo. Mañana será diferente. Tiene que serlo.

Escribo estas palabras para recordármelo: Leah, no te rindas. No importa lo mucho que este lugar intente aplastarte, no dejes que lo consiga. Mañana, volveré a intentarlo.

Porque si no lo hago, ellos ganan. Y no puedo permitirlo. No lo haré.

Nevada

18 de febrero de 2013

Sigo entrenando. Aunque, si soy sincera, no con la misma energía que antes. Es como si cada día fuera más difícil levantarme, más difícil mover mi cuerpo. Mi mente sigue diciéndome que lo haga, que no me rinda, pero mis músculos están tan pesados, mi cuerpo tan cansado. Hoy solo hice algunos estiramientos y caminé de un lado a otro, pero ni siquiera pude completar mis ejercicios diarios. El dolor que siento es más un desgaste que un desafío. A veces me pregunto si todo esto tiene algún sentido, pero no puedo dejar de intentarlo. No puedo permitir que me venza.

Sin embargo, algo pasó hoy. Algo extraño que no esperaba. Mientras estaba sentada en la cama, mirando el pasillo vacío, se me ocurrió una idea. Los libros de Umbrella. Tenía tantos de ellos, y ya no soportaba leer más mentiras, más glorificaciones. Entonces, sin pensarlo mucho, decidí ponerlos en la bandeja que me traen con la comida. Los metí con cuidado, cerrando la puerta del montacargas como si fuera lo más normal del mundo. Me preguntaba qué harían con ellos. Tal vez pensaran que los estaba guardando para leer más tarde.

Lo que ocurrió me sorprendió. Al día siguiente, cuando me trajeron el desayuno, noté algo diferente. Junto a la comida había un libro, en lugar de los típicos libros de propaganda, había un libro de verdad, uno que no era sobre Umbrella. Una novela. Me quedé mirando el título, sorprendida. "La detective solitaria", lo leí en voz baja. Era una historia de misterio, sobre una detective que resolvía casos difíciles en una ciudad oscura. No era lo que esperaba.

No pude evitarlo. Lo tomé en mis manos y comencé a leer. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía desconectar de todo esto, de mi celda, de las paredes blancas, de los gritos y los ecos que siempre me acompañan. Durante todo el día, me sumergí en la historia. Olvidé el tiempo, olvidé el lugar en el que estaba. Me olvidé de mi miedo, de mi cansancio. La detective me tenía atrapada.

Pasó un día entero antes de que terminara el libro. Y cuando lo terminé, un vacío empezó a llenarme. De repente, sentí como si todo lo que había vivido hasta ahora, todas mis luchas, se desmoronaran. El final de la novela fue como un golpe directo. Volver a la realidad de mi celda fue como un despertar brutal.

Miré a mi alrededor, y todo estaba igual. El cristal, el montacargas vacío, las paredes blancas y opresivas. Sentí que la tristeza me inundaba, como una ola gigante que no podía frenar. Me sentía más sola que nunca, como si el libro me hubiera mostrado una vida que nunca tendré. ¿Qué sentido tiene seguir entrenando, seguir luchando, si todo lo que hay al final de este pasillo es más de lo mismo?

Me recosté en la cama, mirando el techo blanco que nunca cambia. Comencé a pensar en lo que había pasado en todo este tiempo. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que respiré aire fresco? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que vi algo que no estuviera encerrado entre estas paredes? Todo se ha vuelto tan... inmenso, como si todo el tiempo hubiera perdido su significado.

Y entonces, cuando mi mente ya estaba colapsando bajo el peso de estos pensamientos, algo extraño sucedió. Escuché un sonido, como un suspiro o un gas liberándose lentamente. No pude identificar de dónde venía, pero me asustó lo suficiente como para quedarme quieta, con los ojos muy abiertos. Fue solo un momento. Un par de segundos. Y luego, la fatiga me arrastró de nuevo.

Me quedé dormida en cuestión de minutos. No sé si fue por la tristeza, por el cansancio o por el sonido que escuché. Pero me dejó una sensación rara, como si mi cuerpo hubiera decidido desconectarse del mundo de nuevo.

Quizá sea solo el agotamiento acumulado. O tal vez todo esto me está afectando más de lo que quiero admitir. Lo único que sé es que hoy, no tengo ganas de seguir luchando. Solo quiero cerrar los ojos y olvidarme de todo.

Mañana será otro día. Eso espero.

Nevada

10 de marzo de 2013

Han pasado semanas desde que todo esto cambió. Desde que me trajeron aquí, a esta celda impoluta, tan blanca que parece burlarse de mí. Sin embargo, tengo que admitirlo: las cosas son... diferentes.

Sigo entrenando. No como antes, con el mismo ímpetu y dedicación absoluta, pero lo hago. Camino, estiro, hago ejercicios con mi peso corporal. Incluso he empezado a usar la cama como un apoyo para hacer inclinaciones y flexiones. Es extraño, pero este lugar, con su frialdad y su diseño aséptico, me está haciendo más creativa. Necesito mantenerme fuerte, aunque haya días en los que me pregunto para qué.

Lo que realmente me mantiene ocupada son los libros. Desde que me deshice de las malditas propagandas de Umbrella, han comenzado a enviarme novelas. De verdad. Historias que me transportan lejos de aquí, aunque sea por unas horas. Hoy terminé "La ciudad de los espejos", un libro sobre un hombre atrapado en un mundo lleno de secretos. Fue fascinante.

Cuando leo, el tiempo parece detenerse. Por un rato, dejo de ser Leah Hadley, prisionera de Umbrella, y me convierto en alguien más, alguien que camina por calles de adoquines o explora misterios ocultos. Leer me da algo que no había tenido en meses: un respiro.

Sin embargo, es curioso. Aunque las historias me absorben, no me desconectan por completo. He comenzado a notar patrones en los libros que me dejan. ¿Por qué todos parecen girar en torno a personas que encuentran una forma de superar situaciones imposibles? Es como si quisieran decirme algo, como si alguien al otro lado de este cristal estuviera jugando conmigo.

A veces me pregunto quién está escogiendo estos libros. ¿Es un algoritmo? ¿Alguien me observa y decide lo que debo leer? Sea quien sea, me gustaría que supieran que no voy a ser manipulada. Disfruto de estas historias, pero no pierdo de vista mi realidad.

Hoy, mientras terminaba mi rutina, me detuve un momento frente al cristal. El pasillo sigue vacío, como siempre, pero algo en mí cambió. Me di cuenta de que no estoy esperando que algo pase. Estoy haciendo que pase. Cada flexión, cada página que leo, cada pensamiento que tengo, es un paso hacia mi libertad.

Umbrella puede pensar que me tiene atrapada, que este lugar me está controlando. Pero no es así. Porque con cada libro que me envían, con cada día que entreno, estoy construyendo algo. Mi fuerza. Mi resistencia. Mi mente.

No sé cuándo llegará el momento, pero sé que llegará. Y cuando lo haga, estaré lista.

Nevada

17 de marzo de 2013

Otra semana ha pasado. A veces parece que el tiempo aquí no tiene sentido. Los días se mezclan, uno tras otro, pero al menos ahora tengo algo que me ayuda a distinguirlos: los libros.

Hoy terminé "El pasajero oculto". Una historia sobre un hombre que finge ser alguien más para sobrevivir. Era fascinante, pero no pude evitar sentir cierta familiaridad con su lucha. El personaje principal hacía lo que fuera necesario para adaptarse, para engañar a quienes lo tenían atrapado. Me pregunté si yo podría hacer lo mismo, si llegara el momento.

Mientras leía, noté algo: mis manos ya no tiemblan como antes. Al principio, cuando llegué aquí, todo mi cuerpo estaba debilitado. Ahora puedo sostener un libro durante horas sin cansarme. Mi fuerza está regresando, poco a poco. Los ejercicios que hago cada día están funcionando, aunque a veces me cueste mantener la motivación.

La rutina sigue siendo mi ancla. Me levanto temprano, hago algunos estiramientos, camino de un lado a otro. Luego empiezo con las flexiones, las sentadillas, cualquier cosa que me haga sentir que estoy usando mi cuerpo. Me esfuerzo por mejorar un poco más cada día. Aunque nadie lo note, aunque nadie me vea, lo hago por mí.

El pasillo sigue vacío. Nadie ha pasado por aquí desde que me trajeron. A veces me pregunto si estoy completamente sola. ¿Hay alguien más al otro lado de estas paredes? ¿Alguien que me observe, que tome notas sobre mí? ¿O soy simplemente un experimento olvidado?

Hoy intenté algo diferente. Puse un mensaje en el montacargas junto con la bandeja. Solo unas palabras, escritas en un pedazo de papel arrancado de la última página de un libro: "¿Quién eres?" Era una pregunta sencilla, directa. No espero respuesta, pero necesitaba hacerla. Tal vez sea una forma de recordarme a mí misma que sigo siendo humana, que todavía puedo comunicarme, incluso si es con el vacío.

El libro de mañana ya está esperando en la estantería. Me he prometido no leerlo todo en un día esta vez. Quiero saborearlo, mantenerme ocupada durante más tiempo. Porque cuando cierro un libro, vuelvo a enfrentarme a la realidad de esta celda, y ese es un peso que a veces me cuesta soportar.

Sin embargo, no me rindo. No puedo permitírmelo. Cada página que leo, cada flexión que hago, es un paso más hacia mi libertad. Sigo aquí, sigo luchando, aunque nadie lo vea.

Y si algún día llega el momento de salir, quiero estar lista. Porque no voy a ser la Leah que encontraron en Raccoon City. Voy a ser alguien mucho más fuerte.

Nevada

05 de abril de 2013

Otra semana más. O tal vez dos. Es difícil saberlo con exactitud en este lugar. Los días pasan con la misma monotonía, pero algo en el ambiente ha cambiado.

Para empezar, nadie respondió a la nota que envié en el montacargas. No sé por qué pensé que lo harían. Fue un intento desesperado, una forma de probar que hay alguien ahí, pero el silencio fue mi única respuesta.

Sin embargo, algo inesperado sucedió. En la bandeja de la comida, además de lo habitual, encontré unos bolígrafos nuevos, otro diario en blanco y un libro: "En el blanco", de Ken Follett. Lo tomé con cuidado, como si fuera un regalo valioso. Era otro misterio, otra oportunidad para desconectar, aunque solo fuera por unas horas.

He decidido no devolver más libros. Los guardo en la estantería, alineados cuidadosamente. No sé si alguna vez querré releerlos, pero tenerlos ahí me da cierta sensación de compañía. Como si fueran un pequeño refugio en medio de todo este vacío.

Últimamente, he empezado a notar cosas nuevas. En las celdas frente a la mía, donde antes solo veía criaturas o monstruos, ahora aparecen personas. Llegan, se quedan una o dos noches, y luego desaparecen sin dejar rastro. Algunos parecen estar conscientes, mirando a su alrededor con la misma confusión que yo tuve al principio. Otros simplemente se sientan, quietos, resignados.

Hoy vi algo que me dejó inquieta. Dos guardias entraron en una de las celdas. Llevaban a alguien, un hombre que parecía sedado. Su cuerpo estaba completamente relajado, como si estuviera dormido. Lo tomaron de los brazos y las piernas, y se lo llevaron sin esfuerzo. No pude dejar de mirarlos mientras cruzaban el pasillo. No hubo gritos, ni resistencia. Nada. Solo el silencio opresivo de siempre.

¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué traen a estas personas? ¿Por qué desaparecen?

No puedo evitar pensar en el mundo exterior. ¿Umbrella sigue secuestrando a gente? ¿Cómo es posible que nadie lo note? O peor aún, ¿es que simplemente nadie se atreve a enfrentarlos?

Estas preguntas me rondan la cabeza constantemente. No puedo dejar de imaginar las historias de esas personas, quiénes son, de dónde vienen, qué habrán hecho para terminar aquí. Y lo más importante: ¿qué les hacen después?

Este lugar está lleno de secretos, y cada día siento que estoy más cerca de descubrir algunos. Pero también me aterra la idea de que, al final, yo sea solo otra pieza en este juego.

A pesar de todo, sigo entrenando. Sigo leyendo. Sigo escribiendo. Porque no importa cuántas dudas tenga, no importa lo mucho que este lugar trate de romperme, sé que no puedo rendirme. Si alguna vez tengo la oportunidad de salir de aquí, quiero saber que hice todo lo posible para sobrevivir, para mantener mi mente y mi cuerpo fuertes.

Este libro nuevo será mi compañía por los próximos días. Tal vez encuentre en sus páginas algo que me inspire, algo que me recuerde que aún queda una parte de mí que no ha sido tocada por este lugar. Porque mientras siga leyendo, mientras siga escribiendo, mientras siga moviéndome, Umbrella no me habrá ganado.

No lo permito. No lo permitiré.

Nevada

12 de abril de 2013

Algo ha cambiado en mí esta semana. No sé si fue la visión de los guardias llevándose a aquel hombre, la pila creciente de libros en mi estantería, o simplemente el deseo de sentir que estoy haciendo algo más que esperar. Sea lo que sea, he empezado a entrenar más duro.

Durante años, pensé que había olvidado todo lo que aprendí de kick boxing. Fue algo que tomé como un pasatiempo en la universidad, una forma de liberar estrés mientras estudiaba derecho. No era particularmente buena, pero disfrutaba de las clases, de los movimientos rápidos y fluidos, de la sensación de control sobre mi propio cuerpo.

Esta semana decidí intentarlo de nuevo. Comencé con los golpes básicos: jabs, ganchos, uppercuts. Al principio, mis movimientos eran torpes, como si mis músculos no recordaran cómo hacerlo. Pero, poco a poco, algo despertó en mí. Mis pies empezaron a moverse mejor, mi equilibrio mejoró, y con cada golpe sentí una chispa de lo que una vez fue.

Me encontré lanzando combinaciones más complejas, moviéndome de un lado a otro, imaginando un oponente invisible frente a mí. Me concentré en el control de mi respiración, en la fuerza de mis golpes, en la sensación de mis puños conectando con el aire.

Además, comencé a correr en círculos alrededor de la celda. Es ridículo, lo sé, pero no tengo mucho espacio, y necesitaba trabajar mi resistencia. Al principio, apenas podía hacer unas cuantas vueltas sin sentir que mi pecho se quemaba. Pero cada día he ido aumentando el tiempo, el ritmo. Hoy logré correr durante diez minutos seguidos antes de detenerme, jadeando pero orgullosa.

Me sorprende lo mucho que me ayuda este tipo de actividad. Mientras entreno, no pienso en las celdas de enfrente, ni en los guardias, ni en las personas que aparecen y desaparecen. Por un rato, soy solo yo, mis movimientos, mi respiración. Es como si el resto del mundo se desvaneciera, y todo lo que importara fuera este momento.

También he empezado a hablar conmigo misma mientras entreno. Me doy ánimo, como si tuviera un entrenador imaginario gritando desde la esquina. "Vamos, Leah. Más fuerte. Más rápido. Tú puedes." Mi voz rebota en las paredes, y por un momento, me siento acompañada.

Hoy, después de mi entrenamiento, me quedé mirando el cristal. Mi reflejo me devolvió la mirada, y por primera vez en mucho tiempo, vi algo diferente. Vi fuerza. No mucha, todavía no estoy donde quiero estar, pero sé que estoy en el camino.

No sé cuánto tiempo más estaré aquí, pero mientras pueda moverme, mientras pueda luchar, no dejaré que este lugar me consuma. Tal vez sea inútil, tal vez nunca salga de aquí, pero necesito sentir que estoy haciendo algo.

Mañana será otro día, otra oportunidad para mejorar, para ser más rápida, más fuerte. No voy a rendirme. No puedo. Porque en el momento en que lo haga, Umbrella habrá ganado.

Y eso no va a pasar.

Nevada

19 de abril de 2013

Hoy, mientras entrenaba, me fijé en algo que siempre ha estado conmigo, pero que había pasado por alto en los últimos meses: mi alianza. La delgada banda dorada en mi dedo anular sigue ahí, como un recordatorio constante de él. De Aaron.

Me detuve a mirar la alianza por unos minutos, pasando el pulgar por su superficie lisa. Recordé la forma en que me la puso el día de nuestra boda, con esa sonrisa suya que parecía iluminarlo todo. “Para siempre”, dijo mientras me miraba a los ojos. Y yo lo creí.

Lo echo tanto de menos que duele. Duele de una forma que las paredes de esta celda no pueden contener. Recuerdo cómo solíamos aprovechar cada momento que teníamos juntos. Cuando Aaron estaba de permiso, siempre planeábamos escapadas lejos de todo. Acampábamos bajo las estrellas, explorábamos senderos que parecían no tener fin, y nos prometíamos que algún día lo haríamos sin la presión de sus horarios, sin fechas límite.

A veces, me pregunto cómo afrontaría él la noticia de mi muerte, si es que siquiera sabe que estoy viva. ¿Habrá asumido que estoy muerta? ¿Habrá llorado por mí? ¿O estará buscándome, negándose a aceptar que me he ido? No puedo soportar pensar en él sufriendo, y menos aún pensar en el vacío que habría dejado en su vida.

Y entonces, otra parte de mí se siente lo peor por incluso pensar en esto. Estoy aquí, viva, y debería estar esforzándome más. Entreno cada día, me mantengo fuerte, pero siempre hay esa voz en mi cabeza que dice que no estoy haciendo lo suficiente. Que debería haber encontrado una salida ya, que debería estar más cerca de escapar.

¿Pero cómo se sale de un lugar así?

Esa pregunta no deja de rondarme la cabeza, y por eso decidí hacer algo más. Durante los últimos días, he examinado cada rincón de esta celda con una nueva mirada, buscando cualquier detalle, cualquier imperfección que pueda darme una pista.

El montacargas fue lo primero que revisé. Me quedé mirando cómo funciona, cómo la bandeja entra y sale. Intenté empujar la puerta para ver si había un punto débil, pero está sellada herméticamente. Traté de escuchar el sonido del mecanismo, como si pudiera descifrar algo, pero no logré mucho.

Luego volví a las paredes, al suelo, al techo. Toqué cada centímetro, golpeé las superficies en busca de huecos, algo que sonara diferente. Pasé horas revisando el lavabo, el inodoro, el armario. Incluso inspeccioné los libros en busca de mensajes ocultos, aunque sabía que era un pensamiento absurdo.

Hasta ahora, no he encontrado nada. Pero me niego a rendirme. Sé que tiene que haber algo, algún detalle que estoy pasando por alto.

Escribir esto me ayuda a organizar mis pensamientos, a planificar mis próximos pasos. Voy a seguir buscando, seguir observando. Si no hay una salida, entonces tengo que crearla.

Aaron siempre decía que era una mujer obstinada, que nunca sabía cuándo detenerme. Quizás eso sea lo único que me mantenga viva aquí. No sé cuánto más pueda soportar, pero mientras tenga esta alianza en mi mano, mientras recuerde su sonrisa, no puedo permitirme fracasar.

Voy a encontrar la forma de salir. Por él. Por mí. Por todo lo que hemos perdido. Porque si algo aprendí de Aaron es que incluso en las circunstancias más desesperadas, siempre hay una manera.

Y yo voy a encontrarla.

Nevada

26 de abril de 2013

Otra semana más. Me siento cansada, pero no es el tipo de cansancio que me hace querer parar. Es un cansancio bueno, ese que te recuerda que has estado trabajando, que cada músculo que duele es una prueba de que no me he rendido.

Mis entrenamientos están siendo más duros. He empezado a añadir más combinaciones de golpes y patadas. Recordar lo que aprendí de kickboxing no es suficiente, así que estoy improvisando, tratando de adaptarlo a este espacio reducido. Cada día me esfuerzo por ser más rápida, más precisa. En mi cabeza imagino que estoy enfrentándome a algo, algo que me espera fuera de esta celda.

Cuando termino de entrenar, suelo sentarme en la cama un rato y dejo que mi respiración se calme. Y entonces llegan los libros. Esta semana terminé dos: "La conspiración" de Dan Brown y otro que no esperaba disfrutar tanto, "El arte de la guerra" de Sun Tzu. Irónicamente, el último me hizo reflexionar más de lo que pensaba.

Leí un pasaje que decía: “La mejor victoria es vencer sin combatir.” Me quedé mirando esas palabras durante un buen rato. ¿Cómo se vence sin combatir en un lugar como este? ¿Es eso siquiera posible? Pero luego pensé en mis entrenamientos, en mi rutina, en cómo estoy fortaleciendo mi cuerpo y mi mente sin que nadie lo vea. Quizá esta sea mi forma de vencer, preparándome para lo que venga, para el momento en que tenga que actuar.

Al final del día, trato de no pensar demasiado en todo lo que me rodea. A veces, mientras leo o entreno, noto algo en las celdas de enfrente. Personas que llegan, pasan una noche o dos y desaparecen. No puedo evitar mirar, preguntándome qué pasa con ellos, si se rinden, si luchan o si simplemente los sacan de aquí como piezas de un tablero de ajedrez.

El otro día vi algo que me heló la sangre. Un hombre en una de las celdas estaba de pie, mirando el cristal, como si supiera que lo estaba observando. No dijo nada, no se movió, pero su mirada... era como si ya no hubiera esperanza en él. Al día siguiente, su celda estaba vacía.

Eso me recordó que no puedo permitirme caer en esa oscuridad. Cada día que paso aquí, me esfuerzo por no convertirme en alguien como él, por mantener viva esa chispa que me impulsa a seguir adelante.

No sé cuánto tiempo más estaré aquí, pero mientras tenga fuerzas, voy a seguir leyendo, entrenando, pensando. Estoy buscando patrones, intentando entender este lugar. Todo esto es una preparación, porque sé que mi momento llegará.

Y cuando lo haga, quiero estar lista. Porque si algo tengo claro es que no voy a desaparecer como los demás. Voy a salir de aquí. Voy a ganar.

Nevada

01 de mayo de 2013

He decidido empezar algo nuevo. Entrenar y leer son mis pilares aquí dentro, lo que me mantiene cuerda, pero necesito algo más. Algo que no sea solo para fortalecer mi cuerpo o distraer mi mente, sino algo que me haga sentir creativa, que me dé la sensación de estar haciendo algo tangible.

Así que he empezado a escribir historias.

Es irónico, ¿no? Aquí, en este lugar donde mi propia historia parece estar en pausa, he decidido crear otras. Quizá sea una forma de mantenerme conectada con algo más grande que esta celda, de construir mundos fuera de estas paredes aunque solo sea en mi cabeza.

Hoy comencé con algo sencillo, un pequeño relato sobre una mujer que sobrevive a una tormenta en alta mar. Me sorprendí de lo fácil que me resultó sumergirme en esa narrativa, en darle vida a esa mujer ficticia que luchaba contra las olas. Durante unas horas, me olvidé de dónde estaba. Fue... liberador.

Mientras escribía, miré de reojo la estantería. Está casi llena. Me han traído más libros, y pronto no quedará espacio para ninguno más, pero no me importa. Prefiero eso a que esta celda sea aún más vacía. Tener esos libros aquí me da una sensación de compañía, como si cada uno fuera una pequeña ventana a otro mundo.

Anoche tuve un sueño. Soñé con Abel.

Lo vi tal y como era antes de que enfermara, con esa energía que siempre llenaba cualquier habitación en la que estuviera. Estábamos en la farmacia de nuestros padres, como cuando éramos niños. Él organizaba las estanterías mientras yo le seguía, tratando de imitarle. En el sueño, se giró hacia mí y me sonrió, esa sonrisa que siempre decía: "Todo va a estar bien".

Pero luego su expresión cambió. Me miró con seriedad y dijo algo que no puedo olvidar: “No te detengas, Leah. Sigue adelante.”

Me desperté con el corazón acelerado y una mezcla de tristeza y determinación. Echo de menos a Abel, más de lo que puedo expresar con palabras. Pero ese sueño me recordó por qué sigo luchando. Porque él nunca se rindió, incluso cuando la vida lo golpeaba sin piedad.

Hoy, mientras entrenaba, pensé en esas palabras. Me empujé más fuerte, golpeando el aire con más fuerza, corriendo más vueltas alrededor de la celda. Y luego, al sentarme a escribir, sentí que estaba haciendo algo más que llenar el tiempo. Estaba avanzando, de alguna manera.

No sé cuánto tiempo más estaré aquí, pero mientras pueda moverme, leer, y ahora escribir, sé que estoy viva. Estoy creando. Estoy luchando.

Y eso significa que todavía no me han vencido.

Nevada

02 de mayo de 2013

La noche de ayer fue diferente a cualquier otra desde que estoy aquí. Algo pasó, algo grande, y aunque no entiendo del todo qué fue, no puedo dejar de pensar en ello.

Todo comenzó cuando ya estaba en la cama, intentando dormir después de un día agotador. Fue entonces cuando escuché un ruido que no había oído antes: pasos, voces apagadas, un murmullo que venía del pasillo. Me acerqué al cristal, pegando la cara contra él para intentar ver mejor.

Había soldados. No guardias normales, no los que a veces se dejan ver de forma rutinaria, sino soldados, hombres y mujeres con uniformes de combate, moviéndose con rapidez y propósito. Liberaron todas las celdas del pasillo. Fue como si alguien hubiera dado una orden de evacuación masiva.

Al principio pensé que tal vez estaban liberándonos a todos, que algo había cambiado y este lugar iba a ser abandonado. Pero no era eso. Las personas de las celdas estaban sedadas, completamente inconscientes. Los soldados entraban, las levantaban como si fueran muñecos de trapo y las sacaban una tras otra.

Vi cómo las celdas quedaban vacías, pero no pasó mucho tiempo antes de que empezaran a traer a más gente. Era un flujo constante, casi mecánico: sacar a unos, meter a otros. Todo el pasillo se llenó de movimiento, pero el silencio era lo más perturbador. Las puertas se abrían y cerraban, los soldados trabajaban rápido, pero no había gritos, ni protestas, ni siquiera murmullos de los sedados.

Me quedé de pie frente al cristal durante horas, viendo cómo se llevaban a personas y traían a otras. Algunos parecían jóvenes, otros mayores, pero todos tenían una cosa en común: ninguno estaba despierto.

¿Qué están haciendo? ¿De dónde traen a esta gente? ¿Y a dónde se llevan a los otros?

El pasillo se calmó cerca del amanecer. Las luces del techo volvieron a su intensidad habitual, y los soldados desaparecieron tan rápido como habían llegado. Ahora, algunas celdas están ocupadas por nuevos rostros, pero siguen en el mismo estado: sedados, inmóviles.

No puedo sacarme la imagen de la cabeza. Hay algo profundamente inquietante en la forma en que todo se desarrolló, tan organizado, tan preciso. Como si estas personas no fueran más que mercancía, números en una lista que alguien está controlando desde algún lugar.

Anoche no dormí. No podía. Me quedé mirando el techo, tratando de encontrar sentido a lo que vi, pero las preguntas siguen acumulándose en mi mente. ¿Qué están haciendo aquí? ¿Qué papel tengo yo en todo esto?

Hoy me siento más decidida que nunca. Tengo que entender lo que está pasando. Tengo que encontrar una forma de salir de aquí. Porque si me quedo, si sigo siendo parte de este ciclo, no sé cuánto más podré soportarlo.

Umbrella está jugando un juego, y yo soy una pieza más en su tablero. Pero tengo que creer que puedo encontrar la forma de salirme de sus reglas. Porque si no lo hago, acabaré como esas personas, sacada de esta celda sin siquiera estar despierta para pelear.

No puedo permitir que eso pase. No lo haré.